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Información General |HISTORIAS PLATENSES

El motoquero del 19 y 20: un héroe en dos ruedas

En medio del estallido social provocado por la crisis del Gobierno de Fernando de la Rúa en 2001, Charly Obiol, enfrentó a las fuerzas policiales para proteger a los manifestantes y vivió para contarlo. Hoy que sigue tan fanático de las motos como antes, refresca los hechos y cuenta cómo es este oficio callejero

8 de Diciembre de 2012 | 00:00
CHARLY EN SU HONDA TWISTER CBX 250 LUEGO DE LA ENTREVISTA EN 6 Y 49
CHARLY EN SU HONDA TWISTER CBX 250 LUEGO DE LA ENTREVISTA EN 6 Y 49

Por MANUEL LOPEZ MELOGRANO

PRIMERA

Clic para ampliarLas imágenes dieron la vuelta al mundo. A once años, acá, los recuerdos del desastre resucitan con las fotos de archivo que muestran cómo con gases lacrimógenos, camiones hidrantes; a caballo, caminando y motorizados, la policía reprimía a cientos de argentinos que se manifestaban y reclamaban por trabajo y justicia y porque alguien se hiciera cargo. El 19 y 20 de diciembre de 2001 él estuvo ahí, en pleno corazón de la ciudad de Buenos Aires y nunca olvidará como el país se iba a pique.

Carlos Obiol, Charly, trabajaba en su empresa de mensajería Cassandra Motorss y lo veía venir. “Cuando uno anda en moto, se transforma en un termómetro social porque nos metemos en lugares donde no todos llegan”. Charly se transformó en uno de los héroes anónimos de esa gesta popular. Tal vez, los libros de historia no le cedan ni una línea a su entrega, pero es hora de que alguien cuente por primera vez, el coraje de Obiol esos días turbulentos en los que se jugó la vida para salvar a otros.

La desesperación latía en las calles del centro y en los barrios de todo el conurbano por los que cada día levantaba o entregaba pedidos de mensajería. En ese momento como ahora, pasaba 12 horas fuera de su casa trabajando y comía con otros motoqueros en las ollas populares y veía como las madres con sus hijos llegaban a la casa y no tenían nada. No puede borrarse las caras de frustración, las miradas caídas.

-“Había algo muy loco: les estaban pegando a una estudiante de facultad, a una madre con hijos y hasta a los viejos, no les importaba nada”

Luego del llamado viernes negro, el sábado 1 de diciembre se declara el corralito. Estalla la bomba. El 19 se declara el Estado de Sitio y en medio de todo, los motoqueros se organizan. “En cualquier momento vuelve a pudrirse” se dicen desde adentro de los cascos y con ayuda de señas. Hablan mucho entre ellos y se arman dos grupos. Uno con el Chino Suárez y Mariano Robles a la cabeza que se meten en la plaza de Mayo con las motos a defender a las madres que estaban siendo reprimidas por los caballos. Lo peor fue ya en la madrugada del 20, a las dos de la madrugada. Ahí se dan cuenta de que con el ruido del motor el animal se espanta y el jinete se cae al suelo, y “en el suelo, fuiste”, advierte Charly, “somos todos iguales”. El otro grupo, en el que estaba Charly, se repartieron para resistir en la zona de la avenida 9 de Julio y corrientes, frente al Obelisco.

Esa noche -mientras muchos iban presos- cuando llegó a su casa en City Bell discutió con su mujer. Ella no quería que fuera a trabajar al día siguiente y él le decía que tenía que salir porque había que comer. Al mes, ganaba dos mil pesos y por día sacaba para la leche y la comida con suerte. Ahora, gana veintidós mil pesos, once veces más.

“El 20 cuando vino la represión encarnizada era cortar el laburo, cerrar el bolso y vamos todos para allá y aguantar y aguantar y aguantar; y de vuelta el quilombo y los gases y los corchazos y la gente gritando y llorando por todos lados” dice - le pega un trago al café americano cortado, en el Café de las Artes- y sigue“ ¡Nos dimos cuenta de que éramos una fuerza de choque! Para reprimir a los manifestantes usaban a la policía motorizada con los bastones largos de madera, iban de a dos, y nosotros dijimos: vamos dos en una sola moto, uno maneja y el otro revolea la cadena con el candado de la moto y piedras que les va a costar bajarnos” Y eso hicieron.

“Ya desde el mediodía estábamos re sacados porque a esa altura pensábamos que nos habían matado dos pibes y abríamos el paso para que la gente pudiera entrar detrás nuestro” cuenta Robles, el otro pelado que se jugó el pellejo. Con la táctica de guerra de guerrillas, buscando los huecos, esquivando las emboscadas, se arrojaron todo el día sobre las fuerzas de seguridad para proteger a la gente. A las once de la mañana ya habían matado un compañero motorizado. Gastón Riva cayó en Avenida de Mayo y Tacuarí por una bala de plomo de la policía; se ven las imágenes por televisión cuando disparan. “Ya cuando Martín Galli cae - que lo dábamos por muerto -dijimos vamos con todo”, recuerda Charly y sigue: “El despelote nos agarra un poco de sorpresa: tiraban con balas de plomo y le pudo haber tocado a cualquiera”.

SEGUNDA

Clic para ampliarHoy quedan muy pocos de esa camada haciendo lo que llama “la diaria”. Charly no tiene heridas de aquel 19 y 20. Su memoria está intacta. Es uno de los pocos de aquel grupo que siguió en el rubro. “Después de ese quilombo nos sacamos Handy en flota para estar todos comunicados por una cuestión de seguridad”

Arrancó como motoquero a los 19 años y hoy con 43, hace 300 kilómetros por día de lunes a viernes llueva, granice o con un sol que raja la tierra en su fierro predilecto: una Honda Twister CBX 250 en la que puede viajar tranquilo a 120 o 130k/h. El tipo aclara qué es LA MENSAJERIA. Cuando lo pronuncia, cambia el tono, lo amplifica, deja su oficio en mayúsculas. Él no es un mandadero que va a comprar el diario o las facturas los días de lluvia. ¿Cuál es la diferencia? Hace depósitos bancarios, busca papeles de un auto; la confianza de manejar mucha plata y grandes responsabilidades.

Además está armando una cooperativa en Capital y otra en La Plata para generar más trabajo para todos los compañeros (los llama así porque siempre militó con los mensajeros y cadetes). La idea es aprovechar el conocimiento en el oficio de los que están en la calle hace años y sumar más trabajo para las malas épocas y que la cooperativa facture.

Él todo lo hace en moto. A veces los fines de semana lo llaman de una empresa de eventos que organiza espectáculos deportivos para que se junte un grupo de motoqueros para llevar camarógrafos y fotógrafos a registrar carreras de ciclismo o atletismo en el asiento trasero. Como sabe lo que vale este trabajo negocia sueldo, comida y alguna remera de la carrera. “Eh! pelado” le gritan todo el tiempo por la calle. Antes de sentarse a dar la entrevista, me hace señas y se queda 10 minutos hablando con otro mensajero.

Los clientes dicen que no conocen alguien igual.

Francisco Giuggio se cruzó con Charly en aquellos tiempos revueltos. “Lo tenía de vista. Trabajaba en otra mensajería que llevábamos los video tapes de la corresponsalía de canal 9 a capital y después de que me cagaron a palazos en un par de cortes de ruta - el código en esos tiempos era que los laburantes pasábamos caminando pero pasábamos-; mi jefe decidió darle a él lo de capital porque lo conocían los piqueteros y lo dejaban pasar”, dice Franco, como lo conoce todo el mundo.

Pero lo que aquel joven de 26 años que hoy tiene 34 no sabía era que 3 años después terminaría siendo su único empleado y socio. “El único drama que tiene es que es hincha de Central, menos la mujer que es Pincha, deben ser los únicos Canallas de la ciudad” dice medio en joda y medio en serio y sintetiza: ojo que cuando se enoja, se enoja. En ocho años de trabajo nunca nos peleamos ni por guita ni por nada. Incluso a veces me jode y me dice que yo soy más patrón que él. Y tiene razón.”

TERCERA

Si no conocieran su historia, sería uno más de aquel grupo. Primero; no es rosarino, es porteño del barrio de Caballito y no la tuvo fácil. A los 11 se fue de su casa. De su familia paterna mucho no se sabe. Sólo que de muy chico quedó huérfano de padre, que su madre enfermó y que con sus hermanas se criaron las tres por separado. Las tres viven en San Justo, La Matanza. No hay mucha comunicación, pero si algo se complica en la clínica con la vieja él está. Siempre está.

De aquellos años igual tiene lindos recuerdos. Siempre andaba en la calle. La música siempre lo acompañó. Cantaba con Alejandro del Prado y Baglieto cuando Fito Páez integraba su banda. Al tiempo, regresó de un viaje de mochilero por Argentina, Brasil y Bolivia, que hizo en camión gracias a cebar buenos mates, tocaba la viola con un flaco amigo en Florida y Lavalle en las Galería Jardín. Hacían temas de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés.

“Por esto de que yo no tenía familia, en esa época pare mucho en la casa de mi viejo y de un amigo, ambas en Caballito, y en la casa del pelado Luca Prodan en San Telmo” cuenta Obiol, mientras los ojos le brillan, sonríe pícaro y se confiesa: “Y estaba loco el pelado, porque cantaba en inglés, se cagaba de risa de todo el mundo y nadie lo entendía. Él era muy punk y me cargaba porque decía que yo era muy hippie. Me decía chiquito” Charly tenía 15 y conserva como pruebas varias cintas de casette inmortalizadas con un grabador General Electric que tenía como bien patrimonial.

CUARTA

Después se vino a vivir a La Plata, entre los veinte y los treinta -decir que fue el paso de la adolescencia a la adultez no va con un tipo tan curtido- trabajó en una agencia de publicidades, en un parripollo; hasta que por fin descubrió su vocación: La mensajería. Por esos años conoció a su primera mujer, con la que tiene dos hijos -Carla y Fernando- que viven con ella en Trelew, Chubut.

QUINTA

Llegó a La Plata por amor. Conoció a María José, su actual mujer, por intermedio de unos amigos en común en unos asados que se hacían en City Bell. Con ella comparte mucho, le hace bien. Es acompañante terapéutica y está estudiando Terapia Ocupacional. Desde 1998 alquilaban una casa en 24 y Cantilo. Hace seis meses, se mudaron a una cabaña de dos pisos que construyeron en un terreno que tenían en el Barrio El Rincón, en 140 y 440. Está casi terminada, tienen su techo propio.

Después de pasar una crisis hace un par de años, el proyecto oxigenó la pareja y los unió aun más. “Mi casa es muy loca toda, se escucha mucha música variada, se mira muy poca televisión, se lee mucho. El lugar es el paraíso de los hippies y yo soy un ex hippie como dicen algunos. El yeite era tener parque y un lugar tranquilo para tener mis dos ovejeros alemanes y desenchufar”.

Dicen los que lo conocen que es más chiquilín el padre que los hijos. Y ellos lo aman. Eso también lo dicen. “Yo acá vivo con Diego, el más chico -de seis años- que es el malcriado de la abuela, de los tíos, hermanos, y también con Macarena y Gabriel, los hijos de ella que son como mis hijos, porque yo estoy con ella desde que tenían dos años y hoy tienen 18 y 17, así que imaginate”

Obiol es un tipo duro, con calle. Un motoquero de pura cepa. Cuando habla de los compañeros que estuvieron el 19 y 20 de diciembre de 2001 asegura: “ Vos te encontrás con los más veteranos en la calle y el saludo es un abrazo y un beso porque lo sentís, lo sentís. Tantos años en la calle, de seguir en lo mismo, de sobrevivir a tantas cosas, que te juro, es un regalo de Dios poder estar vivo para contarlo”.

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