La burla onanista

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Salir de una carnicería con un lechón al hombro, o pasarse varios minutos en la misma cuadra viendo a quién le podían robar, fueron actitudes que dejaron en claro que los ladrones, más que nada, buscaban tentar a la policía. La adrenalina de mostrarse y de que les pisaran los talones fue para ellos un combustible mucho mayor que la plata que pudieron haber juntado. Por eso anduvieron de una punta a la otra, tal vez por recorridos obvios y con la certeza de que en cualquier esquina les podían cerrar el paso. Pero siempre se las arreglaron para zafar, de contramano, sobre la vereda o directamente chocando a los efectivos. Las balizas azules les inyectaron las pupilas cada vez que hacían rugir su moto de cilindrada alta. No sirvieron las voces de alto ni los cerrojos. Su ambición por cerrar el raíd perfecto los envolvió en su propia autosatisfacción. Leer estas líneas en la profuguez seguramente sea para ellos un nuevo triunfo.

 

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