La disputa es por las bancas, pero con la mirada puesta en 2019
Edición Impresa | 22 de Octubre de 2017 | 06:02

Por MARIANO PEREZ DE EULATE
Se le atribuye al asesor estrella del Presidente, Jaime Durán Barba, un diagnóstico respecto a la situación actual del oficialismo: “Cambiemos ganó las elecciones en 2015, pero todavía no ganó el poder”. Aunque suene reduccionista, es eso lo que buscará el presidente Mauricio Macri con las elecciones legislativas de hoy. Que ese crecimiento del volumen político, imprescindible para pensar los próximos dos años de gestión, se evidencie en números parlamentarios que al menos lo acerquen a las mayorías propias para -ya sin excusas- avanzar hacia los cambios estructurales que pregona la Casa Rosada como objetivo estratégico de gestión.
“Son más que leyes, es un cambio cultural”, dicen que define Macri en la intimidad. Por eso se celebra en el Gobierno la posibilidad, adelantada en las Primarias de agosto, de que Cambiemos pinte el mapa de amarillo en una vasta geografía de la Argentina. Sería el título que le falta al “macrismo” para recibirse de partido nacional. Para completar la parábola que lo llevó de ser una modesta agrupación vecinal con pretensiones de “nueva política”, a una fuerza con representación en todas las provincias. En el medio, claro, debió asociarse a la UCR, un actor histórico que aceptó un rol secundario en esa película.
El ideal para el Gobierno es imponerse, incluso, en las “Cinco Grandes”: Mendoza, Córdoba y Capital Federal, con cierto grado de certeza desde las PASO, y Buenos Aires y Santa Fe, distritos donde no salió primero esa vez pero que habría mostrado un crecimiento electoral en estos meses. No ha sido común ese hegemonismo desde que la democracia volvió para quedarse. Y sería una señal, hacia adentro y hacia afuera de la Argentina, de que se iniciaría el camino hacia la reelección del Presidente, en dos años.
Némesis de Macri, Cristina Kirchner juega hoy su futuro político. Salga primera o segunda, ya es senadora por Buenos Aires aunque se verá qué le tiene deparado la Justicia, que la investiga por su paso por la Presidencia, en un futuro no tan lejano.
Cristina necesita un triunfo. Eso reforzaría su plan de erigirse como jefa indiscutida de la oposición a Cambiemos, desde una banca que le dará vidriera y que la ayudaría a conservar esa centralidad política que ha logrado mantener casi intacta desde que dejó el Gobierno. Ganar le daría argumentos para sostener su propio relato épico y machacar con la tesis según la cual la gestión de Macri, que ganó en elecciones limpias, es casi ilegítima. Es un escenario más que posible que haya denuncias sobre la legitimidad del acto comicial de hoy desde el búnker K, si el resultado es adverso para ellos.
Pero Cristina, además, deberá dar una batalla en su propio partido de origen: la del liderazgo del PJ de cara al 2019. No porque le importe la cuestión partidaria, sino porque no tolerará no ser la contra cara con la que tenga que lidiar el Presidente. Y qué mejor arma para esa pelea que la cucarda que supone haberle ganado al Gobierno en el principal distrito del país. La mayoría del peronismo extra Buenos Aires no la quiere de jefa. Los gobernadores, más allá del resultado que obtengan hoy en sus provincias, pretenden convertirse en un polo de poder para negociar con el gobierno, pero desde un concepto diferente al que imprimió CFK: caras nuevas, modales civilizados; en definitiva, el post-kirchnerismo.
Si el resultado de hoy es favorable a Cambiemos, otra vez –como en las PASO- la Rosada aplaudirá el rol de María Eugenia Vidal en la campaña, aún cuando ésta terminó enrarecida para el oficialismo por el caso Maldonado.
La gobernadora -la oficialista con la imagen positiva más alta- se cargó el trabajo proselitista al hombro, relegando a Esteban Bullrich, el candidato principal y verdadero rival de Cristina. Para Vidal también es clave el triunfo: una reconfiguración de la Legislatura provincial, que hasta podría darle mayorías propias, cambiaría la lógica de gestión de los primeros dos años, en la que dependió de una alianza parlamentaria con la oposición, en especial con la tropa liderada por Sergio Massa. Vidal se convertirse así en la jefa política indiscutida de la Provincia.
Al de Tigre sólo le preocupa que en la jornada de hoy no se le escapen los votos que obtuvo en las PASO, algo que vaticinan varias encuestas. Massa aspira a mantener un bloque legislativo aceptable en la Cámara baja nacional, que ya no lo tendrá a él en una banca, y a perder la menor influencia posible en la Legislatura de La Plata. Será complicado, dado el crecimiento, respecto a los comicios de 2013, que ahora mostrará el peronismo bajo la denominación transitoria de Unidad Ciudadana.
Según su entorno, Massa es consciente de que será difícil mantener con vida la alianza -1 País- que se armó más por necesidades de conservación de sus dos líderes principales que por posibilidades reales de triunfo. Es probable que busque un regreso a ese peronismo despojado de cristinismo explícito que planean los gobernadores y un grupo de intendentes del Conurbano bonaerense.
En la mesa de ese nuevo peronismo también aspira a sentarse Florencio Randazzo, que compite con el sello formal del PJ. Por eso es importante lo que hoy pone en juego: los casi 600 mil votos que obtuvo en agosto. Todo lo que sea superior a eso, o incluso mantener el caudal, para él hoy será ganancia. Si hay drenaje de sufragios, puede ser un problema a futuro. Más allá del resultado, tendrá que pelearse a los codazos con la dirigencia justicialista para hacer valer ese capital político que fue leit motiv de su campaña: le dijo “No” a Cristina y nunca se fue del justicialismo.
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