Dalmiro Sirabo, un arte para pensar
| 11 de Marzo de 2012 | 00:00

Dalmiro Sirabo nació dos veces. La primera en 1939 en San Luis como hijo de Antonio y Arsenia. La segunda a los 20 años cuando se instaló en La Plata para estudiar arquitectura. Y como el hombre propone pero el destino dispone, Dalmiro nunca construyó una casa. En cambio pintó cuadros y diseñó esculturas que son parte insoslayable del arte de la Región.
Pero como nada es gratis en este mundo, antes de integrarse a la facultad de Arquitectura tuvo que recalar en Buenos Aires para estudiar en el Colegio Militar. El padre de Dalmiro murió cuando él tenía un año. Su madre, viuda y con recursos más que limitados, apeló al tío Dalmiro Adaro, Jefe del 7º de Infantería y mano derecha de Perón, para que lo admitieran. No encontró otra manera de costear su educación. Al año Dalmiro pidió la baja y volvió al mundo. Ya nunca más lo tratarían de "bípedo implumífero".
Una vez en La Plata, a solas con su alma, se declaró un sobreviviente y se dispuso a sobrevivir. Comía en el Comedor Universitario, dormía en pensiones de mala muerte y aprendía a pensar de la mano de Alfredo Kleinert, futuro filósofo de la vanguardia platense. Esta situación más que precaria cambió en el preciso instante en que conoció a Lalo Painceira. La familia lo adoptó de inmediato.
En 1968 es empleado del Museo Provincial de Bellas Artes, institución en la que recorre todos los puestos: jornalizado, mensualizado, artista plástico B, artista plástico A, Jefe del Departamento de Técnica y Subdirector. Entre 1973 y 1974 recorre Nueva York y se instala en Virginia, donde descubre una nueva profesión: cocinero en el Sheraton Restaurant. "Desde ese momento -dice riéndose- mi currículum fue igual al de Leonardo Da Vinci: `Pinta y cocina`. Y como no soy egoísta como el maestro renacentista, estoy dispuesto a revelar la fórmula del Gulash Strogonoff, mi plato favorito.
-Hay en el mercado del arte una gran sofisticación: buena y mala. Yo lo único que puedo decir es que hay un arte serio y un arte ligero. El serio, como la geometría, es inevitablemente hermético y puede llegar a ser aburrido. Admite tantas interpretaciones como espectadores que lo contemplan. No se mira sólo con los ojos sino con lo que cada uno lleva adentro: amor, rabia, esperanza, desesperación. Es un arte distante y apasionado al mismo tiempo. Un espejo que exige reflexión. Y pensar duele.
¿Y el arte ligero?
-Es todo lo contrario. Es un arte superficial, banal, intrascendente... y en determinadas circunstancias absolutamente necesario. El mejor ejemplo es el Pop Art. Cuando los artistas norteamericanos se sacaron de encima hasta la más mínima influencia del arte europeo, crearon su arte nacional. Un artista como Andy Warhol, por ejemplo, no puede ser otra cosa que norteamericano. Y como cultura y política son inseparables, el otro gran creador fue John Kennedy. Cuando dijo `En cada casa un cuadro` él también participó en la creación de un arte propio.
¿Hay un mercado de arte argentino?
-No. Y no puede haberlo porque ellos son conquistadores. Nosotros somos contemplativos.
¿Y un arte platense?
- Sí hay. Y muy bueno. Es absolutamente experimental y se lo puede apreciar en la salita experimental que funciona en el Museo Provincial. Yo, personalmente, soy admirador de un artista platense prácticamente desconocido: Blancá. Es el gran paisajista del arte argentino.
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