Empatía
Edición Impresa | 4 de Noviembre de 2018 | 08:25

Por DR. JOSE LUIS KAUFMANN
Monseñor
Queridos hermanos y hermanas.
Al tener que entablar cualquier relación con los demás esperamos ser atendidos y comprendidos, dando por hecho que seremos tratados con respeto y consideración. Pero... ¿nosotros lo hacemos así?
El ritmo acelerado que vive la humanidad, salvo honrosas excepciones, generalmente nos hace egoístas. Por eso, nos olvidamos de respetar, atender y comprender a las demás personas. Nos olvidamos o no nos importa hacerlo.
La empatía nos ayuda a recuperar el interés por las personas que nos rodean – o por las que se acercan a nosotros – y a consolidar una sana relación con cada uno de ellas. En efecto, la empatía es el esfuerzo que realizamos para reconocer y comprender los sentimientos y actitudes de todo prójimo, así como las circunstancias que afectan en algún momento. Se trata de una exigencia personal, que no depende del buen humor ni de la simpatía sino de una buena costumbre en la vida. Este esfuerzo habitual fácilmente se convierte en un hábito natural y enriquece nuestra personalidad.
Uno de los grandes vacíos, en la sociedad actual, es la incapacidad para escuchar, debido al egoísmo imperante. La gente no encuentra con facilidad a quien le conceda el tiempo y la atención. ¡Cuántas situaciones se resolverían si todos actuásemos con suficiente empatía! ¡Cuántas relaciones se sanarían! ¡Cuánta paz se construiría!
“Tener el hábito de la empatía es muy simple: sólo es necesario saber detenerse un poco en los demás y, en consecuencia, aprender a actuar con atención”
Tener el hábito de la empatía es muy simple: sólo es necesario saber detenerse un poco en los demás y, en consecuencia, aprender a actuar con atención. Cultivando la empatía, que es un trato natural, se podrá acceder con mayor facilidad a la caridad, que está en el orden de lo sobrenatural.
Para adquirir la empatía será necesario saber sonreír siempre y hacerlo, lo cual genera un clima de confianza y cordialidad. La serenidad que surge de la empatía tendrá el poder de “desarmar” al más aguerrido.
También hay que saber considerar la importancia que cada cosa tiene para los demás, sin hacer juicios sobre las personas o sus problemas. Si alguien se acerca es porque tiene una necesidad real... ¡No hay que defraudarlo sino respetarlo y escucharlo!
Nunca habrá que manifestar apuro, aburrimiento, cansancio o desinterés; tampoco dar respuestas tajantes o cambiar de conversación.
Si alguna vez fuese difícil atender bien a quien se acerca, o existiese un compromiso ya contraído que no puede eludirse, habrá que saberlo expresar con cortesía y cordialidad; de modo que, al menos, se diga una palabra de aliento y de comprensión, o se tenga un gesto de respeto y de bondad.
Finalmente, debemos saber que la empatía es un valor indispensable en todos los aspectos de nuestra vida. Sin ella, será muy difícil mantener y enriquecer las relaciones interpersonales. Quienes se esfuerzan por tener el buen hábito de la empatía, van cultivando simultáneamente otros valores, como son la sinceridad, la generosidad, la confianza, la comprensión, la comunicación, y tanto más.
Por intenso que sea el ritmo de vida actual, siempre podemos ser útiles a los demás, tratándolos como es debido.
Cuando la empatía es sincera no tiene cabida la hipocresía y los vínculos interpersonales favorecen la convivencia social.
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