Pablo Díaz, el duro oficio de sobrevivir



En la madrugada del 16 de setiembre de 1976 fueron secuestrados por la dictadura Claudio de Hacha, Horacio Ungaro, Daniel Rasero, Francisco López Muntaner, María Claudia Falcone, Víctor Triviño, María Clara Ciocchini y Pablo Díaz. Eran adolescentes. Todos rondaban los 17 años. Cometieron el gran pecado de tener voz y hacerse oír, más allá de la importancia de su reclamo, el boleto escolar. Y la dictadura no perdonó. Sólo uno de ellos sobrevivió, Pablo Díaz (42, casado, tres hijos), que se convirtió, como testigo del horror, en la memoria de la Noche de los Lápices. Un compromiso con los que no sobrevivieron. "Es así -reconoce- Uno siente eso. Lo hablé mucho con Jack Fuchs, un sobreviviente de los campos de exterminio nazis que escribió un libro, 'Tiempo para recordar', que es mi libro de cabecera...". Agrega que "el sobreviviente es casi una contradicción en sí mismo. Tiene cosas muy fuertes y personales adentro desde la simple preguntarse por qué él está vivo; también pesa el hecho de ser portador de las últimas miradas, de las últimas palabras de quienes estuvieron con uno y eso es muy fuerte. Muy íntimo. Después está el cómo se puede llegar a convivir con los fantasmas, con el campo de concentración en el que uno estuvo. Y Jack me brindó la contención necesaria. Nosotros sabemos que no podremos sacarnos los fantasmas de adentro. El asunto es ver cómo convivimos con ellos".
Eras un chico de 17 años, encerrado allí, torturado, con gritos, olores...¿Qué te queda de aquello?
-"En mi caso hay dos campos de concentración. Uno, el de tortura continua que fue el campo de Arana durante una semana, en donde todo muy rápido, la tortura era continua, estábamos aislados y vendados y del que me quedó, como imagen más fuerte, un simulacro de fusilamiento. Tremendo a esa edad. Y el otro, el momento en el que pude fijarme en las sensaciones, fueron los 90 días que pasamos encerrados en un calabozo en el pozo de Banfield. En esos días vivimos momentos no tan cruciales, como la tortura en Arana, pero muy fuerte por otras cosas. El tema de las embarazadas, de los partos, de charlar mucho entre nosotros aunque estábamos separados, cada uno en su calabozo aunque a veces cuidábamos embarazadas. Después me pasaron al pozo de Quilmes por un mes en recuperación, porque en ese momento no podía ni caminar. Siempre digo que mi posibilidad de vivir llegó a último momento. Creo que cuando se decidió la desaparición permanente de los chicos también se resolvió que yo viviría, pero estaba en condiciones lastimosas porque hasta ahí habíamos compartido todo con ellos, había sido torturado, no tenía...mantenimiento, digamos. Por eso me mandaron a recuperarme antes de que me trasladaran a una cárcel, la unidad 9 de La Plata, en donde estuve hasta el 19 de noviembre de 1981".
-¿Cómo era tu vida de adolescente antes de que te pasara todo esto?
"Vivía con mi familia, mis padres y mis seis hermanos en una casona de 10, 40 y 41. Mi familia sigue viviendo allí. Mi padre era profesor de Historia del Nacional y jefe del Departamento de Historia de Humanidades. Mi madre era maestra y llegó a Inspectora. Yo estudiaba en ese momento en la Legión de 12 y 60. Era un adolescente común..."
-Todo eso cambió a partir de la madrugada del 16 de setiembre de 1976...
-"A las 4 de la mañana, exactamente. Estaba toda mi familia durmiendo y fue terrible para todos, desde ya. Mi papá era rosista y vivió un proceso muy doloroso con mi secuestro. Su posición ante la dictadura no era muy clara hasta entonces. Habrá sido uno de los que pensaron que el país necesitaba un poco de orden y todo eso. Para mi padre lo vivió a todo de manera tan terrible, cuando se vio tirado en el piso, pateado...Fue algo muy fuerte."
-¿Te costó retomar los estudios cuando saliste? ¿Te pusieron trabas?
-"Sí. Teníamos prohibido ingresar a un colegio estatal. Estudié en el Bachillerato de Adultos del Sagrado Corazón, que era de noche. El padre Velazco de los salesianos me recibió sin ningún problema. En un primer momento me recosté mucho sobre el padre Bruno, también salesiano, nos hicimos muy amigos y él habló con el padre Velazco que regía la congregación y terminé la secundaria de noche y fui reconstruyendo la vida. Me casé, llegaron los hijos siempre con particularidades mías. Yo tengo un hijo de 12 años que me nació el 24 de marzo...Pobrecito. Hacíamos fuerza con el médico y con Susana, mi mujer, para que no naciera pobrecito ese día. Y nació a las doce menos cuarto de la noche. Cuando faltaban nada más que 15 minutos para el 25. Ahora irónicamente, pobre, no deja de sufrir porque le tengo que hacer rápido el cumpleaños porque tengo que ir a un acto o a una marcha de repudio a esa fecha..."
Después de todo, ¿tenés fe? ¿Crees en Dios?
-Tengo una relación difícil con Dios. Inclusive cuando estábamos en el pozo de Banfield discutíamos mucho con María Clara Ciocchini, que tenía también 17 años y era muy católica. Hoy es una de las chicas que está desaparecida. Ella nos pedía siempre que rezáramos y era pesado hacerlo en ese lugar. Le contestábamos que cómo nos pedía eso después de lo que habíamos pasado y lo que estábamos pasando. Y discutíamos. No eran discusiones teóricas porque a esa edad, 16 ó 17 años que teníamos todos, ¿qué íbamos a teorizar?, pero sí la situación y hablar de Dios en ese lugar. Aunque siempre me manejé con contradicciones, en eso. Hay momentos trágicos en donde uno inevitablemente necesita aferrarse a algo, no voy a decir que no hice promesas si salía con vida de todo eso. Pero después me fui peleando con Dios que cada tanto me hace trastabillar cuando me encuentro con testimonios de sacerdotes como Cajade, Farinello, Belderrain o cuando ves a alguien de la dimensión de la madre Teresa de Calcuta sosteniendo y acariciando a moribundos miserables, mutilados. No dejo de conmoverme ante esas cosas posibles que me demuestran que Dios puede existir y pensar qué es lo que los mueve a esos sacrificios. Qué fuerza los lleva a eso. Tampoco dejo de conmoverme cuando me iluminan la Catedral de noche. Es muy difícil. Yo no quiero desafectar afectos, pero es mi propia realidad. Me aferro más a la vida. Fuchs decía algo más pragmático. El hombre es potencialmente bueno y potencialmente malo. Es el mismo hombre que crea las injusticias y el que es justo. Es el mismo hombre que festeja la primavera y el que crea los campos de concentración. Nosotros tenemos que creer en el hombre potencialmente bueno y ya que conocimos lo malo del hombre, buscar los mecanismos para controlarlo y preservar al hombre bueno. Creo en eso.

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