¿Cuál es el riesgo real de que la fiebre amarilla reaparezca en el país?

En plena temporada turística y con una gran afluencia de argentinos a regiones de Brasil donde hay transmisión, infectólogos analizan el escenario en que se encuentra nuestro país

Edición Impresa

NICOLAS MALDONADO

nmaldonado@eldia.com

Tras visitar Brasil semanas atrás, un turista holandés enfermó de fiebre amarilla de regreso a su país. Se trató de un caso aislado que no tuvo mayor trascendencia pero que permite tomar consciencia de cuánto más probable sería que ocurriera lo mismo con alguno de los miles de argentinos que por estos días se encuentran de vacaciones en Río, San Pablo y otras zonas con riesgo de transmisión. La comparación tiene además otro elemento a tener en cuenta: mientras que en Amsterdam no hay Aedes aegypti, en Buenos Aires sí.

En medio del mayor brote de fiebre amarilla que registra Brasil en muchos años (con más de 800 casos detectados y 280 muertes desde que arrancó en diciembre de 2016), el fuerte movimiento de argentinos hacia sus playas llevó a que en las últimas semanas miles de turistas demandaran la aplicación de la vacuna, en muchos casos sin una verdadera necesidad. Entre colas, demoras y reclamos se generó así cierta sensación de alarma en torno a una amenaza que a la mayoría le resulta difícil dimensionar.

¿Hasta qué punto hay riesgo de que la fiebre amarilla reaparezca en Argentina? ¿Qué podría ocurrir si de pronto comenzaran a detectarse casos como pasó hace diez años por última vez?

A mitad de semana, la organización Médicos del Mundo se convirtió en la primera en salir a advertir que el brote de fiebre amarilla en Brasil “puede generar la re introducción” de la enfermedad en la Argentina, donde también existe el mosquito transmisor. Hay “tres Estados demográficamente muy importantes con casos” y “la circulación de turistas (entre ambos países) es muy significativa”, pero además “están las poblaciones de frontera, donde está el vector”, explico Gonzalo Basile, el representante de la entidad a nivel regional.

A su entender Argentina se encuentra hoy en “riesgo medio” de sufrir un brote: “Por el momento no tenemos ningún caso confirmado, pero la situación plantea nuevos desafíos sanitarios. En primer lugar, sería un nuevo problema epidemiológico que se sumaría a los que ya tenemos. Segundo, la re introducción en contextos urbanos densamente poblados puede generar rápidamente una tasa de ataque importante”, afirma al plantear la necesidad de una “estrategia de abordaje integral, nacional y regional”.

CONDICIONES

La última vez que hubo fiebre amarilla en Argentina fue en 2008. Tras varias epizootias en el sur de Brasil y Paraguay, apareció entonces en Misiones, donde se detectaron diez casos humanos de los cuales fallecieron tres. Aunque podría pensarse que se trató de un episodio ya lejano y menor, quienes más saben del tema no piensan lo mismo al remarcar que “los casos que aparecen son apenas la punta de un iceberg” y que se trata de un enfermedad grave para la cual no existe cura aún.

“Lo mismo que el dengue y el zika, en fiebre amarilla lo que se ve es el emergente porque la gran base es asintomática. Entre el 40 y el 60% de las personas infectadas no desarrolla síntomas, lo que no significa que no puedan contagiar igual a través del mosquito vector. Después hay alrededor de un 30% de casos con un estadio intermedio que tienen fiebre y pueden sufrir ictericia. El resto desarrolla el cuadro completo y es ahí donde está la letalidad. Incluso con cuidados intensivos hoy un tercio de estos últimos pacientes muere porque no hay tratamiento”, explica la doctora Silvia González Ayala, titular de la cátedra de Infectología de la Facultad de Ciencias Médicas de la UNLP.

“Si bien hay un viejo eslogan de la Organización Mundial de la Salud que dice que basta un solo caso de fiebre amarilla para que se genere una epidemia explosiva, la verdad es que tienen que darse condiciones muy claras”, señala por su parte el doctor Tomás Orduna, jefe de Enfermedades Tropicales del Hospital Muñiz. Y es que “tendría que ingresar al país una persona infectada en período virémico, ser picada por un Aedes aegypti, que el virus cumpla su ciclo en el mosquito (lo que toma entre 7 y 12 días), y que ese mosquito sobreviva el tiempo suficiente para trasmitirle la enfermedad a otra persona”.

“Frente al escenario que tenemos actualmente en Brasil, no se puede desestimar la posibilidad” de que esto ocurra, reconoce Orduna, para quien “esa posibilidad cierta no se corresponde sin embargo con la alarma que instalaron algunos medios en las últimas semanas. Y es que hay un detalle en el que no se ha hecho suficiente hincapié –dice-: ninguno de los cerca de 900 casos y alrededor de 300 muertes que se registraron hasta ahora en Brasil fueron de trasmisión urbana; sino selvática, lo que significa que esas personas fueron picadas por una especie de mosquito distinta al Aedes aegypti, que es el que tenemos en la ciudad”.

Lo mismo señalan desde el Grupo de Estudio de Mosquitos de la Universidad de Buenos Aires. “Hasta ahora no se urbanizó la fiebre amarilla en Brasil, lo que quiere decir que todavía el Aedes aegypti no está infectado. El día que se urbanice la fiebre amarilla, ahí sí vamos a entrar en riesgo. Los casos actuales son selváticos: gente que se infecta en la selva y llega a la ciudad”.

“Por supuesto que el vector puede cambiar”, afirma por su parte Orduna. “Pero frente a eso lo que sirve no es instalar alarma sino reforzar la vigilancia –dice-. Aquellas personas que viajen a zonas donde hay transmisión deben vacunarse y quienes vuelvan de ellas deben consultar a un médico si en los días siguientes presentan un cuadro febril. Pero tan importante como eso es seguir combatiendo en forma activa al Aedes Aegypti en las ciudades para tratar de disminuir sus índices al máximo”, recomienda el infectólogo.

 

 

Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE