“M’hijo el Dotor”, o el resabio de una Argentina que ya no existe
Edición Impresa | 27 de Abril de 2019 | 03:01

Por: Florencia Casamiquela
Dirigente del PJ bonaerense
El fracaso de la política económica oficial ya no se discute. El deterioro de los indicadores de desarrollo humano, tampoco.
El gobierno apeló a medidas improvisadas de control de precios, pero las góndolas indican que “el pacto de caballeros” ha resultado insustancial y decididamente ineficaz: los precios siguen trepando mientras los ingresos salariales no llegan a cubrir ni la mitad de la inflación registrada en términos interanuales.
El desconcierto y la desazón han ganado a la ciudadanía, ante una caída que parece no tener piso. ¿Qué hacer, entonces?
El regodeo ante el fracaso ajeno no parece llevarnos a ningún lado. El haber advertido hace tiempo que el camino era el equivocado, tampoco.
Hace falta, entonces, pensar en salir de esta situación mediante la convocatoria a un gobierno de unidad nacional. Los partidos, las facciones y las parcialidades carecen de la potencia necesaria para salir de un pozo tan profundo.
La magnitud de la crisis en curso exige la mancomunión de voluntades múltiples, aunadas en la idea de repensar un horizonte de mediano alcance que permita mejorar las perspectivas de un país que hace rato anda a la deriva.
Estamos ante algo de mayor densidad que una mera crisis de coyuntura. Hay un deterioro sistemático de las variables macroeconómicas y sociales que están consolidando una sociedad estratificada, quedando en la memoria aquella Argentina de la movilidad social ascendente.
El problema ya no es la pobreza, sino su cristalización y la falta de perspectivas de mejora. El ideal de “M´hijo el Dotor” es el resabio de un país que ya no existe, pues ya pocos imaginan que sus hijos habrán de tener un futuro mejor que el actual.
La Argentina no está condenada al éxito, es evidente. Pero tampoco estamos condenados al fracaso. Somos libres de elegir nuestro destino, si comenzamos por dejar de invocar fatalidades históricas, geográficas, étnicas o religiosas como causales de yerros que en verdad son propios.
Está en nuestras manos insistir en recetas ya fracasadas o, por el contrario, intentar un camino diferente que permita alumbrar nuevas respuestas para viejos dilemas aún irresueltos.
En la Argentina no existe una mayoría política clara que pueda ser la locomotora, per se, de las transformaciones que el país necesita. En su lugar hay un conjunto de espacios, todos minoritarios, estructuralmente frágiles para ponerse al hombro la ciclópea tarea de liderar un proceso virtuoso de crecimiento y desarrollo.
Roberto Lavagna es claro en su convocatoria a articular esas minorías en un consenso respecto de diez puntos básicos para salir de la crisis. No hay que renegar de ninguna identidad ni de ninguna historia: peronistas, radicales, socialistas, progresistas e independientes somos convocados a pensar un nuevo camino.
Hablar de consenso, entonces, tiene la densidad de la convocatoria a una nueva épica: dejar atrás el país de la grieta permanente para reconstruir la fuerza social necesaria para ponernos de pie. Que así sea.
“El regodeo ante el fracaso ajeno no parece llevarnos a ningún lado. Hace falta convocar, entonces, a un gobierno de unidad nacional”
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