¿Los trebejos no se manchan? Otros antecedentes históricos
Edición Impresa | 24 de Septiembre de 2022 | 03:11

No es la primera vez que las sospechas y los escándalos por trampa manchan al ajedrez. En el mítico duelo por el título mundial entre el estadounidense Bobby Fischer y el soviético Boris Spassky en 1972, las dos delegaciones se acusaron de comportamientos ilegales, examinando las sillas, la iluminación e incluso el aire de la sala. Fischer, de hecho, llegó a asegurar que Spassky había contratado a un mentalista para que se ubique entre el público con la única intención de no permitirle una óptima concentración.
Frente al tablero de ajedrez, el principal medio para trampear ha sido siempre tener una ayuda desde el público y establecer una estrategia para comunicar. Algo así ocurrió, por ejemplo, en la Olimpíada de 2010, en la que los franceses Sébastien Feller, Arnaud Hauchard y Cyril Marzolo fueron declarados culpables de jugar “sucio”.
Los galos pusieron en marcha un plan bien pensado. Marzolo analizaba las partidas de Feller en Internet y mandaba sugerencias a Hauchard por mensajes de texto. Y Hauchard, presente en la sala de juego, se las transmitía a Feller, que en 2019 fue condenado a seis meses de prisión en suspenso por ese hecho. ¿Cómo lo hacía? Se paraba detrás de alguna de las mesas de otros jugadores, ya que como habían pautado previamente, cada mesa representaba una jugada diferente a realizar.
Un gran maestro georgiano, Gaioz Nigalidze, fue atrapado en 2015 debido a que sus visitas al baño eran demasiado frecuentes. Y en 2019, el letón Igors Rausis fue suspendido por seis años sin poder disputar torneos que entreguen ELO, tras ser sorprendido buscando jugadas en un teléfono que había escondido en un baño durante el Abierto de Estrasburgo. Tenía 58 años y era el gran maestro más veterano del top 100 mundial.
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