La longevidad, en pausa: entre ventajas y luces de alerta
Edición Impresa | 16 de Noviembre de 2024 | 03:37

Pareciera que el avance hacia una prolongación indefinida de la existencia se tomó un respiro, y que la proliferación de personas centenarias pronosticada por los más entusiastas hasta no hace mucho deberá esperar. De 1883 a 2010, la esperanza de vida al nacer tuvo una escalada vertiginosa; entre las mujeres pasó de 33,32 a 78,81 años, y entre los varones se elevó de 32,60 a 72,08 años. Sin embargo, en las últimas décadas, esa curva se amesetó, y estudios recientes sugieren que por primera vez en mucho tiempo, las próximas generaciones podrían vivir menos que sus predecesoras.
Es un fenómeno que se detecta en muchos países, independientemente de su status socioeconómico, y del pico de longevidad que hayan alcanzado. En nuestro país, durante los últimos veinte años medidos, entre 2002 y 2022, lo que se veía en los gráficos parecido a una escalera se convirtió en algo similar a un serrucho; el progreso se frenó, y los índices quedaron rebotando entre un piso de 74 años y un techo de 77, en promedio.
Definido como la cantidad de años que un recién nacido podría llegar a vivir, si los patrones de mortalidad actuales se mantuvieran igual a lo largo de toda su vida, el indicador está condicionado por la impronta ambiental, educativa, económica y sanitaria de cada territorio, entre decenas de factores. Por esto es considerado clave por la ONU y otros organismos para evaluar el desarrollo humano de los distintos países.
Por el carril lento
Hace algunos días se cumplieron 34 años de que la Asamblea General de las Naciones Unidas estableciera el 1 de octubre como Día Internacional de las Personas de Edad. Esa efeméride, creada con el objetivo de otorgar visibilidad a las personas mayores, también hacía foco en la paulatina extensión de la expectativa vital, que se daba por sentada casi como un proceso inexorable; a inicios del siglo XIX, ningún país del mundo tenía una esperanza de vida superior a los 40 años. A inicios del XX, Europa, América y Oceanía cruzaron esa barrera. En Argentina, hace medio siglo, era de 66,5 años. Y no paró de subir hasta la década pasada, con un récord de 77,28 años en 2019. Sin embargo, las últimas mediciones disponibles, de 2021, arrojaron un resultado de 75,39 años (puesto número 68 a nivel mundial). Y desde hace una década y media, no se observan movimientos significativos.
Las causas de este fenómeno son diversas. Esto es lo que sugieren los estudios más recientes en el plano global, que documentan el parate incluso en sociedades desarrolladas en las que los incesantes avances de la medicina son rápidamente asequibles. En las poblaciones más longevas del planeta, la esperanza de vida al nacer ha aumentado sólo 6,5 años, en promedio, desde 1990, tras casi duplicarse durante el tramo previo del XX como resultado de los avances en la prevención y la cura de enfermedades.
“El enorme crecimiento de la longevidad en el siglo XX fue inequitativo, no todos los países crecieron por igual” aclara el médico cardiólogo y comunicador platense Ricardo López Santi: “el mundo desarrollado -Europa, Japón, Australia- vio cómo comenzaba a acercarse a los 85 años, y eso generó un gran optimismo respecto de lo que la ciencia y principalmente la medicina podían aportar. Pero en los países en vías de desarrollo, ese crecimiento no fue de la misma magnitud; había países en Latinoamérica que estaban por debajo de los 75, condicionados no solamente por la etnia, sino por sus condiciones de vida”.
El profesional señala que “con la pandemia, surgió un enorme escollo; su impacto de morbilidad y mortalidad -que tampoco fue equitativo- hizo que se diera un paso atrás, aún en los países de Europa. Hoy lo que se ve es que de manera inmediata no hay elementos como para augurar que se va a crecer muy rápido en la expectativa de vida en los próximos años. Y desde mi punto de vista, esto no tiene que ver con que no hay avances en la medicina, porque los hay, con drogas muy específicas y que logran resultados espectaculares, pero no están al alcance de todos. Estas cuestiones son los grandes desafíos a futuro para mejorar la calidad de vida: el cambio climático, las nuevas pandemias, la búsqueda de mayor accesibilidad a las herramientas de salud”.
El factor platense
“La Plata fue pensada como una ciudad saludable, y curiosamente hoy sigue reuniendo muchas condiciones que harían que fuera ideal para tener gente muy longeva” analiza López Santi, quien en sus conferencias suele hacer hincapié en los modificadores socioambientales de la vida urbana: “tenemos los espacios verdes, el aire que se respira es bastante puro, la producción hortícola regional nos brinda una verdura de primera calidad, tenemos espacios para hacer actividad física, hay un sistema educativo fuerte -a mayor educación es mejor lacalidad de vida-, y en caso de enfermarnos tenemos muchos centros públicos a los cuales recurrir. Es decir, la comunidad está verdaderamente protegida”.
“De la misma manera en que tenemos muchas cosas que nos favorecen, claro, hay otras que nos perjudican” amplía el experto: “el hecho de que se haya convertido en una de las ciudades con mayor cantidad de asentamientos a su alrededor, con gente que tiene serias carencias, hace que comience a gestarse un área de vulnerabilidad que atenta contra la longevidad de la población. Vamos a encontrar gente que supera los cien años, pero por el contrario, otra expuesta a riesgos importantes, en edades prematuras. De nosotros depende promover aquellas cuestiones que más nos benefician”.
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