
Los jóvenes suelen ser los más afectados por la crisis en las familias de clase media / Web
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Con los ingresos muy deteriorados y en muchos casos sin proyecto de futuro, un 45 por ciento de las familias lucha por no dejar de pertenecer a este lugar de la pirámide social. Los jóvenes, los más afectados
Los jóvenes suelen ser los más afectados por la crisis en las familias de clase media / Web
El débil hilo de la clase media argentina está desgarrándose. No solo por los flacos ingresos devaluados por la cada vez más alta inflación.
El esfuerzo, trabajar arduamente como profesional universitario o en un empleo formal ya no garantiza siquiera un ingreso que permita vivir todos los fines de mes sin angustia. Caen esperanzas y expectativas y la generalizada falta de poder adquisitivo pone en crisis la mayoría de las actividades económicas.
Los valores de un sector que todavia sigue creyendo que la plata se gana trabajando, que pese a todo hay que hacer el esfuerzo, que cree que el Estado no se tiene que entrometer en su vida y que repite, defiende como una letanía: “No se metan con lo que es mío”.
Es una forma de vida la que está en vías de extinción. La de los hijos, nietos y bisnietos de aquellos inmigrantes que “con una mano atrás y otra adelante” llegaron a estas pampas para echar raíces a fuerza de trabajo y así fueron creciendo, con el ideal de la movilidad social ascendente como lema. Una convicción, que, contra viento y marea, todavía sostienen.
“Estos valores son la última reserva moral que nos queda”, advierte el consultor y especialista en consumo Guillermo Oliveto. en un punto de vista que escribió en el diario La Nación. Considera que un 80 por ciento de la población todavía se percibe clase media.
Es decir que 8 de cada 10 argentinos “se sienten” parte de esa gran construcción simbólica, lugar de llegada y de pertenencia que es la clase media. Por más que la realidad, con un casi 50 por ciento de pobres, sea muy distinta. Y que la tensión entre los deseos y lo que se puede concretar, entre ser y parecer sea abismal.
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“Cuando se veda la ambición de progresar, entonces se deja de ser clase media”
Contra ese 80 por ciento que se autopercibe clase media (según una encuesta de octubre de 2022 del Observatorio de Psicología Social de la UBA), en rigor es un 45 por ciento de las familias (28 por ciento clase media baja; 17 por ciento clase media alta) el que ocupa ese lugar en la pirámide social.
Son aquellos hogares con ingresos promedio de 340.000 pesos, de acuerdo a datos de la Consultora W con base en la Encuesta Permanente de Hogares del Indec. Es que la pertenencia a la clase media hoy se define por gustos culturales latentes porque no hay como satisfacerlos económicamente.
Agustín Salvia, director del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina dice: “Un 20 por ciento de nuestras clases medias se ha empobrecido y otro 20 por ciento están vulnerables. Con cada crisis, con cada tormenta inflacionaria, con cada estancamiento económico pierden algo”, lamenta y que el deterioro no es solo al nivel de los ingresos (aún cuando el poder adquisitivo medido en dólares es hoy casi la mitad de lo que era en 2012 ó 2017). Lo que se deja de tener, además, es un modo de vida, un acceso a bienes y servicios constitutivos de la clase media, que, por ejemplo, ha perdido la capacidad de ahorrar.
“Cuando se pierde esa capacidad, cuando se veda la ambición que cualquiera debe tener a progresar, entonces se deja de ser clase media”, puntualiza Salvia, e insiste en que “en los últimos 12 años un 20 por ciento de la clase media cayó en situaciones de vulnerabilidad”.
Entre ellos, los jóvenes han sido los más castigados, advierte el sociólogo de la UCA. “El principal foco de empobrecimiento está en los hijos de esas familias de clase media que aspiran a salir adelante y se sienten frustrados porque estudian pero no encuentran una salida laboral profesional y entonces son los principales expulsados”. Los más audaces emigran.
Como se viene diciendo, no son solo los ingresos, brutalmente golpeados, los que están bajo amenaza. Tampoco la consecución de la casa o el auto ni las costumbres y hábitos tan reconocibles de la clase media. Lo que está en riesgo es una identidad, una manera de vivir, una aspiración, la sensación de llegar y sentirse realizado. Es común escuchar a los padres decir: “Quiero que mis hijos vivan mejor que yo”. Y es tan frustrante que la vida se apague y no ver ese sueño hecho realidad.
Durante la crisis cambiaria de 2018, Martín Caparrós, periodista argentino viviendo en Madrid, escribió con la perspectiva que le da la distancia: “La Argentina, estos días, parece triste. Nunca había oído a tantos diciéndome que si no fueran tan viejos o tan pobres o tan cobardes se irían del país; nunca, a tantos diciéndome que ojalá se fueran por lo menos sus hijos o sus nietos. Nunca a tantos lamentando la falta de dinero, la falta de posibilidades, la falta de futuro. Nunca a tantos, en fin, que dicen y creen que ‘esto no se arregla más’”.
Ahora, como entonces, son cientos de miles los que sufren la orfandad del futuro. Muchos a los que la Argentina les duele. Muchos, y entre ellos los jóvenes, que se sienten sin sueños ni proyectos que alimenten la vida.
Como se sentían también en 1993, allá lejos y hace tiempo, pero en este mismo país en el que Tomás Eloy Martínez se preguntaba “¿Dónde está la Argentina? ¿En qué confín del mundo, centro del atlas, techo del universo? ¿La Argentina es una potencia o una impotencia, un destino o un desatino, el cuello del tercer mundo o el rabo del primero?” y seguía: “¿Hay un lugar para la Argentina, una orilla, un rinconcito donde acomodarla sin que a cada rato estén moviéndola el humor de sus gobernantes y la imaginación de sus legisladores? ¿O la Argentina está en ningún lugar y entonces los argentinos pertenecemos a nada, somos los únicos hijos legítimos de la utopía?”.
“Nada es más peligroso que arruinar la columna vertebral de todo orden social”
Treinta años después, los mismos interrogantes cruzan como navajazos a la clase media, que así y todo imagina anhela con un país mejor. Que así y todo todavía hace esfuerzos por imaginar un país mejor, priorice a la educación como base fundacional de la república.
Después, según surge de encuestas realizadas por la Consultora W, aparece la cuestión económica. Insoslayable en una clase que siempre se jactó del “buen vivir” y que padece los latigazos de una economía estancada, una inflación que corre a un ritmo superior al 100 por ciento anual y un ingreso familiar mensual –promedio ponderado entre la clase media alta y la clase media baja– que hoy es de apenas 1078 dólares –a valor blue–. Eso es casi la mitad de lo que supo ser en 2012 o en 2017.
Para ese país del futuro la clase media pide también orden, firmeza, garantías, seguridad, justicia, garantías, leyes, reglas y un sistema de premios y castigos.
Por último, en el nivel superior de esta estructura que imaginan como una pirámide, los ciudadanos ubican los valores: hablan de sensatez, empatía, sentido común, realismo, rumbo y humanismo.
Todo aquello que la Argentina de hoy, afirman, no les ofrece. Lo dicen desencantados, pero sin resignación, más bien acostumbrados a los sobresaltos económicos, acaso preparando a sus hijos a capear la próxima crisis.
Ya lo dijo el economista francés Jaques Attali: “Nada es más peligroso, para cualquier régimen, que arruinar a la clase media, columna vertebral de todo orden social”.
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