Hacer justicia de una vez, el reclamo que no cesa por el atentado contra la AMIA
Edición Impresa | 19 de Julio de 2022 | 03:49

Al haberse recordado ayer el veintiocho aniversario del atentado contra el edificio porteño de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), en lo que fue el mayor ataque terrorista en nuestro país -cuando la explosión de una poderosa bomba dejó el saldo de 85 muertos, más de 300 heridos, negocios y viviendas aledañas reducidos a escombros y una herida que sigue abierta y duele hasta nuestros días- se reavivaron los reclamos ya pretéritos por el esclarecimiento de un episodio tan trágico que permanece impune.
La memoria colectiva no puede borrar el episodio que se registró aquel 18 de julio de 1994, cuando el estallido de un poderoso explosivo arrasó con el edifico porteño de la calle Pasteur. A partir de allí, la desesperación y el dolor causados por el cruento ataque del terrorismo internacional se tradujeron en un pedido de justicia que no cesa por el destino de tantas víctimas. También se inició el reclamo de que termine la inconcebible impunidad que sigue rodeando a sus autores.
Ese dolor y esa impunidad permanecen igual desde hace casi tres décadas. En las recordaciones que se suceden año tras año, la metrópolis porteña hace sonar sirenas, campanas de iglesias y timbres en escuelas, así como en espacios y organismos públicos.
En un encuentro sostenido hace tres días con el presidente de la Nación, las autoridades de AMIA, por boca del titular de la mutual, señalaron que los tiempos que se ha tomado la Justicia “son inadmisibles”. Asimismo, reseñaron que ya pasaron siete años de la muerte tampoco esclarecida del fiscal Nisman, que transcurrieron 28 años de la AMIA y 30 del atentado a la embajada de Israel, sin respuesta institucional sobre ambos casos. “No lo podemos permitir en una democracia, en un Estado de Derecho”, expresaron.
Experiencias similares en otros países del mundo -que también fueron blanco de salvajes agresiones del terrorismo internacional- muestran que, a pesar de la vulnerabilidad de las naciones civilizadas frente a esta amenaza extrema, la Justicia pudo avanzar con celeridad en la identificación de los autores materiales de muchos atentados.
Sin embargo, los más grandes interrogantes siguen aquí sin respuesta. Y ni siquiera pudo completarse una investigación eficaz sobre los presuntos partícipes secundarios, con responsabilidades tangenciales en la trama siniestra que derivó en el ataque contra la mutual judía.
El atentado a la AMIA -y antes, el que dos años antes se cometió en la Embajada de Israel- dejaron heridas profundas en toda la sociedad argentina. Fueron, como aquí se ha recordado en cada aniversario, la expresión de un odio irracional y de un desprecio absoluto por la vida.
El Estado argentino se ha mostrado impotente para evitarlos pero después exhibió una flagrante incapacidad para esclarecerlos y hacer justicia frente a tanto dolor. Lo que se siente y resiente es que la herida por AMIA sigue abierta. Y que se debe alzar de nuevo la voz del reclamo contra la impunidad y el olvido.
Las víctimas y sus familiares merecen, desde ya, que el esfuerzo por esclarecer lo sucedido no se desvanezca. Pero -además- la sociedad argentina en su conjunto necesita que así sea. Hay que repetir lo que aquí ya ha sido dicho: todo el país fue víctima del horror y, después, lo sigue siendo de la impunidad.
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