La educación como base de un proyecto de país
Edición Impresa | 29 de Septiembre de 2024 | 08:46

Joaquín V González como hombre público impulsó, entre otras, la ley de reforma electoral de 1902, un instrumento que como se verá más adelante incorporó transformaciones profundas y progresistas, anticipándose a los cambios que años después concretó la ley Sáenz Peña.
Su sólida cultura hizo que en 1915 tradujera la Rubáiyat de Omar Khayyam y al idioma inglés los 100 poemas del Kabir, de Rabindranath Tagore.
Joaquín V González se sintió parte de la generación liberal que se instaló con fuerza en el país después de Caseros, en muchas de sus obras y acciones concretas llegan vislumbrarse vetas del socialista utópico, a la manera de Esteban Echeverría. También estuvo ligado, aunque con disensos, a la doctrina positivista anglosajona, en donde el orden y el progreso pesaban más que el “estado religioso”. Sin embargo, González es posterior cronológicamente a la generación del 80.
“Desde el punto de vista filosófico está colocado dentro del cientificismo que quería salir de la filosofía positiva con sus mismas armas”, dice Diego F. Pró en un trabajo sobre González. Integró la llamada Generación del 96, junto a hombres como Norberto Piñero, Ernesto Quesada, Martín García Merou, Horacio Rivarola, Juan Agustín García, Víctor Mercante, Rodolfo Senet y José Ingenieros, entre otros, y añade: “El sistema electoral y la legislación del trabajo de González tienden a la plena realización de la democracia liberal en el país. No admitía el sistema de la lista completa ni el de la lista incompleta. Quería que la elección de diputados (que lo son de la Nación y no de las provincias), se hiciera en circunscripciones electorales pequeñas, de tal modo que la relación entre electores y elegidos fuera real y respondiera a los intereses reales del pueblo. Tales circunscripciones quebrarían el mapa político de las provincias, la posibilidad de caudillos, desterraría el fraude y la coacción electoral, y aseguraría la presencia de las minorías en el Congreso de la Nación”.
Joaquín V. González
En lo que concierne a la legislación laboral propuso un código de 466 artículos que despertó a la oposición de algunos conservadores de entre varios.
José Ingenieros elogió a la figura de González como a un “osado reformador”, que en la materia de legislación del trabajo impulsó normas que, dijo el filósofo, “honran doblemente al intelectual y al estudioso, que ha presentado al Congreso Nacional, con el título de Proyecto de ley nacional del trabajo una obra de elevado concepto político, que merece vincular el nombre del autor al de los más osados reformadores”. Se sabe que, además de filósofo, Ingenieros fue uno de los fundadores del socialismo en la Argentina.
En cuanto a la reforma electoral, lo cierto es que, siendo ministro del Interior, en 1902 impulsó como se dijo y logró que el Congreso sancionara un proyecto de reforma electoral por circunscripciones, uninominal, que fue convertido en ley. Ello se tradujo en un nuevo mapa electoral, gracias al cual fue elegido Alfredo Palacios como primer diputado socialista de la Argentina y Latinoamérica.
No exento de contradicciones el proyecto de reforma constitucional de La Rioja proponía el voto secreto e inviolable. Interrogado sobre el sufragio universal lo equiparó al triunfo de la ignorancia universal. Cuando el Senado de la Nación se propuso la expulsión de un integrante porque había expresado elogios a la organización social de la Rusia comunista, pronunció un encendido discurso en contra de esa moción.
Pero es en la educación pública donde el legado de González se agiganta. Muchos autores coinciden en que la educación fue considerada siempre por González como “el medio más eficaz para concretar la concepción democrática de Estado y la forma representativa, republicana y federal de gobierno” (Diego Pró). Algo que lo aleja de toda calificación conservadora o elitista. Y para rematar la cita, el mismo investigador sintetiza: “Su preocupación por la educación fue constante en él y su gran tema de meditación. La Universidad Nacional de La Plata fue su gran amor”.
Como presidente de esa casa de estudios, se distinguió por su aptitud de criterio además de una visión que para su época era revolucionaria, tal como se informa en estas mismas páginas en el artículo referido a la universidad nacional de La Plata.
Joaquín V. González murió el 21 de diciembre de 1923 en la casa muy modesta que habitaba en la zona de la Barranca del barrio porteño de Belgrano. Había sido despedido por los platenses, que le tributaron aplausos por varios minutos en un emotivo acto que tuvo lugar en el Teatro Argentino.
M.O
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