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La primera película de Sacha Amaral, un relato sobre amores líquidos, crímenes y juventudes sin futuro, se estrena en Buenos Aires tras su paso por el BAFICI
Pedro Garay
pgaray@eldia.com
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El realizador paulista Sacha Amaral dice que le debe “todo” a Buenos Aires. “Hace 20 años estoy acá, nadie me cree porque dicen que hablo como el orto”, confiesa entre risas el cineasta, que llegó a estudiar cine, a los 18 años, y se quedó.
Vino porque “siempre me gustó el cine argentino”, cuenta, “y un día fui al cine a ver una película argentina: ‘La ciénaga’ de Lucrecia Martel. Cuando terminó la película, le dije a mi primo, que vio la película conmigo: ‘Quiero ir a estudiar cine a Buenos Aires’”.
Vino, entonces. Y desde entonces, “la vida no me dejó irme, la vida se fue armando acá”. Aquí filmó sus tres cortometrajes, y, ahora, estrena su primer largometraje, “El placer es mío” (se verá desde el jueves en el porteño Cacodelphia), tras presentarla en un conflictivo BAFICI: una película sobre el placer, también sobre el dinero, una película atravesada por esos tiempos convulsionados, líquidos, hipercapitalistas, hipervertiginosos, donde un muchacho vende marihuana y tiene sexo con sus clientes, para luego robarles, en general pavadas, de manera convulsionada.
El cuerpo como una mercancía, el crimen como una rebeldía: Amaral filma esa vida “no future” lejos de escandalizarse y correr la mirada. Están esos recovecos de placer, de amor, también todas sus contradicciones y tensiones, sus contaminaciones. Todo en primer plano: “El placer es mío” es un coming of age donde nadie crece ni nada se resuelve (no hay horizonte), una película tensa, intensa, con mucho asfalto, mucha cama, mucho nervio.
Max Suen es Antonio, su protagonista, un personaje que “se va marginalizado, es parte de un grupo de personas que tenían ciertos recursos, pero por el contexto se van quedando sin nada”. Parece, quizás sin quererlo, el retrato de una generación atravesada por la hedonia depresiva que describía Mark Fisher: “Una incapacidad para hacer cualquier otra cosa que no sea perseguir el placer”. La incapacidad, claro, es dada también por el contexto.
“Cada vez hablo con más amigos sin dinero, sin trabajo, que andan perdido. Así que la película termina, sin querer queriendo, hablando de cosas que pasan ahora, ese devenir marginal, esa locura por el vil metal. Y, desde ya, las relaciones líquidas”, dice, al respecto, Amaral.
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Es el primer largometraje de Amaral. A la vez, “la clausura de un proceso. Continúa el camino de los cortos: creo que es una síntesis de mis últimos años. La continuación y el fin de mis ideas sobre la educación sentimental, el deseo, la soledad, la sociedad. No es que esos temas no sigan vigentes en futuros proyectos, pero no me veo más siguiendo a un muchachito de 20 años”.
De esa manera, “El placer es mío” es también una especie de coming of age, de rito de pasaje, para el cineasta brasileño: la llegada al primer largometraje. “En general, en todo soy más largo, necesito más tiempo para todo, así que el formato corto me costaba, se presentaba como un desafío, esa necesidad de síntesis. Es decir, más allá del desafío de estar al frente de un largometraje, sobre todo teniendo en cuenta que siempre fui más guionista que otra cosa, me sienta mejor el formato largo”, dice, al respecto.
Amaral estrenó su película en un BAFICI rodeado de protestas: la película se proyectó, de hecho, en el Cine Gaumont, entre amenazas de que la emblemática sala bajaría la persiana en medio de los recortes al INCAA.
“Presentar la película en el contexto que estamos implicó una suerte de resignificación: se convirtió en una especie de resistencia hacia los ataques a la cultura que estamos sufriendo. Tener un espacio, mostrar la película, se transformó en algo de lucha, fue emocionante. Siento también que fue una oportunidad de posicionarse ante lo que está pasando”, afirma al respecto.
Y cierra: “Pero también lo que pasa me genera una tristeza profunda: deseo realmente, de forma ingenua, que todo sea más fácil, más liviano. Ya realizar una película conlleva ansiedad, inseguridad, y mezclar todo eso con un ataque hacia lo que hacemos, la posibilidad del cierre de un cine tan importante donde íbamos a presentar la película, termina llevando también al desánimo: todo el tiempo hay que estar luchando. Pero la lucha también pasa por ahí, por seguir”.
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