Damonte y Braña, los abanderados de un “León” convencido de su plan
Edición Impresa | 15 de Mayo de 2017 | 02:43

Por MARTIN MENDINUETA
Fueron más que sólo algunos detalles los motivos que inclinaron la pulseada clásica a favor de Estudiantes. El equipo de Vivas se impuso claramente en el oficio para desenvolverse en los distintos momentos del juego y, para lograrlo, se apoyó en varios rendimientos individuales que terminaron elevando su imagen.
Israel Damonte, Rodrigo Braña, Matías Aguirregaray y Mariano Andújar, cada uno en lo suyo y con sus características, fueron bastiones de un “León” convencido de la receta que había planeado en su laboratorio del Country. Gimnasia, en cambio, fue la nítida imagen de la tibieza, de la falta de confianza y de la confusión. Esto último se advirtió especialmente cuando Alfaro decidió amontonar mediocampistas dejando siempre solo adelante a Nicolás Mazzola.
¿Con qué sentido Gustavo Alfaro permitió que se filtrara antes del partido la certeza de que iba a renunciar independientemente del resultado que obtuvieran sus dirigidos? La mencionada decisión no podía deparar beneficio alguno. ¿No hubiera sido más saludable para un equipo que venía muy golpeado mantenerlo guardado y recién expresarlo una vez terminado este partido tan significativo? La respuesta es contundente: Sí. Y no caben dudas al respecto.
El “Lobo” salió al campo cubierto de arena sin una gota de convicción. En lugar de volcar ambiciones triunfales, pareció sólo dispuesto a aguantar. Dejó la sensación de que su apetito se hubiera saciado con el empate; que el gran objetivo era no perder, zafar el compromiso, sacárselo de encima en lugar de aprovechar la cita para apostar fuerte por el premio mayor.
EL “CHAPU” Y EL “VILLANO” FUERON INDISPENSABLES
Los patrones de la mitad de la cancha resultaron esenciales para quedarse con todo lo que había en juego. Juntos y a la par se erigieron como los abanderados que le otorgaron al “León” ese rasgo combativo que tanto les gusta a sus hinchas.
En ausencia de Ascacibar, Braña se pareció mucho al de su época de esplendor. Como contra Boca en el Unico, corrió, cortó y metió garra transmitiendo inequívocamente las coordenadas que llevarían a la victoria. Fue un garantía de bravura y concentración en el punto neurálgico de la cancha. Allí, donde el que impone condiciones se perfila para adueñarse del festejo final, Braña, profeta adorado en su tierra cervecera, jugó el clásico que debía jugar. Los años pasan, pero no pierde las mañas y mucho menos ese carácter insobornable. Por algo lo quieren tanto, en Quilmes y en Estudiantes. Su idolatría no es casual, es la consecuencia directa de una manera generosa de entregar lo que tiene.
El otro, el “Villano” de cabello platinado es capaz de hacer lo que hizo... Sin perder conciencia de su puesto estratégico, no tuvo miedo de pisar el área rival e involucrase en un “recinto” de la cancha que no es para cualquiera. Israel no sólo convirtió el gol que definió el clásico, metió un cabezazo letal que podría haber ensayado tanto Mauro Boselli como Hugo Ernesto Gottardi tranquilamente. No hizo un gol fácil. Sacudió su cabeza dándole potencia y perfecta dirección a una pelota que se metió limpita.
Además, Damonte redondeó un primer tiempo perfecto. Siempre eligió bien para jugar corto y largo, para pasar al ataque y también para quedarse en la trinchera impidiendo que Brahian Alemán ganara mayor protagonismo.
Ellos fueron genuinos baluartes albirrojos, aunque Matías Aguirregaray, marcando firme y pasando al ataque con decisión, y Mariano Andújar, con tres atajadas clave frente a Alemán, Eric Ramírez y Faravelli, en ese orden, también subrayaron esa supremacía individual donde el ganador sacó claras ventajas.
RESULTADO JUSTO
Con Estudiantes saliendo decidido a ganar y Gimnasia, mientras tanto, herido en su autoestima y con un entrenador que ya había resuelto ponerle punto final a su tan discutido ciclo, no había margen para sorpresas. El resultado fue justo. Ganó el que está mejor. Así de simple.
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