Ocurrencias: los que fueron llegando y los que se están yendo
Edición Impresa | 12 de Octubre de 2025 | 03:18

Alejandro Castañeda
afcastab@gmail.com
Los barcos llevan y traen. Aunque esta vez llegó con atraso,
la 48ª Fiesta Provincial del Inmigrante, el viernes, en Berisso, volvió a revivir uno de los momentos más emocionantes de los festejos: el desembarco simbólico, una recreación empapada de nostalgia, que tuvo como mensajera esa embarcación que copió a la de aquellos inmigrantes que vinieron a buscar un nuevo cielo. Fue una celebración conocida, siempre emocionada, un homenaje lejano a esos viajeros que aquí encontraron tierra, trabajo y sueños para empezar una nueva existencia.
Los barcos, como la vida, traen en sus bodegas, sorpresas, aventura, sueños y pesadillas. Desde aquella carabela inaugural, las sucesivas naves fueron testigos en el continente de hazañas y despojos, de invasiones y progresos. En esos navíos llegaron nuevas enfermedades y nuevos dioses. Y se fueron el oro y la memoria. Desembarcaron los esclavos y también los libros. Y arribó la ciencia y el horror. Las viejas barcazas fueron portadores de esperanzas y de ansias de fugas, de crueldades y milagros. El irse y llegar son formas de la existencia que nos recuerdan los pasos inevitables que hay que dar para poder seguir estando.
En un festejo cargado de recuerdos, con trajes de época y mucho colorido, los descendientes de aquellos viajeros revivieron otra vez esa mezcla de patrias, dudas y esperanzas que habrán sentido sus ancestros al posar sus ojos por primera vez en estas tierras donde todo estaba empezando y ellos iban a formar parte de ese futuro.
Ahora ese inmenso Atlántico se cruza para allá, seguramente alentados con el mismo espíritu de aquellos inmigrantes. Argentina es el país con la mayor cantidad de trámites para obtener la ciudadanía española, concentrando alrededor del 40 por ciento de las solicitudes a nivel mundial. El francés Perec, lejos de su patria, en uno de sus poemas, contaba, “tengo exactamente más/ pero está lejos”. En esa distancia, en ese insistente choque con la soledad y el idioma, las cartas que iban y venían eran el único vínculo que los mantenía actualizados y juntos. Fueron miles los hombres que llegaron solitos para afincarse y poder traer después a su familia. Un plan cargado de zozobras que los escritos relataban en un abecedario repleto de ilusión y extrañeza. El buzón y el cartero alentaban un reencuentro que se demoraba. Y cada palabra que cruzaba el océano era un ida y vuelta de sueños y tristezas que achicaba esa carga perdida de afecto y cercanías.
Las cartas que iban y venían eran el único vínculo que los mantenía juntos
La de los Inmigrantes es una fiesta tradicional, de familia y recuerdos. En su honor se organiza una celebración amigable y colorida, con aire de remembranzas y homenaje. Las generaciones de hoy sostienen estas tradiciones. Su música, sus danzas, su vestuario salen de esos armarios que están impacientes por volver a la calle. Y hasta reaparece a esa lengua madre que se empeña en conservar su acento para saborearse más cercana. La fiesta, nostalgiosa y sentida trae anécdotas y fotos de aquellos que bajaron con un bulto en la mano y otro en el corazón. Y aquí arraigaron.
La evocación nos recuerda que la vida de cada uno está hecha de itinerarios confusos. Y los barcos son una herramienta más de ese viaje interminable tras un lugar en el mundo. Cada llegada es un recomienzo. Y cada embarque, una expectativa. Los que arribaron hace más de un siglo a Berisso anticiparon sin querer la travesía forzada de millones de escapados que un día dejaron atrás kilómetros de desdichas para poder poner en marcha una quimera cargada de interrogantes. Los parientes lejanos de hoy revivieron sin querer lo que decía Eliott: más que el destino, al hombre lo guía el poder regresar al comienzo, tener al origen como punto de llegada. Aquellos inmigrantes apelaban a lo mejor de sus impulsos para poder descubrir la paz del primer día. Los viajeros vinieron a buscar, no lo desconocido, sino aquello que en casa habían perdido. Como decía Nicholas Ray, añorando la primordial inocencia del hogar familiar, “el gran drama moderno es que no podemos regresar a casa”.
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