“Eephus”, el crepúsculo de un mundo
| 13 de Abril de 2025 | 07:00

Acá nadie mira beisbol, es cosa de Norteamérica, de Centroamérica. Pero casi todos hemos visto alguna de las tantas películas que Hollywood ha dado sobre el deporte: en su forma más básica, son épicas deportivas chabacanas. A menudo, sin embargo, el cine sobre beisbol es bueno, buenísimo: es el deporte del pueblo estadounidense, y el cine consigue a veces, detrás de historias de ganadores y perdedores, de romances y de dinastías, capturar el alma de ese pueblo.
Pero los tiempos están cambiando, los pueblos están cambiando: en “Eephus”, la película de Carson Lund, los chicos estadounidenses quieren andar en patineta, jugar al fútbol. El beisbol es asunto de gente grande con panza, rememorando tiempos mejores, tiempos míticos, quizás inventados, que se reúnen a jugar un picadito en el campito de su pueblo. Es el último partido. Ese espacio antes lleno de vida y de historias hoy es el potrero de un grupo minúsculo de hombres que rehúsan el paso del tiempo. Entonces, a la cancha, ubicada en un terreno público, la reemplazará no un supermercado, no una villana torre de mil pisos para oficinas, sino una escuela. Tal vez, un mejor uso para ese espacio.
Entonces, esos hombres miran, como tantos hoy, el final de sus mundos. “Eephus” es una película crepuscular que termina en el crepúsculo literal, con la caída de la noche sobre la jornada de beisbol amateur: esos hombres extienden lo más posible su último partido, un partido sin sentido, mal jugado, cómico para los espectadores, pero un asunto importantísimo para ese grupo de laburantes que el fin de semana va al campito. La melancolía de la película radica en ese contraste: se va el beisbol, se va, definitivamente, la juventud en el espíritu de esos hombres a los que la juventud física abandonó hace rato. ¿Qué queda después del juego?
La vida adulta, el mundo profesional parece, sin ese espacio y ese momento, un moler y rechinar sin demasiado sentido ni horizonte para ese grupo de varones de pueblo chico, ya lejos de su mejor momento, de sus utopías y esperanzas de escape, ya parte del colectivo de personas subempleadas. Lund filma ese apocalipsis íntimo, pero es también el fin de algo más grande, de un tiempo y un espacio que los contiene y los excede.
Ese terruño es su patio trasero, el lugar al que van a pasar el rato, a estar: a perder el tiempo, mismo efecto que produce el extraño lanzamiento, la “bola lenta”, que da nombre a la película. Perder el tiempo ya no se puede: los “terceros lugares”, espacios que no son ni el hogar ni el trabajo y donde se puede estar sin pagar (concepto de Ray Oldenburg) están desapareciendo; con su abandono, desaparece una forma de vivir el tiempo, una forma despreocupada de habitar un espacio sin apuro, entre amigos, entre bromas (aparece la epidemia de soledad masculina y la ruptura del tejido social que tanto se discuten hoy). Lund hace cine: filma ese tiempo en extinción. Es ficción, pero el retrato de cómo esos hombres habitan ese tiempo es casi documental: la película pierde el tiempo con ellos, con los muchachos. Pasan las horas, pasan las jugadas, alguna sublime, la mayoría al borde del ridículo. Pasan las cervezas, pasan las bromas entre compañeros y rivales, mientras asoma algún chispazo de magia, una poesía evanescente que se perderá para siempre tras aquella tarde. Cambia la luz, la tarde es atardecer, la era se extingue mientras se extingue el día. Luego ya es noche cerrada, y con tal de seguir jugando las luces de los autos iluminan, apenas, el final de ese partido, de ese estilo de vida.
“Eephus” retrata el final del viejo alma estadounidense, de una manera de ser arrasada por el siglo XXI. Los dos equipos amateur que juegan en ese pueblito alejado, que podría ser cualquiera, saben que no hay mucho que hacer ante el final inminente. Dan sus últimos batazos con resignación, cabizbajos juntan las cosas y se van, para siempre, del mundo que conocieron y que ya no existe más.
Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE