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Objetos predilectos de los escritores y artistas. El otro mundo que contiene un muestrario de leyendas y pasiones. El mito de Narciso y la vigilia de Borges. La mirada de Virginia Woolf
“Las meninas”, es considerada la obra maestra del pintor Diego Velázquez / Web
MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE
Los espejos fueron y siguen siendo objetos predilectos de los escritores y, desde luego, esenciales para la literatura. Ellos nos acompañan desde el primer llanto hasta el final. Khalil Gibran los promovió, al asegurar que “la belleza es la eternidad mirándose en un espejo”. La indefensa Virginia Woolf, la dama en el espejo, se anticipó a la cuestión de género y dijo que las mujeres fueron siempre el espejo en el que los varones creen verse al doble de su tamaño.
En un artículo publicado en el diario madrileño El País –titulado “Los espejos en los que la literatura se mira y duplica el mundo”- , el escritor y periodista Juan Tallón dice que “la literatura está plagada de miles y miles de objetos, necesarios para recrear los mundos que proponen los escritores. Ninguna lista de los más habituales o relevantes, si tal cosa existiese, podría omitir el espejo”.
En el famoso cuento infantil una reina descubre ante un espejo que hay una mujer más hermosa que ella, se lo dice el propio espejo que, en este caso, no le miente (como suelen hacer los espejos con la mayoría de las personas), de modo que “la envidia y el odio fueron apoderándose de su corazón como la mala hierba, hasta tal punto que no tenía ni un minuto de descanso”.
En el fondo, agrega Tallón, el espejo “representa más que un simple objeto: es otro mundo. Su presencia, a lo largo de miles de obras, ejerce un gran poder de atracción, y emana un extraordinario misterio. Reflejan, ocultan, mienten, deforman, confiesan...”, para añadir que Rilke alguna vez escribió: “Espejos: jamás, a sabiendas, todavía se ha dicho / lo que en vuestra esencia sois”.
Más allá del fenómeno óptico seguramente copiado por el primer espejo del agua de e un lago transparente, los espejos resultan contener un muestrario de pasiones y mitos humanos: supersticiones, envidia, soberbia, autoestima, miedo, vanidad, misterio, engaño, ilusiones, que atrajeron a las mejores plumas, entre ellas la infaltable de Borges –un verdadero perito en espejos-, Del Valle Inclán, Poe, Chesterton, Papini, Lovercraft y muchos otros.
Narciso era un joven bellísimo. Se miraba mucho en el espejo. Hasta tal punto era bello que se enamoró de si mismo sobre todo al ver su imagen en las aguas del río. Y se enamoró tanto que se arrojó al río para encontrarse con su imagen y se ahogó. Freud profundizó la idea: el narcisista sólo alcanza satisfacción plena si se ama, si se mima, a si mismo. Se trata de una perversión, claro. El narcisismo concluye mal.
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“El espejo es quizá el único objeto verdaderamente metafísico que conocemos; el único objeto mágico; es un objeto que duplica el mundo, que crea un mundo paralelo; como el arte; como nuestra mente”, sostiene el escritor Andrés Ibáñez al recordar que ante “la historia de las distintas culturas humanas, son pocas las que no han sentido la atracción del espejo; del espejo surgen religiones, filosofías, leyendas, teorías mágicas o científicas, sentencias morales...”.
“Espejos: jamás, a sabiendas, todavía se ha dicho / lo que en vuestra esencia sois”
Borges vivió y respiró desde siempre una suerte de pánico metafísico frente a los espejos. Borges y el otro Borges, el que escribía poemas, cuentos y ensayos. Ambos se desesperaron en largas pesadillas frente al misterio de la duplicación.
“Realmente es terrible que haya espejos”, escribió una vez, entre las muchas palabras que le dedicó a los espejos, hermanos en su vigilia de libros, espadas, laberintos, tigres y puñales. Hay una cita consabida de Borges: “Los espejos y la cópula son abominables porque multiplican a los hombres”.
Además Borges –con precisión matemática y turbación literaria- creó el espejo más completo de todos, sin haberlo calificado como tal. Ese extraordinario espejo fue el Aleph, un punto luminoso que halló en el sótano de una casa y desde el cual se puede ver a todo el universo. Un punto fascinante y a la vez sospechoso, de algo más de un centímetro de diámetro, que refleja todo el tiempo y el espacio.
Enfrentarse al espejo / pixabay
No sólo los escritores, claro. Los pintores se sintieron fascinados por los espejos que, incluidos en los cuadros, les permitían mostrar al público lo que estaba oculto, El retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa, de Jan Van Eyck, lo demuestra con claridad.
Otro ejemplo magistral es el de “Las meninas” de Velázquez, en donde el pintor, de paso –sobre un espejo situado atrás de la familia real- incluye su propio autorretrato. Algunos críticos creyeron ver en ese recurso –el del pintor que se suma desde atrás al grupo monárquico- una suerte de rebeldía política de naturaleza democrática.
Solían estar en los antiguos parques de diversiones, los hay en museos científicos, hubo uno hace décadas en el ingreso al balneario de Quilmes, de modo que chicos y grandes accedían a las playas sonriendo: eran los espejos deformantes, que hacían que la persona que se plantaba ante ellos aparecieran notablemente gordas en las caderas o estirados en sus cuellos y piernas. También las cabezas se convertían en un torturado ocho.
En algunos viejos negocios dedicados a los cristales, en los anticuarios, solían hallarse esos espejos que ridiculizaban la figura humana. Pero también hubo productos comerciales cuyos frascos aparecían espejados, de modo que uno compraba y podía verse al mismo tiempo.
Luis XIV quiso evitar que la clase alta parisina confabulara contra la monarquía. De modo que creó el palacio de Versalles y le pidió al arquitecto Jules Hardouin-Mansart que diseñara la suntuosa “galería de los Espejos” (Galeríe des Glaces), el primer salón de los espejos de que se tenga memoria.
De ese modo, la corte recluida en el Palacio tuvo a su disposición –en una sala de 73 metros de largo por 10,50 de ancho, de verse reflejada en 357 espejos puestos frente a frente. Allí los “chismosos” parisinos quedaron cautivados y el rey se libró de ellos en Paris.
En Versalles se potenciaron los “espejos enfrentados”, el espejo que se vuelve infinito al reproducirse uno al otro. Se lo puede vivir diariamente en muchos ascensores, en las entradas de edificios. Son espejos paralelos que se reproducen en una suerte de túnel sin final en donde cada uno puede verse repetido, cada vez más pequeño, hasta la saciedad
El azogue o mercurio, es un metal que se obtiene del mineral denominado cinabrio, y que fue decisivo para el procesamiento de la plata, siendo, por tanto, de vital importancia para los mineros iberoamericanos. Borges habla de ellos en su Historia Universal de la Infamia. Pero lo cierto es que se usó siempre para el llamado “replateo” del espejo. Los espejos que son viejos pierden fidelidad, en la medida en que el azogue se pica y desaparece. De modo que lo que corresponde es “replatearlos” con pátinas de azogue.
“La madurez es cuando todos tus espejos se convierten en ventanas”
“El problema es que no tenemos azogue en el país...”, dijo en las últimas horas un vidriero platense. Los viejos espejos no tienen reposición. “Está prohibida por ley la manipulación del azogue, ya que está asociado a sustancias tóxicas”, aseguró otro artesano dedicado a ese rubro. La importación está prohibido. Pareciera ser que también le llegó la hora a los viejos espejos en la Argentina.
Se hizo una recorrida por vidrierías porteñas y la respuesta fue la misma. “No trabajamos más con azogue...Lo que tendría que hacer, disculpe, es comprarse otro espejo”, dijo un comerciante de la calle Conde.
Se extendió la consulta a Montevideo y ante la sorpresa del cronista, un vidriero del barrio viejo montevideano respondió: “Sí, cómo no. Traiga el espejo y se lo azogamos. Si usted viene del otro lado del charco, nos avisa y le hacemos el trabajo en el mimo día...”. Otros espejeros montevideanos confirmaron que pueden arreglar los espejos picados.
El poeta Horacio Ferrer aseguraba que Montevideo y Buenos Aires eran la misma ciudad, separada por el río Sena (que vendría a ser el Río de la Plata). Montevideo sería la “rive gauche” (orilla izquierda) y Buenos Aires la “rive droite” (orilla derecha). Bueno, el que quiera arreglar un espejo, puede hacerlo en la “rive gauche”, no en la “droite”.
Sea como sea, sobrevivirán porque son hermanos de la humanidad. “La madurez es cuando todos tus espejos se convierten en ventanas” sostiene Henry David Thoreau.
O para irse mejor, estas frases de dos espiritualistas. La de Mahatma Gandhi que dijo: “La vida es como un espejo: te sonríe si la miras sonriendo”. Y la de Confucio: “El espejo refleja todos los objetos sin mancharse”.
Virginia woolf / Web
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