El detective olvidadizo y un casamiento que casi termina a los tiros
Edición Impresa | 4 de Octubre de 2020 | 05:05

Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com
“El nombre del novio engañado me lo llevo a la tumba. El de la novia y el tercero en discordia, se los podría dar”.
¿Y cuál sería la diferencia?
“Que el novio fue la víctima”.
¿Y los otros dos, no?
“Puede ser, sí”.
Me llamó hace unas noches. Una voz vieja pero clara.
“Me dijeron que usted anda queriendo escribir algo sobre el casamiento aquel de la Iglesia San Ponciano”, me dijo. Y no pregunté quién era, ni quién le había dado mi teléfono. Sólo dije que sí, que había estado rastreando datos sobre ese asunto pero que no había encontrado mucho más de lo que se ha escrito. Que un amigo del tío, del sobrino, del vecino, de la cuñada, del otro vecino, del amigo y así, en una larga cadena de supuestos hasta encerrar el asunto en la incertidumbre de la leyenda urbana.
“Yo puedo contarle”, dijo, como desafiando.
Acordamos un encuentro con todos los cuidados posibles. Fue en una casa antigua, con una amplia galería convertida en un espacio vidriado, una sala llena de libros, diarios, revistas y papeles revueltos sobre los que dormía un gato gordo. Si algo sobraba eran metros para mantenernos a distancia.
En el invierno de 1981, el confidente acababa de cumplir 45 años y era suboficial del Ejército Argentino, destinado a tareas administrativas en el entonces edificio militar de diagonal 78 y 10. Estaba ahí por razones de una dolencia que no le alcanzaba para tramitar el retiro por incapacidad. Para sumarle puntos a su salario se había puesto a ordenarle papeles a un par de camaradas, que un año antes habían abierto una agencia de detectives en un local de los pisos altos de una galería céntrica que albergaba pequeñas oficinas. Por aquellos años, no pocos ex militares y ex policías incursionarían en asuntos vinculados a la seguridad privada y algunos, al transitar caminos menos iluminados, se harían conocidos como “mano de obra desocupada”.
Ordenar los papeles en esa agencia de detectives era, en la práctica, llevar la agenda de trabajo que por entonces era abultada. Y eso de llevar la agenda era organizar los seguimientos, clasificar datos y ocuparse de hacer revelar y copiar “en lugares de confianza”, las fotos en blanco y negro que llevaban los “seguidores” y, sobre todo, cuidar que no se perdiera ningún negativo. Dijo que trabajó cinco o seis años en esa agencia hasta que los socios se pelearon “por pavadas”, y decidieron separarse. Uno se quedó en la galería y el otro montó una oficina en un subsuelo no muy lejos de ahí, en un local pequeño, con los vidrios tapados con papel engomado, de color blanco.
“Yo fui militar en la época brava pero le aseguro que no entré en ninguna cosa jodida. En ese entonces era una buena carrera, pero a mí siempre me gustó leer, escribir, el cine, el teatro. Yo duermo tranquilo, sé que nadie me va a venir a tocar el timbre”, fue lo primero que dijo.
“La gente cree que los detectives privados están solamente para asuntos de infidelidades”, se río para adentro. Y se despachó con algunas anécdotas. Una más sabrosa que otra.
“Una vez el dueño de un negocio muy importante de Calle 12 vino con que sospechaba de un empleado. Se le había puesto la idea de que el tipo le robaba. Ya le había puesto trampas, como dejarle plata de más en la caja y esas cosas. Imagínese que no había cámaras, no había videos como ahora. Mis amigos tomaron el caso y al final lo terminé resolviendo yo, el administrativo. En un día le aclaramos el asunto. Me paré una tarde en la esquina del negocio y cuando el empleado salió, lo seguí. Iba como para la Plaza Tacuarí a la parada del micro 6, uno blanco y negro. Pero el tipo no se detuvo en la parada, siguió por 12 hasta 65, dobló y se metió en un auto, un Fiat 600 nuevito, no le digo último modelo pero nuevito, de pocos años. El tipo hacía como que se iba a tomar el micro y caminaba, capaz que cuando llovía se mojaba un poco pero después se subía al autito que se había comprado con el robo hormiga que venía haciendo. Cuando le contamos al dueño del comercio y lo encaró, se abatató y terminó confesando. Por eso le digo: no todos los detectives se dedican a seguir a gente infiel”.
UN CASO DE APURO
Sugerí que ese empleado era, de alguna forma, un infiel y se sonrió, para enseguida aclarar, como si hubiese hecho falta, que se refería a “los infieles del corazón”.
Después de un café bien caliente que él mismo se encargó de servir en dos vasos de cartón y desde un termo que seguramente alguien le había dejado preparado para la visita, fuimos al grano.
“Lo del casamiento del escándalo fue verdad. Pero yo que usted dudaría de que haya sido en San Ponciano. Fue verdad, pero una verdad a medias porque el novio no la denunció a la novia en el altar. El cura no alcanzó a preguntarle si la aceptaba por esposa. El escándalo fue antes, cuando ni bien la vio entrar a la iglesia. Ahí el tipo enloqueció y empezó a decirle de todo, delante de todos”.
Le recordé que la versión original de la historia decía que el sacerdote había quedado perplejo cuando al hacer la pregunta de rigor, el novio (siempre de acuerdo con el relato que hasta hoy corre de boca en boca) dijo “no acepto porque esta señorita se acuesta con el padrino”.
“Tampoco era el padrino y el día del escándalo el tipo, el tercero en discordia ni siquiera estaba en la iglesia. Se enteró después, vaya a saber cómo, de lo que había pasado en el casamiento”, agregó.
En un relato que por momentos se trepaba a las ramas, se asomaba a postales de una ciudad diferente, de un tiempo distinto, el hombre se detuvo en un detalle que a la luz de lo que vendría después, resultaría clave.
“Nosotros cometimos un grave error y por eso el hombre estaba todavía más envenenado. Llegó a decirnos que nosotros, los de la agencia de detectives, se lo habíamos hecho a propósito. Lo cierto es que a nosotros el caso nos lo tiró por la cabeza y si hubiese sido por mí, no lo tomaba. Pero, ya le dije, yo era administrativo, muy de vez en cuando salía a la calle a hacer alguna pesquisa como la del ladrón hormiga, pero yo para decidir cual caso se tomaba y cual no, no cortaba ni pinchaba. Y vino el tipo una mañana a la agencia y estuvo como dos horas hablando con uno de los socios, de los detectives. Vino, no le quiero exagerar, 10 días antes del casamiento por civil. Normalmente un caso así no se acepta, con poco tiempo para trabajar, no sé por qué pero lo tomaron. Calculo que por lo que estaba dispuesto a pagar, porque le cobraron casi el doble de lo que era un trabajo de esos. ¿A plata de hoy, me pregunta? Y, entre gastos de seguimiento, fotos, viáticos y los honorarios de los detectives calcule 60 mil pesos de hoy y el hombre pagó 110 mil pesos. Entregó una parte y el resto dio tres cheques que resultaron buenos. El tipo desconfiaba de la novia y le voy a contar una cosa que se va a reír: el hombre creía que ella andaba con una mujer. Y lo primero que hicimos fue seguirla a ella y a una amiga, una chica que trabajaba en una escribanía. A pesar de que una venía de una familia de plata y la otra era una piba humilde, eran muy amigas, calculo yo que la piba de la escribanía sería su confidente. Al novio se le había puesto esa idea de que podría haber algo entre su novia y la amiga. Pero cuando las seguimos nos dimos cuenta que no pasaba nada. A veces tomaban el té en La París o en otra confitería de la 51, enfrente del Automóvil Club. Nada más que eso”.
¿ Y qué fue lo que dice que envenenó al novio más allá de saberse engañado? ¿Por qué se la agarró con ustedes?
Espere, tenga paciencia, ya le voy a contar.
UN OLVIDO IMPERDONABLE
A esa altura, temeroso de perderme en el relato, le pedí que empezara desde el principio, con calma y prolijidad, cuestión de no dejar migas tiradas.
“¿Bueno, por dónde quiere que empiece?”, preguntó, en tono de profesor que se congratula por el interés que demuestra un alumno.
-“Por la pareja, mejor dicho, por los tres”, sugerí.
-La historia de los novios, normal. Él, un buen muchacho, recién recibido -no le voy a decir de qué- y ella lo mismo. Llevaban seis años de novios, de buenas familias pero la de ella de mucha plata, y cuando le digo de mucha plata imagínese lo que quiera. Ella no se quería casar pero después de seis años de novios parece que se tenía que casar. Las cosas antes eran así. Hay gente que no sabe decir que no y eso es tan malo como no saber decir que sí. Mire, yo ya tengo bisnietas y sé cómo es la juventud de ahora. La verdad es que esa chica, hoy en día, como se han puesto las mujeres, no se casa ni ebria ni dormida.
-¿Y el tercero en discordia?
-Cerca de los 30 años, empleado en un ministerio. Vivía con la madre, dos hermanas, una tía y la abuela. Bendito era entre todas esas mujeres. Buen tipo, pero con un futuro dudoso, digo yo. Encima se la jugaba toda en el Hipódromo. Pero era prolijo eso sí, porque se jugaba el sueldo y no se endeudaba con los prestamistas de ese entonces que eran mafia. Recuerdo a uno que le decían El Viejo, que era un comisario general. Ese manejaba todo el negocio de los prestamistas en La Plata. Bravo el tipo. Tanto que los gitanos que vendían autos usados a crédito, le mandaban los clientes a financiar con él. Ni se les ocurría puentearlo y financiarles por las de ellos.
-¿Y cómo fue que la novia del novio y este hombre se enredaron?
-Alguien nos había dicho que se conocían hace mucho y que siempre se habían gustado. Pero bueno, esas historias de las que está lleno el cine, la televisión... ella mucha plata, él un seco. Pasó siempre eso, debe pasar ahora también. Nosotros nunca pudimos saber bien desde cuánto tiempo hacía que eran amantes porque el caso nos vino de golpe, no tuvimos mucho tiempo de hacer tantas averiguaciones. Capaz que venía de antes, capaz que era una pasión de lejos y no podían controlar pero tampoco podían contar. O capaz que era una calentura, nomás. Mucho tiempo después a mí me llegaron algunos comentarios que decían que en realidad siempre habían estado enamorados y que ella no se había animado y me parece que a él le faltó valor. Pero bueno, cosas que se dijeron después. Algo de eso, de la falta de coraje de esos dos, habrá habido porque después del escándalo ella se fue de La Plata y él se mudó, de apuro, porque tenía miedo que en cualquier momento lo fuesen a buscar.
CINCO VALES PARA COMER EN LA AGUADA
-¿Y qué averiguaron siguiéndolos?
-Que iban a un hotel alojamiento por la Ruta 11, no muy lejos de La Plata. Un lugar sin lujos. Me causó gracia la primera vez que vi las fotos del seguimiento porque en la entrada al hotel había un cartel que decía: “Descuentos a Taxistas y Camioneros”. Iban en el auto de ella, un Ami 8 nuevito. Nosotros calculamos que irían una vez por semana o dos porque le repito que, por el tiempo que teníamos, no hicimos muchos seguimientos. Pero en el segundo o tercero tuvimos suerte y los enganchamos.
-¿Y cuál fue el error de los detectives privados?
-Uno de ellos se olvidó en un taxi el portafolios con todo el material reunido. Las fotos, los negativos, todo. El tipo se casaba por civil un viernes y el martes nosotros habíamos perdido todo. Lo único que podíamos darle era todo verbal, palabras nomás. Un desastre.
-¿Y qué hicieron?
-Hicieron lo que yo no estaba de acuerdo en hacer y que fue decirle una verdad a medias. Por un lado le contaron lo que habían visto en los seguimientos, pero por otro le dijeron que habían perdido las pruebas.
-Pero esa no fue una verdad a medias. ¿Acaso no fue lo que usted dice que pasó?
-Para ese hombre era una verdad incompleta. Unos extraños le decían algo terrible sobre la mujer con la que se iba a casar pero no se lo podían probar. Yo no estuve en esa charla, pero me contaron que el tipo se quedó en silencio un rato largo hasta que se paró y dijo que bueno, que muchas gracias, que ya iba a ver cómo seguía. No se olvide usted que a esa altura el hombre tenía encima el casamiento por civil.
-¿El hombre se casó por civil y al tiempo apareció el portafolios con las fotos?
-No llegó a pasar un día, pasaron horas nomás. El casamiento fue en el Registro Civil de diagonal 79 y 55, al mediodía, y el que devolvió el portafolios se presentó en la agencia a las dos de la tarde. Encontró la agencia porque adentro del portafolios había tarjetas personales. Cuando vio el contenido, se avivó. En agradecimiento le dieron, póngale tres mil pesos de ahora y cinco vales para ir a comer a La Aguada.
-¿Las fotos eran muy comprometedoras?
-Unos besos dentro del auto y ellos entrando al hotel. Algunas muy borrosas porque no eran las cámaras de fotos que hay ahora. Había que ampliarlas mucho y se perdía la claridad de la imagen. Pero eran ellos. Después de deliberar decidieron llamar al novio y contarle. Yo ahí sí estuve de acuerdo. El pobre hombre al fin y al cabo merecía la verdad o una verdad entera. El asunto es que el tipo, recién casado por civil, era difícil de ubicar. No había teléfonos celulares, como ahora. Recién como a las 8 de la noche de ese viernes la madre atendió el teléfono y nos pasó con él. Se tomó un taxi y vino volando. No le puedo describir lo que lloraba ese hombre. Lloraba y nos puteaba. Llegó a decir que se lo habíamos hecho a propósito, después se calmó y entendió.
-Casado por civil y con la ceremonia de iglesia por delante...
-Tal cual. Mis amigos, los detectives, ese fin de semana se fueron a Mar del Plata con sus esposas y yo me quedé. Le juro que tuve miedo de que pasara una tragedia, que todo terminase a los tiros, y casi me rajo de la ciudad yo también. Pero no pude aguantar y a las 9 de la noche estaba ahí, en la iglesia, disimulando entre la gente.
JUNTOS, AL FINAL
-¿Fue en San Ponciano?
-O no. Capaz que fue en otra iglesia. Yo vi las cosas de lejos pero escuché el revuelo y los gritos. Me senté en la placita esa chiquita que hay enfrente, la que tiene como una fuente, y desde ahí vi cómo salía la gente, espantada. Y vi también cuando se lo llevaban a él, al novio, entre tres amigos lo subían a un auto y lo sacaban de ahí.
-Entonces fue en San Ponciano (insistí a partir del dato de la plazoleta con la fuente).
-Yo no le voy a decir si fue o no fue en San Ponciano, dijo, serio y fastidiado.
-¿Y a ella la vio salir de la iglesia?
-No. Cuando vi que al novio se lo habían llevado me dije bueno, no la mató, no empezó a los tiros ahí adentro. Y me fui caminando hasta Plaza San Martín, me tomé el micro 3, el verde, y me vine a casa.
Estuve tentado en volver a la carga y decirle que si se había ido caminando para Plaza San Martín, entonces la iglesia era San Ponciano. Pero desistí y preferí preguntarle otra cosa.
-¿Y no le llama la atención que semejante escándalo, ante tanta gente que había en la iglesia, nadie haya contado nada en firme en todos estos años?
-No sé qué decirle.
Me contestó mirando a la biblioteca que tenía enfrente, como buscando algo para mostrarme y que finalmente no me mostró.
-Me dijo que ella se fue de La Plata, que su amante se mudó y no se supo más de él. ¿Y el novio engañado?
-Tampoco supimos más -se encogió de hombros-, supongo que habrá encontrado otra mujer y que con el tiempo se habrá podido olvidar de semejante locura que le tocó vivir. Como un mes después de todo aquello llamó a uno de los socios de la agencia para preguntarle si conocía gente para mandarle una paliza al tipo con el que su ex novia lo había engañando. Pero nosotros no entramos en esa. Y del tipo, del novio engañado, no supimos nada más.
Cuando nos despedimos ya era de noche y empezaba a lloviznar. Le agradecí la charla y, por anticipado, las “anécdotas de detectives privados en La Plata” que se ofreció a contarme otro día.
Ya en la vereda volví a saludarlo y entonces preguntó: “¿No quiere saber el nombre del tercero en discordia, aunque sea?”.
Lo pensé un momento y dije: “Déjelo que siga junto al de ella, en ese rincón oscuro de su secreto. Para dos que quisieron y no se animaron a poder, que estén juntos ahí, algo es algo. Y otra vez gracias por el café”.
En el casamiento del escándalo, el cura no alcanzó a preguntarle si la aceptaba por esposa
“Uno de los detectives se olvidó en un taxi el portafolios con todo el material reunido. El tipo se casaba por civil un viernes. Lo único que podíamos darle era todo verbal, palabras nomás. Un desastre”
“Como un mes después de todo aquello llamó a uno de los socios de la agencia para preguntarle si conocía gente para mandarle una paliza al tipo con el que su ex novia lo había engañando”
“Le juro que tuve miedo de que pasara una tragedia, que todo terminase a los tiros. No pude aguantar y a las 9 de la noche estaba ahí, en la iglesia, disimulando entre la gente”
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