Platense, por La Plata: una apuesta hace 120 años por un caballo que dio su segundo gran relinche

Sergio Pomares

En las callecitas empedradas del barrio de Recoleta, allá por 1905, cuando Buenos Aires todavía olía a tranvía y a tango recién nacido, un grupo de muchachos de entre 15 a 18 años compartía algo más que la juventud. Compartían una pasión, una ilusión, y un rincón de mundo al que querían pertenecer para siempre.

Recoleta no era entonces el barrio elegante que conocemos hoy. Sus límites no estaban del todo definidos y, en sus rincones más humildes, vivían familias trabajadoras, changadores, obreros, hijos de inmigrantes. De ahí venían José Viviani (quien sería el primer presidente del club), los hermanos César, Julio y José Pianarolli, Santos Aliverti, José Roggerone, Carlos Garbagnati, Roque Jaureguiberry y el changador Andrés Meraggia. No tenían mucho, pero sí tenían todo lo necesario: unión, esperanza, y esa fuerza inquebrantable que solo tienen los que sueñan en colectivo.

Fue entonces cuando el azar decidió poner su granito de magia. A Meraggia, que trabajaba descargando bultos en el mercado, le dieron una fija: un caballo llamado Gay Simón, proveniente del stud "Platense", de La Plata, iba a correr en el Hipódromo Nacional y, según decían, no podía perder. No era un dato menor, ni un chisme de pasillo: era una oportunidad. Los muchachos se entusiasmaron. Juntaron cada moneda que pudieron —no era mucho, pero era todo para ellos— y jugaron cinco boletos al caballo.

Gay Simón no los defraudó. Cruzó la meta con furia aquel 25 de mayo de 1905, y les devolvió una alegría que parecía imposible. El dividendo fue de 89 pesos por boleto a ganador: una verdadera fortuna para la época. Cobraron 445 pesos en total -se trabajaba aproximadamente por cuatro a 10 pesos por día-, suficientes para comprar pelotas, infladores, redes, camisetas... y sobre todo, para comprar el primer pedazo de un sueño llamado Platense. Aquel, sin dudas, fue el primer gran relinche. Lo que no se imaginaban era que tardaría 120 años en dar el segundo...

Esa apuesta ganada fue más que una anécdota. Fue el nacimiento de una identidad. En gratitud a ese caballo salvador, decidieron bautizar al club con el nombre del stud que lo había criado: Stud Platense, de La Plata. Y no solo tomaron el nombre, sino también los colores: blanco y marrón, originalmente camisa colorada con puños, cuello y tresalamares negros, los mismos que desde entonces flamean en las tribunas y en el pecho de cada hincha calamar.

Platense fue, desde ese instante, más que un club. Fue barrio, fue esquina, fue abrazo después del gol y lágrima tras el descenso. Fue la tribuna de los que nunca se rinden. Fue ese lugar que te espera aunque te vayas. Fue la voz de quienes cantan incluso cuando se pierde, porque saben que pertenecer vale más que ganar.

Aquel Platense también tuvo idas y vueltas: parte de su dirigencia se fue y creó Kimberley de Villa Urquiza al estar en contra de la indumentaria; o como en 1921, cuando hubo internas y se creó un Platense paralelo, que luego se llamó Universal, pasó a ser Retiro y terminó disolviéndose.

Durante más de un siglo, Platense caminó con dignidad. Cayó, se levantó, volvió a caer. Pero nunca se quebró. Y aunque el campeonato parecía siempre esquivo, los hinchas sabían que algún día iba a llegar. Que todo ese amor, esa fidelidad que no se negocia, tenía que ser recompensada.

Y así, 120 años después, el sueño volvió a galopar, como aquel caballo en el Hipódromo. Esta vez no en una pista de tierra, sino en un campo de juego donde once jugadores, y millones de almas invisibles, corrían con la camiseta marrón y blanca. Platense salió campeón. Y cuando el árbitro pitó el final, no solo se ganó un título. Se cerró un círculo. Uno que había empezado con una apuesta en 1905 y terminó con un grito ahogado de generaciones enteras.

En el barrio Hipódromo de La Plata, en cada rincón donde resuene la historia, alguien dirá que all nació Platense. No por casualidad. Sino porque los sueños, cuando se creen de verdad, siempre encuentran la manera de llegar.

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