La comuna platense que marcó una era e iluminó el rock nacional
Edición Impresa | 12 de Octubre de 2025 | 03:21

Francisco Lagomarsino
flagomarsino@eldia.com
Llenos de novedad y promesa, alborotados y exuberantes, los años ‘60 del siglo pasado encontraron a los jóvenes universitarios platenses traduciendo a nuestras latitudes el signo de los tiempos: la búsqueda de una nueva ética y una nueva estética. El debate abonaba el rechazo a la sociedad de consumo, la apuesta por el pacifismo, el libre albedrío, el comunitarismo, la espiritualidad no tradicional, el abrazo a lo natural... A mediados de la década, en una de las facultades locales, un grupo de amigos y compañeros de estudio, unido por esas inquietudes y por la música, empezó a escribir la historia de la mítica Cofradía de la Flor Solar.
“Nos conocimos en Bellas Artes, donde estaban Manija Paz y Morcy Requena, estudiante de periodismo. Ambos, a la vez, músicos oriundos de Entre Ríos” relata Ricardo Cohen, el “Mono”, protagonista clave de los acontecimientos, ilustrador e inquieto forjador de movidas culturales. A mediados de 1966, la irrupción de la dictadura de Juan Carlos Onganía, con la brutal redada represiva de la “Noche de los bastones largos”, diezmó las casas de altos estudios y activó el modo resistencia. “Nos fuimos de Bellas Artes con el proyecto de hacer una escuela paralela a la intervenida Escuela Superior, con todos los profesores que habían echado. Hasta formamos un comedor universitario” recuerda Cohen, quien más adelante firmaría como Rocambole la gráfica de los Redonditos de Ricota : “conseguimos unos galpones en 5 y diagonal 78 que tenía el sindicato de correos, íbamos al mercado de Tolosa a buscar alguna verdura medio machucada con un viejo jeep, y preparábamos ollas populares que les daban de comer a los ex compañeros de la escuela de Bellas Artes, con prioridad para los del Interior, obviamente. Ese fue el origen de la Cofradía”.
“El comedor alimentaba a centenares de alumnos y era fundamental… Había mucha solidaridad en ese entonces; los estudiantes se fueron agrupando y alojando en las típicas casas chorizo. Y nosotros adoptamos eso de vivir amontonados en una casa, y con lo justo” sentencia el diseñador. En palabras de Morcy Requena, “además del Mono, en Bellas Artes conocimos a Isabel Vivanco y a Néstor Candy, que estudiaba cine. También a la Negra Poli, Carmen Castro. De a poco fuimos tocando, charlando, armando cosas... Hasta que dijimos, ¿por qué no alquilamos una casa todos juntos? Y eso hicimos”.
UN LABORATORIO CULTURAL
La experiencia comunitaria adoptó como sede una vivienda con galería, donde los cuartos se transformaron en talleres y salas de ensayo. Se fabricaban artesanías en cuero, se hacían serigrafías, pinturas, souvenires, y sobre todo, música. “Cuando se le empieza a dar una forma orgánica a la banda, se decidió ‘importar’ otros músicos entrerrianos” contó Rocambole en una entrevista que ofreció al periodista y escritor platense Oscar Jalil: “fuimos a buscar a Kubero Díaz, que era menor de edad en esa época, por lo que hubo que convencer a los padres. Y cayó Néstor Paul, que venía de dar mal el examen de ingreso a Ingeniería. También entrerriano, como Rubén ‘Tzocneh’ Lezcano, otro futuro cofrade”.
Los chicos del barrio que pasaban por la esquina del proto-centro cultural, solían ‘colgarse’ mirando cómo venía la mano. Uno de esos niños era Pepe Fenton, futuro bajista de los Redonditos de Ricota y operador histórico de la nutritiva FM Universidad. “En el colegio me sentaba con Marcelo Díaz, que después formaría la banda Liverpool. Ya compartíamos el interés por la música; su papá era bajista de tango, y vivían en 12 y 41. Un día, Marcelo me dijo: ‘¿Sabés que en mi barrio hay una banda que ensaya con las ventanas abiertas?’. Era en 13 y 41. Y claro, empezamos a ir: se nos abrieron los ojos a otro mundo”.
“Al principio veíamos los ensayos desde afuera, hasta que un día el Mono Cohen nos invitó a pasar” sigue Fenton: “Era una casa chorizo, no justo en la esquina, sino un poco más allá sobre 41. En la esquina había un comercio, una casa de toldos, y al lado, esa casa típica platense. Tenía varias ventanas a la calle y un altillo. Cuando el Mono nos invitó, fue la debacle: nunca más fui al colegio. Ellos eran universitarios, jóvenes pero adultos para mí. Yo era un pendejo. Había chicos entrerrianos, chicas de La Plata y de Buenos Aires. El Mono era el aglutinador: ya era un artista reconocido, hacía murales y se ganaba la vida con eso. Cada uno aportaba lo suyo. Kubero Díaz, por ejemplo, era un gran dibujante y pintor, y había hecho los murales de la casa”.
Ávida anfitriona, la comunidad recibía visitas de acá y de allá: Almendra, Miguel Cantilo, Pappo, Poli con los hermanos Skay y Eduardo Beilinson... “Ellos dos tuvieron que ver con el crecimiento de la cultura rock platense, cuando cayeron de un viaje por Europa con un par de cajones de manzanas llenos de discos, y las anécdotas de haber estado en el Mayo Francés y haber visto a Hendrix en vivo en Londres” admite Cohen: “Acá los discos importados eran carísimos, inaccesibles, y lo que quedaba era escuchar algunos programas de radio pioneros que pasaban buena música, y que casi siempre estaban después de la medianoche porque el resto del día era todo música pasatista; por ejemplo, ‘El Tren Fantasma’ y ‘Modart en la noche’”.
El equinoccio de primavera de 1968, el brazo musical de la Cofradía -cuya formación clásica fue con Kubero Díaz, Morcy Requena, Manija Paz y Quique Gornatti-, tuvo su debut en vivo, sobre un tablado al aire libre, en la inauguración de la disquería Escala Musical, sobre diagonal 80 y 49.
“El abrazo cofrádico existe anualmente; nos comunicamos y, los que podemos, nos juntamos”
En 1969, los cofrades se mudaron a una casona de 72 y 122 bis, en la frontera entre La Plata y Berisso. “Era un momento de tomar decisiones respecto del alquiler de 41, y apareció alguien que nos dijo, ‘miren, hay una casa así, así, asá, accesible, con terreno’. Y bueno, más espacio, poder hacer la huerta, ahorrar guita, nos convenció” reconstruye Rocambole: “Era un predio grande, de media manzana, todo alambrado; teníamos un bosque propio, y había una gran casa de estilo brasilero, porque según nos contaron la había construido un tipo de esa nacionalidad hacía unos 60 años. Había tanto lugar disponible que no sólo estábamos nosotros, sino un pequeño campamento semipermanente donde rotaba gente que venía de visita. Venían los Vox Dei, los Manal, y se quedaban un fin de semana entero. Estábamos casi al borde del campo, había algunas casas, y justamente también ahí se acercaban los chicos del barrio. Uno de ellos tuvo su banda tiempo después como Charly El Suburbano y La Locomotora”.
TODO EL DÍA Y TODA LA NOCHE
En abril de 1970, Cohen encabezó la organización, en el club Atenas, de uno de los hitos del rock argentino: “La Maratón Beat”, treinta horas de bandas en vivo, sin parar. “Había pasado Woodstock, y se nos ocurrió armar nuestro festival, pero a diferencia de los demás, que cortaban para dormir, dijimos, ‘acá sigamos derecho’. Empezó, ponele, a las siete de la tarde de un día y terminó a la madrugada del tercero” precisa Cohen: “los grupos que trajimos de Buenos Aires eran prácticamente todos los que tenían que ver con lo que empezaba a llamarse música beat o rock ‘progresivo’; estuvieron Almendra, Manal -para mí el proyecto más arriesgado de esa época, que quería hacer jazz blues en castellano... a Javier Martínez no se le puede quitar la corona de rey del blues de Sudamérica-, Vox Dei, Pappo’s Blues, Arco Iris, Miguel Abuelo, Moris... De La Plata, donde se daba una movida fuerte con influencia beatle, había como veinte bandas; me acuerdo de Fuego Negro”. También tocaron Facundo Cabral, Diplodocum Red & Brown -con Skay Beilinson-, Pajarito Zaguri y Dulcemembriyo, con Federico Moura y Luis María Canosa. En 1975 hubo otro mega concierto, en cancha de Estudiantes, pero a Rocambole le interesa despejar malentendidos. Aclara que “sobre ése show hay un cono de sombras. Se decía que lo había organizado la policía para agarrar militantes... Al final, se llevaron del estadio como 100 personas”.
DEL PARAÍSO AL EXILIO
“En el ‘72, pasaba los fines de semana completos en la casona” recapitula Pepe Fenton: “seguía siendo un pibe, pero aportaba a la olla cuando podía, y todo bien. Se fumaba bastante, había paz y amor, y de vez en cuando algún lío. Por entonces presencié el primer ensayo de Jorge Pinchevsky, que fue sensacional. Donde estuviera Kubero, de todos modos, no había forma de que la banda fallara: además de gran músico, sensible, con visión y buenísima persona. El resto también tenía talento propio: Morcy, Manija, Paul -que falleció el año pasado- y Adán Quieto, Alejandro Herrera”.
“Queríamos volver a cierta simpleza, cultivar la comida, vivir en comunidad... una clase de utopía”
La patriada utópica no iba a ser eterna. En 1972, se acentuó el hostigamiento policial, con allanamientos y requisas tras recitales y ferias artesanales. La casona berissense fue saqueada. Fenton cuenta que “volviendo de un show en Mar del Plata, donde habían recibido amenazas de la Triple A -y encima hubo exceso de LSD- encontraron que la caballería les había reventado la casa. No quedó otra que irse: nos mudamos en una rastrojera con lo que quedaba, y me los llevé a todos al campo de mis abuelos, que en ese momento estaban en Estados Unidos. Se quedaron una semana: fue un caos. Después se fueron exiliando, algunos a Brasil, otros a Europa, otros al interior. Por mi parte, me fui a la Casa de la Luna, un desprendimiento de la Cofradía, con Skay, su hermano Guillermo, Isa Portugheis y el Topo D’Aloisio, bajista de Diplodocum, entre otros”. La diáspora llevó a los cofrades a la Costa, Entre Ríos, El Bolsón, Brasil, Inglaterra, Holanda, Francia, Marruecos, la España insular... En el ostracismo, junto a Miguel Cantilo y Miguel Abuelo integraron valiosos proyectos musicales. Con el retorno de la democracia, algunos pegaron la vuelta.
EL ABRAZO COFRÁDICO, MEDIO SIGLO DESPUÉS
“Los hechos no cambian pero uno va viviendo, va adquiriendo nuevas experiencias, nuevas visiones y lógicamente no es el mismo... La mirada sobre el pasado cambia” reflexiona Rocambole: “y en razón del transcurso de los acontecimientos, a veces me digo: ‘¡Qué al pedo! No pudimos hacer nada; queríamos cambiar el mundo y ahora está peor que antes’. Pero sigo creyendo en un cierto humanismo posible, en una cierta ética, creo que los seres humanos siempre tuvieron por lo menos la intención de ser mejores; la existencia de la filosofía, de la ciencia, las religiones, algunos avances tecnológicos -toda innovación tiene sus ordalías y sus ventajas- nos demuestra que hay una parte que intenta, digamos, ser más humana. Y esa idea comunitaria que le dio inicio a la Cofradía estaba en orden con eso. Queríamos volver a cierta simpleza de la vida, vivir en comunidades, a lo mejor cultivar la propia comida...; una clase de utopía”.
“Ha pasado el tiempo... De una población de 15 o 20, quedamos media docena; hace una semana estuve en Mendoza, y lo vi a Morcy Requena, que está en contacto con Adán Quieto, radicado en Córdoba, que tiene... ¡Once hijos! Otra de las que debe estar entre nosotros es Isabel Vivanco, en Tucumán. Kubero está en Buenos Aires, recuperándose de un pequeño ACV. Quique Gornatti también vive en Capital, y don Tzocneh Lezcano, está en Villa Gesell y tocando la batería. Todos somos más o menos contemporáneos, uno de los más viejos era yo, pero dos o tres años nomás” repasa Cohen: “de todos modos, el abrazo cofrádico existe anualmente; nos comunicamos, y si podemos, nos reunimos. Para los 50 años del debut como banda, hicimos un festejo acá en el club Ateneo Popular, con una zapada eterna de esas interminables, psicodélicas, de otros tiempos. Más que nostalgia, es normal que uno recuerde las cosas de la juventud con mucha alegría, porque se sentía bien, espléndido, con toda la energía. Y le pasaron algunas cosas interesantes. Hay que festejar. Y hay que juntarse, mientras se pueda”.
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