La Aguada bajó la persiana entre lágrimas y recuerdos
| 10 de Marzo de 2016 | 01:34

Ya está. Ya se despidió de la Ciudad en una noche en la que no faltaron los abrazos, cayeron algunas lágrimas y se despacharon milanesas a la napolitana con las clásicas papas soufflé hasta agotar los ingredientes. La Aguada, el legendario restaurante de la calle 50 entre 7 y 8, célebre por sus minutas, bajó la persiana para siempre con su última cena. A partir de hoy volverá a abrir sus puertas pero sólo por unos días y para liquidar el mobiliario, la vajilla y la batería de cocina, todo útil y “reliquia” a la vez.
Con sus manteles blancos y amarillos, sus hileras de mesas prolijamente dispuestas, su piso embaldosado, el largo hall del local se llenó antenoche de comensales que quisieron saludar a los veteranos mozos, esos que cada cliente conoce por su nombre y del que ha aceptado, casi siempre y sin dudarlo, la “sugerencia del día”. También fueron para llevarse, mientras dure el recuerdo, el sabor de su último plato preferido.
La despedida
Mucha gente asistió al fin del restaurante. Familias; grupos de amigos; tres, cuatro generaciones de un mismo apellido; todos habitués en algún momento de la vida, de ese local emblemático, fundado el 19 de junio de 1938 y que casi no sufrió reformas decorativas en décadas. Entre otros cuadros de la pared uno mostraba la foto de un antiguo dueño, ya fallecido. Sus familiares, ganados por la nostalgia, se sentaron en una mesa, degustaron algunos de los platos reconocidos del lugar, y se abrazaron con los antiguos mozos.
En rigor, la cena con la que concluyera la actividad comercial iba a ser anoche, pero el martes pasadas las 20, el hall empezó a colmarse de clientes, se coparon finalmente todas las mesas y los cocineros gastaron en las preparaciones que se sirvieron todo el stock de insumos culinarios. “Para poder volver a elaborar un menú íbamos a necesitar más tiempo, así que, ayer - por anteayer - decidimos poner punto a final al negocio”, explicó Alfredo Almeida, desde hace dos años encargado, pero mozo de La Aguada por más de cuatro décadas.
Al mediodía, ayer, el local estaba cerrado y en penumbras. Sólo se había ocupado una mesa, con familiares de Almeida que sacaban cuentas en una calculadora y volcaban los números en una planilla. El encargado, en tanto, clasificaba los enseres que pocas horas después iban a ponerse a la venta. Había quienes, del otro lado de la puerta de blindex marrón esfumado, pretendían entrar y almorzar. “Me da mucha pena que cierre este lugar - comentó Jorge Helo, uno de los clientes desilusionados frente a la imposibilidad de ingresar y comer -. Acá venía yo a los 16 ó 17 años los sábados a la noche, con mis amigos de entonces, y como éramos jóvenes y la planta baja estaba llena, nos mandaban al subsuelo. Ahora, la última noche que funcionó vinieron mis hijos a cenar. Para nosotros La Aguada es todo un símbolo”.
Liquidan todo
Tras la despedida, la cooperativa formada desde 2001 por los trabajadores de La Aguada comenzará a vender a partir de hoy todo tipo de utencilios: unos 200 platos de losa, playos y hondos; un número similar de juegos de cubiertos y de copas; mesas; sillas; manteles; máquinas de cortar fiambres; picadoras de carne; ollas, planchas, sartenes; heladeras; freezers. “Todavía no les hemos puesto precio; mañana - por hoy - vamos a ir decidiendo”, concluyó Almeida.
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