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En la zona de La Franja, rodeada por asentamientos donde viven unas 16 mil personas, el COVID-19 multiplica el drama y las necesidades más básicas. Cómo se vive el aislamiento en las familias donde hay casos
Laura Romoli
lromoli@eldia.com
Felipa llora. Ahora, que lo peor ya pasó, ella empieza a liberar la angustia. Esa que la inundó hace una semana, cuando le dijeron que la fiebre que tenía Aylin, su nieta de ocho meses, era por coronavirus. “Nos hablan de distanciamiento, pero lo único que yo quería era abrazarla”, dice, mientras la mirada se le afloja por encima del barbijo y otra vez llora. Aylin está bien. No fue necesario internarla y ahora, que pasó lo peor, se ríe sin parar. Por eso es que Felipa ya tiene tiempo de llorar. Junto a su marido, su nuera y sus dos hijos, que no presentaron síntomas, permanecen aislados en su casa de El Palihue, donde a las necesidades habituales se les suma las carencias que se presentan ante imposibilidad de salir hasta tanto no pasen los 15 días que marca el protocolo.
El caso, como muchos otros que van apareciendo, no sólo confirma la llegada del virus a los barrios vulnerables de la Ciudad, representa en forma testimonial lo doblemente difícil que es para un grupo familiar que vive con lo justo afrontar una situación de confinamiento, requiriendo de asistencia para las necesidades más básicas. Sólo en torno a La Franja entre Berisso y La Plata, como se denomina a la zona que reúne los barrios de El Carmen, Villa Montoro, El Palihue y Villa Alba, hay, afirma el párroco Cristian Gonzálvez, unas 16.000 personas viviendo en asentamientos.
Saber dónde queda la casa de Felipa Recaldes (40) es fácil si uno recuerda la indicación del gran bache, hecho zanja, en la calle de tierra que está justo enfrente. En un escenario de casas humildes, a pocas cuadras de la plaza de El Palihue donde los más jóvenes continúan reuniéndose a pesar de la cuarentena y muchos de ellos no instrumentan el uso del tapabocas, esta familia sólo se acerca a la reja de su casa para recibir los alimentos que le alcanza el padre Cristian. “Los vecinos no nos hacen los mandados porque les da miedo y nosotros no podemos salir a cobrar ni el sueldo porque quedamos aislados”, cuenta.
A la familia no le hicieron testeos, pero, frente al caso confirmado de Aylin, se los asume como asintomáticos positivos. “Tuvimos todos los recaudos, la cuidamos muchísimo. No sabemos cómo el virus entró a nuestra casa”, dice Felipa, y vuelve a emocionarse: “¡Imagínese si no la voy a cuidar, si es mi nietita!”.
Mariela (19), la mamá de Aylin, no llora. “Yo no puedo. Yo tengo que estar más fuerte que nunca, para transmitirle a ella que se va a curar, para estar sana yo, por ella”, dice expresando la fortaleza maternal que sale en las situaciones más límite. Todo empezó hace 15 días, cuando la bebé levantó fiebre. La llevaron al hospital de Niños pero no le encontraron nada aparente y se lo atribuyeron a la dentición. Pero al tercer día el cuadro continuó y la familia volvió a consultar. Esta vez le hicieron el hisopado y el sábado 23 de mayo les informaron lo que no esperaban escuchar: Aylin tenía coronavirus. Desde entonces, además de una vigilancia permanente del Hospital, desde donde la monitorean a diario, toda la familia quedó confinada.
“Nos llaman todos los días y nos preguntan cómo está. Y la nena mejora y nosotros no presentamos síntomas”, dice Felipa quien, junto a su marido, trabajan para una cooperativa. “A la angustia de la salud se suma la de que no podemos salir. Cobramos el sueldo pero no podemos ir a retirarlo, ni salir a comprar comida, leche, pañales...”, describen mientras cuentan los días para que la pesadilla se termine.
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A pesar de lo dramático de la situación, el estado de los seis es bueno. Pero mientras esta familia cumple el aislamiento, resuenan preguntas: ¿Cómo llegó el virus a este hogar? ¿También llegó al resto de las familias del barrio y no lo saben? ¿Por dónde más circula el COVID-19 y se requiere extremar medidas sanitarias? ¿Cómo hacen quienes viven “al día” para sobrevivir al aislamiento?
“¿Dónde está mamá? ¿Cuándo vuelve?”. Esa pregunta es la que seguramente escucha Milciades Benitez Barrios (27) varias veces durante el día, de parte de Brisa (6) y de Benicio (4), y la que Andrés (de 10 meses) podría hacer si ya hablara. A pocas cuadras de la casa de Aylin, en el barrio El Carmen, de Berisso, el albañil se encarga de sus tres pequeños hijos mientras su esposa, Ivana Mujica (32), se encuentra internada con coronavirus en el hospital Larrain desde hace 15 días.
Como en la de bebé, en esta historia también todos ponen el cuerpo. Porque cuando, luego de que presentara síntomas, Ivana fue diagnosticada e internada, su marido, imposibilitado de trabajar por la cuarentena, afrontó solo el desafío de cuidar a un bebé y dos pequeños en casa. Y también lo hizo la comunidad, que acercó su solidaridad. “Soy afortunada de tener un marido como él, que cuida a los chicos de maravilla”, repite Ivana, en diálogo telefónico con EL DIA desde su cama en el hospital, mientras, ya sintiéndose recuperada, espera a ser dada de alta. Y agrega también: “Nos ayudaron todos, los vecinos, los amigos, los compañeros de trabajo y la gente de la escuela y el jardín Normal Nº2”, donde van los chicos.
Enfermera de profesión, cuando Ivana supo que tenía el virus sólo pensó en sus hijos. Como tenían síntomas de resfrío, los hisoparon y, afortunadamente, el resultado de ellos fue negativo. “Recién entonces respiré y sólo quise estar lejos, bien lejos de ellos”, cuenta. Esta mamá cuida con la distancia. No le importa extrañarlos, le importa que estén a salvo del COVID-19. Pero frente a lo conmovedor de sus gestos y de lo que está transitando, enfatiza: “No soy una heroína”.
Sobre la forma de contagio, Ivana sostiene que nunca estuvo en contacto con un paciente con coronavirus. “El virus está en todos lados”, dice, relativizando el vínculo directo con su trabajo.
Sin visitas y atendida por personal de la salud que toma extremos recaudos en cada contacto, Ivana, sabiendo que ya está “casi curada”, pasa el tiempo de su internación aferrada al teléfono y con la compañía de sus hijos a la distancia, y esperando los resultados de su último hisopado para saber si hoy podrá tener el alta.
Mientras tanto, Milciades está sin trabajar porque la obra en la que lo hacía, como toda la construcción privada de la Región, está parada. Y cuando el estado de salud de Ivana esté superado, emergerá en este núcleo familiar otro frente de batalla: el económico. “No cobramos el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) porque él figura como familiar mío y yo tengo trabajo en blanco”, explica ella, así que “ahora sólo estamos con mi sueldo y la ayuda que vamos recibiendo”.
En este escenario de incertidumbre sobre la forma de continuar ganando el sustento para la vida diaria en el peor contexto, en la agenda de esta enfermera que está a un paso de superar el virus y espera pronto el alta médica, había ayer una sola cosa: “Volver a casa y vivir para contarlo”.
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Mariela y Felipa Recaldes, mamá y abuela de Aylin / Demián Alday
Ivana Mujica, junto a su marido y sus tres pequeños hijos / EL DIA
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