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Los ruidos de la pieza 22 y el silencio de los candidatos

Los ruidos de la pieza 22 y el silencio de los candidatos

ALEJANDRO CASTAÑEDA
Por ALEJANDRO CASTAÑEDA

1 de Septiembre de 2019 | 02:41
Edición impresa

Jorge vive en la calle 1, pegadito a un albergue transitorio. Y desde su casa tiene que escuchar todo lo que pasa en la pieza 22. Dice que no da más. Y recurrió a la justicia para terminar con esta cadena de suspiros y festejos. E l silencio se cotiza mucho ante al palabrerío demoledor de estos días. ¿Es mejor escuchar a los de la 22 o a los melosos candidatos de hoy? Es que alivia saber que aún queda un par de argentinos que durante dos horas la pasan bien y piensan en otra cosa. Al principio quizá haya sido pintoresco estar allí, casi en la entrepierna de esos vecinos tan entretenidos, pero a Jorge lo abruma la cantinela resabida de unos visitantes que, como las excusas ministeriales, siempre repiten lo mismo.

Todos deseamos esa cuota de silencio que nos libre un rato de esta ensordecedora actualidad, tan numérica y decepcionante. Hasta en la Casa Rosada anhelan una nada sin ruidos, un sigilo de tiempo desprovisto de novedades, porque siempre son malas. En los hoteles todo es paréntesis. Y en el afuera sobran esas voces mentirosas que al final hacen más daño que estos amoríos que esperan su turno. Los albergues con paredes blandas le ofrecen al vecindario una cuota extra de morbo que todo consorcio sabrá administrar. El aprender a escuchar fue una inercia salvadora cuando el hombre primitivo salía a cazar. Y hoy los oídos siguen alertando sobre la media lengua de un mundo que se expresa cuando calla más que cuando habla. El Gobierno espera, más ansioso que Jorge, no tener que escuchar a un Alberto que con monosílabos sacude una plaza a la que sólo le quedó un tobogán para venirse abajo. Y los mercados están pendientes del franeleo contaminado de esta pareja que, desde su pieza 22, alborota todas las vecindades.

Aturdido por este jaleo sin horario, el sufrido vecino de la calle 1 ruega que los huéspedes elijan otro cuarto para sus menesteres o que lleguen novios más callados, pero agradece que el telo haya perdido clientes por culpa de una crisis que también se mete en la cama del placer, aunque nunca acaba. Cuando escucha la puerta de la 22, hoy Jorge debe pedir que aporten un mejor repertorio a la banda sonora de un país que hace ruido porque siempre se está derrumbando.

En gobierno también necesita silencio. Como no le dan pausa, inventa palabras para bautizar una “mishiadura” que no cabe en ningún diccionario. Lo de “reperfilar” es una manera engañosa de nombrar lo innombrable. Mientras el riesgo país y el dólar suben alegremente, los estrategas oficiales se la pasan buscando sinónimos aliviadores, como lo del “default selectivo”, que quiere hacernos creer que estamos seleccionados para algo, aunque no sea para lo bueno.

Todos deseamos esa cuota de silencio que nos libre un rato de esta ensordecedora actualidad

 

Así como kicillof fue el precursor del funcionario sin corbata y así como el menemismo trajo los besos al gabinete, el macrismo se ocupó en darle vuelo oficial a la indumentaria casual. Es curioso que el candidato de los descamisados sea un hombre de corbata permanente. Y que los prolijitos del Cardenal Newman hayan optado por la informalidad y el no me importa. Macri sin duda va a dejar un gobierno desabrochado. Si su plan era terminar con la pobreza y la corbata, convengamos que un cincuenta por ciento de ese plan se cumplió. En su legado aparecerá la impronta de un gabinete en camisa que siempre estaba vestido como para ir a pasar el rato. El hábito no hace al monje, pero todo cambio de apariencia siempre busca redondear alguna imagen y enviar un mensaje. A Macri los mercados le están organizando la despedida y de a poco el hombre va levantando sus cosas en Olivos, dejando que la nostalgia recuerde estos tres años de privaciones, estrés y volantazos, con mucho rumbo y poco avance. Las esperanzas hoy están puestas en la mudanza. Las PASO avisaron que vayan reservando canastos y camiones para poder volver con el ánimo mejor a esa quinta que, con sus nombres, anticipa el tono de la futura estadía: Los Polvorines es el pueblo elegido y es también un anuncio de que a su alrededor todo puede estallar. Y la quinta se llama Los Abrojos, que de alguna manera traduce su propósito de no dejar escapar aquellos votos que años atrás quedaron adheridos, pero que se fueron despegando.

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