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Las novelas acompañan a la historia del hombre

Desde el Quijote hasta hoy, los escritores crean atalayas desde donde se puede mirar la vida. Opiniones de profesores de letras y autores platenses. La búsqueda de nuevas formas. “Un libro debe ser una trompada en el estómago”

Por MARCELO ORTALE

25 de Septiembre de 2016 | 00:21

Un caballero andante imaginario, irónico, que lanza en mano acomete contra los molinos de viento; una mujer que se aburre en su matrimonio y busca en los brazos de amantes un destino más pasional; un narrador que se mete en su memoria y allí recobra el paraíso perdido; un creador de viajes extraordinarios al centro de la tierra y a la Luna; un hombre que abandona todo paisaje y se interna en el jardín cerrado de su conciencia; un pueblo mágico tapizado de flores y mariposas amarillas. Las novelas acompañan o anticipan a la historia humana. Allí están Cervantes, Flaubert, Proust, Verne, Joyce, García Márquez y otros grandes de la literatura, tiñendo cada uno a su época, creando atalayas desde donde poder encontrarle un sentido a la vida.

Desde los griegos muchas aguas literarias, pasaron bajo los puentes. Y cada una impregnó a la cultura humana, cada una dejó su sello. Agotada luego la etapa romana –Plauto, Terencio, Cicerón, Virgilio, Horacio, Ovidio, Séneca- comenzó la Edad Media, con Dante como su río más poderoso; luego, el enorme Renacimiento, con Cervantes, Shakespeare, Tirso de Molina, Calderón de la Barca o Lope de Vega; el período Barroco con sus nuevos conceptos estéticos con escritores como Góngora, John Milton y Juana Inés de la Cruz; después el neoclasicismo de origen francés ( Racine, Moliere, Montesquieu, Rousseau, Daniel Defoe) y el más cercano Romanticismo, con su exaltación del yo (Lord Byron, Víctor Hugo, Edgar Allan Poe, Wolfgang Goethe, Federico Schiller, Emile Bronte y Gustavo Adolfo Bécquer).

Ya en la segunda mitad del siglo XIX el realismo apareció como una nueva fórmula literaria para explorar la realidad. Sus representantes más característicos fueron Stendhal, Balzac, Flaubert, Dickens, Oscar Wilde, Bernard Shaw, Tolstoi, Dostoievsky, Benito Pérez Galdós, Edmundo de Amicis y Henry Ibsen.

Llegaría luego en Francia, ya a finales del siglo XIX, el naturalismo, prolongación del realismo, con Emile Zola como figura preponderante seguido por el modernismo influyente no sólo en América. donde nació de la mano del nicaragüense Rubén Darío, que tuvo a José Martí y a Amado Nervo como figuras de relieve, para desembocar luego en el vanguardismo que empieza a latir con la guerra mundial de 1914, donde se suman distintas corrientes –entre otras, la surrealista, futurista, expresionista y dadaísta- y en donde los críticos afirman que Marcel Proust le entrega la posta de la novela pasada a James Joyce, como precursor de la novela futura. La exploración y el ensayo estético individual se vuelven obsesivos. Pintura, música y literatura se abrazan y desconocen a la vez.

El manifiesto futurista –”un automóvil de carrera es más bello que la Victoria de Samotracia”- que se anticipó algunos años a la Primera Guerra fue también la matriz de la literatura contemporánea, que se extiende hasta hoy. Los críticos incorporan aquí los nombres de Marinetti, D´Anunzio, Apollinaire, Bretón, Rilke, Guillén, Vallejo, Kafka y Camús como los de mayor representatividad, junto con los de Pirandello, Kipling, Antonio Machado, y Vladimir Mayakovski.

¿Qué pasa con los novelistas de hoy? ¿Escalan hacia alguna parte y buscan explanadas nuevas para anticipar el oriente, el amanecer de una humanidad nueva? Son igualmente promotores de estéticas y éticas o, acaso, devotos fieles del mercado? Dos profesores de letras de nuestra ciudad, Neda Reyes de Rouillet y Jorge Goyeneche –el segundo de ellos novelista- ofrecen sus testimonios.

BUSQUEDA DE NUEVAS FORMAS

Profesora con largos años de ejercicio en la facultad de Humanidades de la UNLP y en muchos colegios secundarios, hoy ya retirada, Reyes sostiene que la historia de la novela admite tres etapas dominantes: la primera desde Cervantes hasta el siglo XVIII “caracterizada por la libertad de composición entre narración y digresión”. La segunda, define, abarca desde principios del siglo XIX y en ella se produce el boom de la novela realista. El tercer tiempo de la novela, que nace a mediados del siglo pasado, se extiende hasta hoy, “se convierte en una síntesis o redefinición de los anteriores y no en un rechazo. La definen dos características: por un lado, la novela no sólo es ficción, ya que se enriquece con la incorporación de otros géneros, como el ensayo, el periodismo o la historia y, por el otro, por la constante búsqueda de nuevas formas”.

Reyes añade que “la novela siempre fue definida como entretenimiento y en esa definición se inscriben las dos primeras etapas. Pero además, hoy la novela ha tomado para sí la función de ser la herramienta de investigación y conocimiento del alma humana. Y , aunque los tiempos cambien , lo esencial del hombre permanece y la novela que lo expresa no avanza ni retrocede, no es mejor o peor, sólo que descubre y ve en la realidad cosas que sus antecesores no vieron”.

En cuanto a las nuevas formas que caracterizan a la novela actual –”moderna es un término ambiguo”- la investigadora considera que “son el resultado de expresar lo que nunca nadie ha dicho. de conquistar los espacios vírgenes , para no pasar el tiempo sino para cambiar la forma de percepción del mundo en pos de cambiar el mundo”. Reyes aquí agregó: “ya que estamos en el año de Cervantes, quisiera insistir en que la novela empieza con él y en que los novelistas siguen volviendo a él”.

LA OFERTA Y LA DEMANDA

“La literatura actual parece estar regida por la ley de la oferta y la demanda. Es innegable que hay más clases de novelas que de yogures. Las librerías están atiborradas de novedades, que en la mayoría de los casos tienen fecha de vencimiento”, sostiene Jorge Goyeneche (1952).

Alude luego a un “crecimiento desmesurado del poderío de las editoriales” y añade: “No solo desaparecieron los ferrocarriles y las industrias en la década del noventa, también antiguas casas promotoras de autores clásicos y de vanguardia, argentinos y extranjeros. Pero en estos tiempos en que se fusionaron los medios masivos con las distribuidoras, los concursos y el resto de los negocios del papel, es difícil acceder a las vidrieras si no se pertenece al gremio selecto”, dice este platense egresado de Humanidades de la UNLP.

Durante la década del 80, Goyeneche publicó artículos en las revistas Satiricón, Humor. Obtuvo distintos premios nacionales e internacionales por sus novelas y guiones. Fue cofundador de la revista Oliverio. Tradujo a Poe, Kafka, Rilke. Es esencialmente novelista: publicó Toda la delantera en orsái (Último Reino, 2001), Semblantes de bestias (De los cuatro vientos, 2003. Reeditada por Gárgola, 2016), Serial Writer/Argentino Serial (Gárgola, 2008), Almirante de Sal (Parque Moebius, 2011. Premio Katarsis y Aurora Venturini), Que algo quedará (editada en España por Puntoyaparte, en Chile por Piedra de Sol y en Argentina por Gárgola, 2014. Primer premio Instituto Cultural de Puerto Rico). Mala Praxis (Parque Moebius, 2015) Final de obra (2016, Huesos de Jibia). Recibió en 2015 el premio Almafuerte por su trayectoria como escritor.

Se muestra crítico con usos y costumbres de algunos novelistas actuales. “No me imagino a Roberto Arlt cambiando las características del Rufián Melancólico por sugerencia de su editor. Ni a Marechal escribiendo el Adán a partir de un guión previamente armado en función de los gustos del público lector (según los resultados de encuestas de opinión y estudios de mercado). “Franz, mejor metéle que el protagonista se transforma en caniche toy, tiene más gancho, che.” O, también: “Julito, juntamos del cesto todos estos papeluchos, tienen fragmentos, cuentos sin terminar, descripciones... por qué no te fijás cómo los acomodás, sí, una especie de rayuela.” O “Alejandra, te cambié algunos versos, los hice más esperanzados, más liiindos, con más onda.”

Tras destacar que “más vendidos, best sellers, no significa más leídos”, afirma que se está frente a “obras muy promocionadas y útiles para regalar en las fiestas y cumpleaños. Afortunadamente también hay libros muy leídos. Como siempre. Algunos han circulado casi secretamente de mano en mano o en fotocopias, tal el caso de las obras de Mario Levrero. Suelen ser más complejas, requieren atención, compromiso del lector. Finalmente llegan a ser visibles porque mal que mal pueden ser negocio. Las hay muy extensas como 2666 de Bolaño, La broma infinita de Foster Wallace o las novelas de Laiseca con su verborragia y su humor, o los breves textos de Erri de Luca y su camino paralelo a la poesía. Pero es necesario buscarlas porque no siempre están al alcance de la mano, quedan tapadas por lo perecedero, por esas noveluchas del momento que recrean lo que salió ayer en el noticiero sin convertirlo en Crimen y castigo o Tres luces de Keegan, sino simplemente glosando los titulares. Y algunas escritas con la soberbia de quienes creen inventar la intertextualidad sin haber leído a Cervantes o la novela de tesis desconociendo La divina comedia”. Añadió aquí que “los libros, creo, deben ser una trompada en el estómago, un hachazo en la cabeza, una experiencia transformadora. No somos los mismos después de ver el Guernica, ni de leer El quinto hijo de Lessing o El gran cuaderno de Ágota Kristof

“Novedad no implica calidad. Sobre todo cuando el acento está puesto exclusivamente en ese aspecto. El tiempo es un buen crítico literario, y mientras tanto hurgar como lectores en los recovecos, en las pequeñas editoriales que están creciendo fuertemente ahora en los intersticios del sistema. Y si no, los clásicos. Hay muchas novelas excelentes para leer, mejor empecemos por ellas”.

Aquí, el profesor Goyeneche coincidió con Unamuno: “Para novedades, los clásicos”.

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