Plagar: la historia que faltaba
Edición Impresa | 24 de Diciembre de 2017 | 08:19

Se cumplen tres décadas desde que aparecieran por primera vez en La Plata las pintadas de dos pandillas callejeras: Los Albóndigas y Los Nestum, “patotas” juveniles que a fines de la década del ‘80 hicieron del aerosol de pintura una herramienta para marcar territorio y hacerse ver en la vía pública, un juego que tenía como chiste sembrar el terror entre quienes se atrevieran a cruzar su barrio sin permiso. Los Nestum -un grupo de adolescentes y preadolescentes con epicentro en 7 y 38- y Los Albóndigas -integrada por jóvenes rugbiers de Los Tilos y La Plata-, fueron pioneros de un movimiento que no tardó en sumar nuevos fieles. En un breve lapso las pandillas se multiplicaron y empezaron a dejar huella en las paredes de la ciudad: Los Güitres, Los Boxitracios, Los Osos, Los Mike’s, Los Jíbaros, Los Pene Penetrantes, eran las firmas que señalaban una forma nueva de reunirse y merodear, inspirada en The Warriors, una película de 1985 sobre pandillas juveniles de Nueva York que por entonces transmitían repetidamente en la TV abierta.
En Plagar, el graffiti desde el Bronx a La Plata, Leandro de Martinelli registra esta y muchas otras historias que ayudan a entender la aparición en La Plata -y en muchas otras ciudades- de un tipo específico de graffiti, el graffiti hip hop, un estilo juvenil de escritura callejera que tiene como objetivo firmar las paredes con un apodo y propagarlo. A diferencia de otros tipos de graffiti o arte público, el graffiti hip hop es un arte competitivo, es decir, a más firmas más prestigio. Una razón que pareciera explicar por qué tantas ciudades del mundo han sido invadidas por esta plaga colorida, con infinita capacidad de indignar vecinos y movilizar a la clase dirigente, pero que no alcanza para explicar por qué en algunas ciudades crece y se instala y en otras no.
En sus cuatro ensayos -tres escritos y uno fotográfico- Plagar recorre la historia del graffiti local y global para arrimar una explicación cultural más amplia sobre este fenómeno, cuando mira a la ciudad como un sistema de tensiones en el cual el graffiti hip hop funciona como síntoma de la especulación inmobiliaria, es decir, del abandono de viviendas promovido por la compraventa para demolición y verticalización del casco urbano. “En una ciudad toda graffiteada hay una ilusión de anarquía juvenil, de desgobierno, de libertad, pero es eso, una ilusión, porque el graffiti, ese parásito que se alimenta de la arquitectura, es un arte que crece sobre el abandono urbano, sobre las ruinas que produce la especulación inmobiliaria, y su multiplicación es apenas un síntoma más entre un montón de otros síntomas de ruina, un síntoma espectacular que señala un tipo de poder que no es justamente el de las juventudes que pintan”, escribe de Martinelli en Plagar, y explica: “Lo que se puede leer en una ciudad excesivamente graffiteada es que la autoridad en las calles la ejercen los colegios de martilleros, de arquitectos, de ingenieros, las constructoras y los dirigentes que trabajan en función del negocio inmobiliario, un tipo de poder corporativo que hoy gobierna demasiadas ciudades del mundo”. Así, la responsabilidad de la degradación del espacio público no recae únicamente sobre un grupo de chicos con aerosoles, sino en primer lugar sobre los actores de peso.
El libro indexa también otras experiencias para analizar el modo en que las firmas de graffiteros como Doble 51, Soofa, Murga o Derby producen tensiones con la mirada vecinal, el sistema del arte y la arquitectura moderna. Un libro de lectura ágil que aporta dos novedades: la historia del graffiti hip hop en La Plata y una nueva mirada sobre el fenómeno a nivel global.
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