Dar de beber al sediento
| 29 de Mayo de 2016 | 00:24

Escribe Monseñor DR. JOSE LUIS KAUFMANN
Queridos hermanos y hermanas.
Todos conocemos el valor existencial de la hidratación en los seres humanos. La adecuada ingesta de bebida sana es necesaria para evitar la muerte. Por eso, sin duda, el dar de beber al sediento es ante todo un gesto humanitario.
Sin embargo, Jesús ha querido darle una dimensión trascendente y valorarlo como obra de misericordia. Lo vemos así en el discurso sobre el final de los tiempos, exhortándonos a estar preparados, reconociéndolo y sirviéndolo a Él en los más necesitados: hambrientos, sedientos, sin techo, sin ropa, enfermos, presos; “…tuve sed, y me dieron de beber;…cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (cf. Mt 25.31-40).
Y antes ya había proclamado: “Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa” (Mt 10, 42).
En esta “era tecnológica de la inmediatez” pareciera que los pequeños gestos humanos no tienen importancia. El ser humano se ha denigrado hasta ignorar que existen muchos carenciados.
En esta “era tecnológica de la inmediatez” pareciera que los pequeños gestos humanos no tienen importancia
“Dar de beber al sediento” es un enunciado válido en sí mismo, pero con otras implicancias, porque es reconocer al desvalido y socorrerlo en todo lo que necesite.
Las obras de misericordia se toman en su conjunto, de modo que nadie podría decir haberlas practicado por el hecho de haber observado una de ellas. No sólo debo dar de comer al hambriento y de beber al sediento, sino que también tengo el deber cristiano de procurarle ropa adecuada y limpia, vivienda digna, velar por su salud, por su educación, por su felicidad… y de tantas otras cosas, que todos bien sabemos. No es necesario que lo hagamos a nivel personal, ya que en la Iglesia existen instituciones de administración transparente que se ocupan de todos los necesitados, como es la obra de la Beata Madre Teresa de Calcuta, y tantas más.
“Dar de beber al sediento” enseña el Evangelio; y mientras los cristianos desde siempre hemos procurado la asistencia a los necesitados, como expresión de la misma Misericordia de Dios, a nadie escapa que existen otras personas (a las que no juzgo) que invierten mucho dinero en saciar su sed de alcohol, hasta la embriaguez… Con el dinero de los expendios de bebidas no necesarias (y aun perniciosas), ciertamente se podría ayudar a muchos pobres, a muchos que viven en regiones donde escasea o no hay agua potable. Se trata de ser objetivos y ver la realidad de los desvalidos sin olvidar la abundancia y despilfarro de los menos, claro está, porque los más no tienen lo suficiente para vivir con dignidad.
Jesús dice: “Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más” (Lc 12, 48).
No se trata tampoco de ayuda a otros dándoles únicamente lo que nos sobra… Es cierto que algo es algo, pero no lo suficiente. Las obras de misericordia suponen también cierto sacrificio, aunque duela. Pero, el que es generoso y da con alegría está favoreciendo un mundo más humano y más cristiano.
El Apóstol san Pablo exhorta: “Que cada uno dé conforme a lo que ha resuelto en su corazón, no de mala gana o por la fuerza, porque Dios ama al que da con alegría” (2 Cor 9, 7).
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