Vereditas platenses

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“Elemental”, le diría Sherlock Holmes a su inseparable amigo Watson. Las veredas no sólo representan la cara de la ciudad; también hablan de su gente y del cuidado que esta le da al entramado urbano.

Aunque, si por esa impresión debemos manejarnos, fácil resulta inferir que a los platenses, poco les importa la ciudad. Ya nadie repara (ni siquiera la comuna, penando como debe ser) en aquellos que colocan por vereda cualquier tipo de lajas o baldosas no contempladas en el Código de Ordenamiento urbano.

Atrévase, estimado lector, a pasear por el centro platense transportando un carro para bebé. Intente comprender los padeceres de la gente mayor, o con dificultades de traslación, que deben circular por la enciclopedia de horrores que son las veredas de la Ciudad.

Anímese a recorrer cien metros por las aceras autóctonas en un día de lluvia sin terminar enchastrado hasta las rodillas a causa de las baldosas flojas.

Respetar los diez, doce o quince metros de frente de la propia vivienda, en cierta forma, también es respetar al vecino.

Plausible resulta, entonces, toda iniciativa tendiente a normalizar (civilizar, debiera decirse) las veredas de la Capital de la Provincia de Buenos Aires. Ayudar, o facilitar la tarea de los vecinos para ponerlas en orden, suena auspicioso. Claro está, siempre y cuando lo de la comuna sea ayuda y no regalo.

 

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