Política y liderazgos para una revancha urgente
Edición Impresa | 25 de Marzo de 2021 | 04:12

Sergio R. Palacios
Prof. de Economía Política. Derecho, UNLP.
Presidente de la Fundación Ciencia + Democracia
Era una mañana calurosa de un lejano diciembre de 1974 cuando Chocho (mi padre) me dice: se murió el Gordo Adobato; me acompañás a 9 de Julio que el sepelio es hoy por la tarde?
Ya en ruta me cuenta que era un viejo amigo de la militancia política, muy apreciado en su pueblo. Recuerdo siempre como me impactó la cantidad de gente en su velatorio y el interminable cortejo hasta el cementerio. El “Gordo”, llamado Otto Adobato, había sido en la década de 1960 concejal en su ciudad y diputado provincial; era conocido por su don de gente, su vida comunitaria, y por ser el fotógrafo del pueblo. Todos lo conocían y lo querían.
Aun en aquellos años dramáticos donde la violencia política estaba en la calle y en el Estado (ERP, Montoneros, Triple A, Dictadura Militar), en los pueblos y en las ciudades grandes, quienes hacían política en todos los partidos eran personas reconocidas en sus comunidades. Durante el día trabajaban cada uno en lo suyo: en la ferretería, en el taller, en el consultorio, en la escuela; y por la noche se entregaban a la actividad política. La vida pública estaba separada de la vida privada, y cuando se mezclaban era en términos de sacrificio, ya que cada uno con su propio tiempo y dinero sostenía los gastos de la política. Hipólito Yrigoyen fue un ejemplo relevante, aunque no el único. La política cambiaba la vida económica de sus protagonistas, pero en un sentido inverso al actual.
Compartamos otra historia. La Plata entre 1963 y 1966 tenía una población que rondaba los 360.000 habitantes. En ese periodo que tuvo a Miguel Szelagowski como Intendente, el Concejo Deliberante tenía 24 miembros: Presidente, Vicepresidente 1°, Vicepresidente 2°, y 21 Concejales. En ese tiempo la UCR del Pueblo era el bloque mayoritario (presidido por mi tío Horacio D. Palacios). ¿Cuántos empleados existían en ese bloque para asistir el 100 por ciento del trabajo de todos los concejales que lo integraban? Tal vez cueste creer la respuesta: solo tres empleados. Así es, solo tres personas para asistir todo el trabajo de los concejales del bloque mayoritario cuando el Municipio tenía la mitad de la población actual.
Gente de trabajo
Por regla, los participantes en la vida pública eran gente de trabajo. Vivían sin lujos en tiempos donde económicamente la Argentina era un paraíso comparado con la actual, que tiene la mitad de la población bajo la línea de pobreza. Ricardo Balbín, Arturo Illia, Raúl Alfonsín, entre muchas personas de la política nacional, provincial y pueblerina, estaban a tiro para que cualquier vecino o conciudadano pudiera contarles las costillas. Menciono a quienes conocí porque mi vida (siempre) estuvo en la UCR, pero una larga lista también podría ser elaborada dentro de otros partidos políticos. Eso sí, recomendaría cerrar la lista a partir de 1989. Desde allí, todos o la mayoría deberían pasar por un escáner, y por las dudas también deberíamos asegurarnos de saber quién controla el escáner.
Existe una crisis aguda en la democracia representativa. Desde 1989, como en un tobogán enjabonado, la caída del prestigio político no tiene freno: son todos iguales, son ladrones, trabajan para ellos, no son expresiones sacadas de un libreto sino de la espontaneidad popular. La política sin prisa pero sin pausa desde ese año fue dejando de ser parte de la vida pública para ir mutando en corporativa. La democracia fue así convirtiéndose en un simulacro de lo que fue y conocimos. En algunos casos es grosero: la condición de hijo sin trabajo o recorrido previo basta para ser consagrado sin votar. La corporación legitima lo que antes hacia el proceso democrático mediando la participación y el voto. Más aun, la corporación es tan cerrada que dentro de ella sus integrantes pueden también ser segregados. En síntesis, los partidos y muchas instituciones, incluso el Estado, hoy son más corporativos que públicos.
¿Cuál es el piso dentro del precipicio donde cae la representatividad? ¿Cuántos Trump o Bolsonaro deben emerger como voto que lleno de furia busca venganza contra la dirigencia? ¿Cuál será el punto de quiebre frente a la agenda y acciones de la política que está asociada a sus intereses corporativos y no a los problemas acuciantes del pueblo? No hay bonanza económica que se traslade a la sociedad si la democracia y el sistema institucional no vuelven a ser “públicos” desmantelando su actual condición “corporativa”. La decadencia y recurrentes crisis económicas se socializan en sus consecuencias mientras que los ciclos de prosperidad o auge se canalizan en proyectos políticos que buscan hegemonía. Así, al terminar uno u otro ciclo tenemos como resultado: 1) La sociedad cada vez más pobre, con la clase media perdiendo calidad de vida, y los pobres descendiendo a la indigencia y marginalidad; 2) Los que controlan la corporación (sindical, política, social, estatal) mejoran su posición manipulando los resortes institucionales, los negocios (corrupción mediante), y hacen de la actividad política -no del trabajo- su medio de ascenso social.
¿Cómo cambiar esto? ¿Cómo evitar caer sin remedio en el precipicio? ¿Pueden o querrán aquellos que explotan el statu quo dar un giro de 180 grados?
Generar alternativas
Digamos que no hay magia. Hay que generar alternativas al enojo o furia que llevan a tomar decisiones individuales y colectivas negativas. Concentrados en abrir las puertas a la sociedad civil (como en 1983) es indispensable una “ley de la democracia” (el ideal sería el rango constitucional) que asegure normativa y fácticamente dentro de toda institución democrática la participación igualitaria y la alternancia con pleno ejercicio de los dos derechos básicos del sistema: elegir y ser elegido. Con una democracia llena de vitalidad, abierta a la participación interna podrían surgir sin tapones o trampas nuevos liderazgos en toda institución. Y, si estos fracasasen también serían una y otra vez renovados. No hay economía ni instituciones que aseguren progreso sin un cambio de paradigma y liderazgos con mucho sustento en la sociedad civil. No hay sociedad ni democracia sin confianza y eso es lo que debe construir la política urgente. ¿Podemos seguir esperando; hay margen? No; la revancha debe ser ahora.
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