Ocurrencias: Muñecos y reyes colorean un fin de año recargado
Edición Impresa | 29 de Diciembre de 2019 | 01:58

Por: Alejandro Castañeda
Los muñecos de fin de año cada vez son menos. El cronograma de los festejos barriales está en plena revisión. Hay cierta confusión ante la avalancha de nuevas medidas oficiales. Se teme que, por la emergencia, le acaben poniendo sobreprecio a las mascaritas. La tropa de muñecos ha preferido achicar su oferta hasta que aclare. Las alegorías que invocan figuras o temas internacionales ¿pagarán recargo? Esta fiebre por aferrarnos a lo nuestro, tiene más desesperación que aliento patrio. En un país que vive al compás de los porcentajes, lo de un 30 por ciento al dólar, que se hará notar en todo, nos ha regalado un forzado sentimiento de arraigo. Nada de irse lejos. Ezeiza ha pasado a ser tierra de fantasía. Habrá que hacer un tour para poder conocerla.
Y los pobres muñecos platenses no han escapado a ese clima. Alguna vez se quemaron más de 200, pero el año pasado ya se empezó a notar que la cosa venía cayendo en picada. Y este año la retracción que cubrió todo el mapa le aconsejó a la tropa muñequeril que es mejor entrar en receso que salir a pedir lo que nadie tenía. Hay menos propuestas que nunca en esta tradicional modalidad, pese a que el municipio alargó los plazos para tratar de ligar algunos indecisos de última hora. La situación no está para juegos. No sobra nada para ir quemando. Los muñecos orillaron el default. Todo cuesta. Si hasta las dueñas de casa aspiran a que el arrollado y el salpicón hagan el aguante hasta el 2.
Los muñecos logran que el espacio público recupere su aliento festivo y se olvide de refriegas y protestas
Después del festejo navideño y con los Reyes Magos en precalentamiento, queda poco remanente en los bolsillos argentinos. La diferencia es tajante: Papa Noel se señorea en los shopping y los Reyes en los maxikioscos. El gordo abrigado ejerce su reinado desde las vidrieras y se ha constituido en el supremo regalador de un país que sólo te obsequia decepciones. A los Reyes sólo les queda la fama y un pasado bíblico. Cabizbajos y eclipsados, vienen llegando al tranco, buscando precios y revancha. La interna de los paquetitos tiene su grieta: ¿Reyes Magos o Papa Noel? Los nuevos tiempos regaladores ya tomaron partido. Pero el pesebre de Olivos, que rescata tantos olvidados, seguramente le hará un lugar al trío de los camellos. Papa Noel pasó con recargo para dejar un mensaje vernáculo de la Casa Rosada: que no se escape nadie. No sólo para obligarlos a estrechar filas, sino para asegurarse más contribuyentes. A la sombra del nuevo dólar, llegó la hora de reivindicar las playitas criollas y esperar que el efecto derrame le pueda echar una mano a Chascomús y a la Isla Paulino.
La montaña rusa del 2019 nos puso al borde de un final con mucho traqueteo, recambios y sacudidas. Se acaba por fin uno de esos años que ha ganado en buena ley el derecho a ser quemados. Los muñecos están para eso. Es una forma de opinar que adquirió la Ciudad. Hay algo de exorcismo en las llamaradas. En las fogatas, el vecindario acaba arrojando al fuego un imaginario recargado de penurias. Y desterrada la pirotecnia, esas performances barriales auspician un regreso a la vereda y al amiguismo, tan necesarios y olvidados.
El plan recaudador del Gobierno nos trajo un verano de emergencia que exige lo de siempre: que el pueblo haga un nuevo esfuerzo para seguir sosteniendo un Estado que cada vez te pide más y te devuelve menos. Los chicos ruidosos que arman los muñecos y sacan a la calle su regocijo, desafían con sus ocurrencias la seriedad de una crisis que no se apaga ni con fuego. Y le añaden, de paso, algo de fábula y ficción a tanto realismo descorazonador. Estos muñecos, vistosos y efímeros, nos enseñan que todo dura un instante y que detrás de ese fuego que ilumina por igual un debut y una despedida, arden las dudas y las expectativas. Los muñecos se revalidan como una de las formas de opinar que tiene la Ciudad. Con su presencia introdujeron una cuña localista en un calendario festivo ocupado por tres pesos pesados: Navidad, Año Nuevo y Reyes. Con sus invocaciones aportan temas, protagonistas y preocupaciones. Y además logran que el espacio público recupere un concurrido aliento festivo y pueda olvidarse unos días de refriegas y protestas.
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