Vialli, un futbolista alegre, inteligente y aleccionador
Edición Impresa | 8 de Enero de 2023 | 02:37

Ezequiel Fernández Moores
A Gianluca Vialli, atacante de Italia en los Mundiales de 1986 y ‘90, fallecido el viernes a los 58 años por un cáncer de páncreas, le preguntaron en una de sus últimas entrevistas que le diría en su primera charla a un equipo de niños de doce años de edad.
Y respondió: “Que jugando al fútbol se aprenden muchas cosas importantes de la vida. El fútbol te ayuda a conocerte a ti mismo y a los demás. Enseñar a compartir todo, alegrías y tristezas. Con el fútbol se aprende a estar en un equipo. Aprendes el valor de la amistad, porque aquellos con los que pasas el rato de niño se quedarán contigo para siempre. El fútbol es una competición alegre. Pero para experimentar alegría tienes que sacrificarte”.
Lo de la amistad lo vivió especialmente con Roberto Mancini, DT de Italia, pero viejo compañero en la Sampdoria que conmovió al fútbol tres décadas atrás, un club del segundo orden, de Génova, que alcanzaba en 1991 la final de la Champions. Eran tan imprescindibles ambos para el equipo que el presidente del club, Paolo Mantovani, tenía dos perros: a uno lo llamó Roberto, al otro Gianluca. Alguna vez contó Vialli que se escapaban ambos de la concentración y ponían almohadas debajo de las sábanas.
Esa amistad con Mancini (“mi hermano”) se ve en la foto que viralizaron estas horas las redes, ambos abrazándose tras la victoria de Italia ante Inglaterra en la Eurocopa de 2021. Fue un abrazo eterno entre el DT (Mancini) y el jefe de delegación (Vialli), con éste último ya conciente de la enfermedad que terminaría con su vida.
Vialli renunció a ese cargo en diciembre pasado, cuando ya el cáncer anunciaba tiempo de descuento. Murió en Londres (dejó mujer y dos hijas), tras 17 meses de sesiones de quimioterapia y una operación. En el fútbol inglés había iniciado nueva vida, en los primeros años casi pionero en el rol de jugador-DT en Chelsea.
Nacido en una familia adinerada y conservadora de Cremona, quinto hijo varón, título de agrimensor, Vialli comenzó jugando fútbol con los curas en los patios de las iglesias (“la condición era que también fuera a las clases de catecismo”), un desafío para su clase social. “Los futbolistas”, dijo una vez, “somos bastante ignorantes, pero hay que decir que muchos se ven obligados a salir muy temprano de casa”. Con el fútbol, está claro no le fue mal.
Las estadísticas indican 259 goles en 673 partidos en Juventus, Inter, Cremonese, Sampdoria y Chelsea, y 59 partidos y 16 goles entre 1985 y 1992 con la selección de Italia. Y un total de 15 títulos, entre los cuales dos de Serie A, y una Champions y una Supercopa europea. Como DT de Chelsea sumó tres títulos más y dejó un recuerdo inolvidable cuando, antes de una final, descorchó champagne e invitó a sus jugadores a que se relajaran, que disfrutaran de lo que iban a disputar. Impensable en el fútbol de hoy.
Jugó además dos mundiales. En México 1986 se rindió a los pies de Diego Maradona (“el rival más grande que enfrenté”) y en 1990 sufrió la “astucia” del 10, cuando pidió a los napolitanos (esa semifinal se jugó en el San Paolo) que recordaran que Italia siempre los había “despreciado” y que ahora le pedía que hincharan por la “azzurra”. “Diego había sido muy astuto, había halagado el orgullo de los napolitanos”, contó Vialli, que recordó un estadio con “un ambiente irreal”.
“Con Diego”, dijo en alguna entrevista, “siempre tuve una relación espléndida. Yo estaba encantado de formar parte de su magia, aun como adversario”. Volvieron a encontrarse una noche de agosto de 1996, en un restaurante VIP de Londres, Diego efusivo como siempre, él más discreto, como escuchando encantado los relatos del 10.
Vialli formó parte también de la época en la que el “calcio” era la meca del fútbol (lo que hoy es la Premier League), con dineros de origen dudoso que fichaban a todos los cracks (Maradona, Zico, Platini, Gullit, Van Basten, etc). Una era que terminó con la poderosa Juventus de la familia Agnelli descendida a Serie B, acusada de corromper árbitros y dopar a sus jugadores. Vialli formó parte de aquel equipo, en el que lucía Zinedine Zidane.
Desde que hace unos años habló públicamente de su enfermedad (primero la escondía a su propia familia), Vialli comenzó a reflexionar ya seguro de no moriría de viejo, como le dijo a sus propias hijas. Decía que él no libraba “una batalla” contra el cáncer, “porque se trata de un enemigo demasiado grande y poderoso”. Definía al cáncer como “un compañero de viaje no deseado hasta que, con suerte, se aburre y muere antes que yo”. Sabía que no sería así.
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