Se fue una parte de la historia más rica de City Bell
Edición Impresa | 28 de Septiembre de 2018 | 05:48

El 20 de septiembre pasado una chispa de la antorcha de la historia de City Bell se apagó.
Rosita Lüken, viuda de Ciciarelli nació en una casa del lado de las quintas, en Cantilo y Sarmiento, de City Bell, en 1930. Hija única de un inmigrante alemán y una correntina, creció y se crió en el pueblo. Y lo caminó, lo transitó a pie, en triciclo cuando desde su casa aún podía ver pasar el tren; en bicicleta o en auto. Conocía sus rincones, sus estampas y colores en todas sus estaciones; sus historias y su gente, aquella que hizo tanto por el crecimiento y desarrollo de esa localidad. Aprendió de sus padres a cuidar de la tierra y sacar su provecho y belleza, cuidando más de cien frutales de su casa natal, pasó a ser guardiana de los robles y el ambiente natural de la cuadra de Pellegrini donde vivió el resto de su vida.
Su escolaridad se inició en la Escuela Nº 12 cuando hacía apenas unos años que funcionaba en el edificio de calle 4. Tomó su primera comunión en lo que era entonces la capilla del Sagrado Corazón de Jesús, que se estaba terminando de construir; allí también celebró su matrimonio y colaboró tantos años desde el coro de las misas del Padre Dardi y con la música de los casamientos que allí se realizaban cuando pasó a ser parroquia. Su pasión por la música la desplegó como concertista de piano. Se podía escuchar -si pasabas por su casa- los sonidos que surgían del piano de cuarta cola cuando lo tocaba o fragmentos de música clásica que fluían de los parlantes de su combinado, o tal vez los ensayos parciales de los coreutas de Coral Encuentro, ya que por muchos años fue la mano derecha de su director, Luis Büchele.
Revirtió su pequeño núcleo familiar primario cuando se casó con Isaías, un italiano inmigrante con quien potenció los valores de honradez, nobleza, amor al trabajo, a la naturaleza y a la familia, ya que a los cuatro hijos que tuvieron y educaron se sumaron sus nueras y yerno y con ellos, sus familias de pertenencia y amigos; con el paso del tiempo se rodearon de doce nietos a quienes brindó y transmitió su amor a las plantas, a la cultura , a las recetas caseras de dulces y arroz con leche y al disfrute de reunirse al aire libre y en familia.
Egresada como maestra del Normal Nº 1, trabajó como docente de música especial en el Instituto Próvolo y en la Escuela de Internados del Hospital de Niños hasta jubilarse. En reuniones familiares y de amigos, siempre contaba innumerables anécdotas del pueblo, de cómo se habían transformado sus casas, calles y plazas, su cine, sus comercios, sus primeros vecinos y todo lo que habían hecho cada uno por favorecer y embellecer esta villa.
El pueblo de City Bell despide a una gran persona y vecina, una parte de su historia viva, otro testigo del paso del tiempo en esta zona Norte. Honrando su memoria queda su hermosa descendencia –tesoros de su vida -, el soplo de la brisa entre las casuarinas, la sombra de los ombúes y robles, el olor del césped fresco de los jardines, sus canteros de alegrías y tacos de reina, sus largos paseos de la mano de sus hijos y nietos en los otoños luminosos de montañas de hojas secas para zambullirse en ellas, en los grises inviernos salpicados de paraguas y botas de lluvias, en los diáfanos veranos de pileta y atardeceres de mate cocido frío, en las primaveras de corona de novia que, explotando de floración, anunciaba tardes más largas y tibias. Y quedan también, enalteciendo su paso y sus huellas, las tantas historias desplegadas y compartidas a lo largo de sus 88 años de vida en su amado City Bell.
Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE