Último primer día, un festejo que pone en guardia a la Ciudad
Edición Impresa | 9 de Marzo de 2020 | 04:05

Llevan meses, tal vez un año, preparándose para este último primer día (UPD). Una jornada en la que -presienten (festejan, lamentan)- se cifra el principio del fin de una etapa. Y que, como tal, merece ser celebrada.
Por eso, esta semana, y durante al menos los próximos diez días, la Ciudad amanecerá al ritmo de esos UPD, el ritual cada vez más extendido entre alumnos y alumnas que inician el 6º año del secundario. Un festejo que implica mucho consumo de alcohol en la noche de la víspera al comienzo de clases, “pasar de largo” hasta la mañana siguiente y marchar en ruidosa caravana, sin dormir, hasta el colegio. Una velada que moviliza a miles de adolescentes, pero también a padres, directivos, docentes y autoridades estatales, quienes se ponen “en guardia” con operativos especiales y guías de recomendación tendientes a “problematizar” los riesgos del alcohol en menores de 18 años (Ver aparte).
“Es una fiesta para disfrutar, para compartir entre todos y mostrar al colegio cómo es nuestra promo”, explica Martina, que tiene 16 años y el próximo miércoles empezará 6º año en el Normal 1. Luego de haber pasado la noche en un bar del centro de la Ciudad, llegará a la escuela de 51 entre 14 y 15 junto a otros 150 menores, entre batucadas y ondeando banderas, como parte de una ceremonia de la que también participarán padres y directivos, quienes recibirán con un desayuno a los futuros egresados.
“Es una propuesta que salió de las autoridades del colegio -dice Martina- y se invitó a los padres por una cuestión de seguridad, para que los chicos lleguen bien a sus casas y para que no estén alcoholizados dentro de la escuela”.
La opción del desayuno, con los padres y directivos acompañando en el UPD, también estará en una tradicional escuela de gestión privada del centro platense, desde donde destacaron que “todo el personal se pondrá al debido servicio de estos jóvenes que festejarán en la vereda del colegio. [El UPD] siempre se hace con la condición sine qua non de que los padres y madres estén presentes, cuando los chicos entran a la escuela, cuando desayunan y para que, si no están en condiciones de estar en clases, se los lleven a casa a dormir, que es lo que tienen que hacer. Los chicos no pueden estar un día sin dormir”, enfatizaron.
“Mis papás saben todo”, exclama Mirna, que con 17 años la semana que viene empezará a cursar 6º en el Normal 3 de La Plata. Agrega que sus padres fueron “los primeros en enterarse” y la ayudaron “a hacer cosas para recaudar plata para el UPD”, como por ejemplo organizar ferias y rifas para reunir los 350 pesos que cada alumno tuvo que poner para gastos como bebidas, banderas, remeras, pirotecnia y fotógrafo. Eso sí, se ahorraron el alquiler de un salón o boliche: “Porque pasamos la noche en la casa de un compañero. Así que no vamos a estar solos en la joda, su mamá se queda a cargo de todo”, avisa Mirna.
También Martina, 18, alumna del Manuel Belgrano, agradece a su mamá, que “siembre me bancó y pese a las complicaciones económicas no quiso que me quede sin el UPD”, instancia que, en términos bien adolescentes, describe como algo que la “‘manijea’, porque significa el cierre de una etapa muy larga, donde muchas veces la pasamos mal, a veces bien, reímos, lloramos y nos enojamos. Festejamos porque nos emociona que sea el último primer día en el que nos vamos a ver las caras”.
Es, por decirlo de otro modo, la cuenta regresiva de una despedida: “Para mí, además de un festejo, es un ‘break’ (quiebre) para pensar que ya se termina todo, y que después de tanto tiempo en el colegio llegó la etapa en la que hay que disfrutar y hacer que esta tradición pase de promoción en promoción”, define Juan Ignacio, de 17 años y que asiste al Nacional, cuyos estudiantes acaban de firmar un acuerdo de convivencia con sus pares del Liceo “Víctor Mercante”, con quienes mantienen una histórica rivalidad.
“Allí se comprometen a no perjudicar ni dañar a otros estudiantes ni al patrimonio edilicio, ni a interferir en la prestación de servicios como transporte y salud”, enumeró la directora del Liceo, Constanza Erbetta, que aclaró que el “último primer día” de los alumnos de 6º será el martes 17 y habrá clases con normalidad. “Se los recibe, se invita a las familias para disminuir cualquier riesgo y luego deberán ingresar al aula, siempre y cuando estén en condiciones de hacerlo”.
El consumo excesivo de alcohol, admiten en los colegios, es un tema a “problematizar” en las reuniones familiares, aunque, aclaran, como ello sucede en la víspera del ingreso a clases, fuera del ámbito educativo, “la escuela no tiene injerencia. Es responsabilidad de las familias”. La modalidad, extensión y costo del festejo varía según cada promoción: están los que hacen una “previa” antes de llegar al salón, boliche o casa elegida para la fiesta, donde continuarán tomando; los que beben en el micro que los llevará al punto de encuentro y en el de regreso al colegio; los que armaron un “pozo” -que oscila entre los 350 y 500 pesos por alumno- durante el año para las bebidas o los que pagan una entrada de 550 pesos que incluye barra libre toda la noche.
“Como adultos no nos podemos negarnos a la existencia del UPD”, le dice a EL DIA la directora provincial de Educación Secundaria, Myriam Southwell, quien entiende esta etapa como parte de un ritual estudiantil enmarcado en la larga trama del proceso pedagógico que concluye. Un ritual que “debe tener un sentido, pues estamos ante una circunstancia en la que convergen alegrías, pero también inseguridades, temores, incertidumbres y los alumnos no pueden quedar a la deriva como estudiantes sueltos que un día parecen liberarse de sus amarras. Debe tomarse como un elemento más de la institución, que tiene que estar preparada para acompañar propiciando el cuidado hacia uno mismo, hacia los demás y hacia el patrimonio edilicio”.
Para Southwell, de lo que se trata es de hacer “un abordaje organizado, con la recibida por parte de las familias y directivos, con un lugar habilitado en la escuela para la celebración y, por ejemplo, compartiendo un desayuno”.
Pues, concluye la funcionaria, que la comunidad educativa se involucre en los festejos es fundamental a la hora de “demostrar que se puede celebrar de otra manera, que el ritual no sólo debe canalizarse por la vía de la transgresión”.
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