¿Los alimentos del año 3000?

Científicos internacionales ya le presentaron al mundo carne vacuna que de la vaca sólo tiene una célula. Antes la ONU había propuesto comer insectos y los nutricionistas hablan maravillas de vegetales que aquí se conocen poco. En este marco, investigadores platenses ponderan los beneficios de estas nutritivas variantes alimenticias

Carne elaborada íntegramente en probetas de laboratorio con las que se pueden hacer hamburguesas y que de la vaca criolla solo tienen una célula. Platos confeccionados con vegetales que actualmente ni pasan cerca de las verdulerías, como la quinoa. O algo todavía más raro aún, comidas muy nutritivas cuyo principal ingrediente son...los insectos.

¿Serán estos “manjares” la comida que espera a los habitantes del año 3.000?

Por raro y desagradable que parezca, todo indicaría que sí, junto a otros menúes que recién están en la mente de científicos de todo el mundo, y que a los terrícolas del 3.000 (o tal vez a los de mucho antes) hasta les guste.

Las hamburguesas de probeta ya fueron degustadas y quienes lo hicieron dicen que su sabor todavía no es muy rico, pero que puede ir mejorando. La quinoa ya era consumida por aborígenes de estas tierras hace cientos de años, y de los insectos hay quienes afirman que, bien preparados, hasta pueden llegar a ser muy sabrosos.

Es que la población de la Tierra aumenta sin prisa y sin pausa, los alimentos comienzan a mermar y hay que empezar a agudizar el ingenio para pensar en comidas que alcancen para todos.

En este marco, un trabajo elaborado por investigadores de la División de Entomología del Museo de La Plata aporta un poco más de luz a una de estas variantes alimenticias, la de los insectos.

MARCHE UN BROCHETTE DE ORUGAS Y HORMIGAS

En un trabajo que titularon “Insectos comestibles: ¿un recurso alimentario del futuro?”, las investigadoras del Museo platense Marta Loiácono y Cecilia Margaría, señalan que “a la abundancia general de los insectos se suma su alto valor nutritivo, el aporte vitamínico, la riqueza en proteínas y grasas no saturadas en todos sus estados de desarrollo, como huevos, larvas, ninfas, pupas o adultos, convirtiéndose en el alimento principal de las dietas de muchos pueblos y sociedades”.

“Tal es así -agregan- que muchas especies constituyen valiosas fuentes proteicas, algunas más ricas que muchas carnes, con un bajo contenido de colesterol y grasas insaturadas semejantes a las del aceite de oliva y de girasol, y ricos en vitamina B, suplemento con frecuencia deficiente en las dietas de las regiones tropicales”.

Las platenses Loiácono y Margaría sostienen que “además del valor nutritivo de los insectos, se agrega su buen sabor; es conocido que muchos saben a nuez o a tocino, como las larvas que atacan la madera; y otros, al no tener un sabor peculiar, toman el de los ingredientes con los cuales se los prepara”.

Por otro lado, las expertas locales señalan que “en América Central y Sudamérica existe una amplia tradición culinaria sobre el uso de insectos. México es uno de los países donde su consumo es costumbre establecida en gran parte de la población, y el número de especies comestibles asciende a mas de 500”.

La licenciada Loiácono aporta a su vez que “los insectos se procesan de modo diverso y pueden ser hervidos, freídos, marinados, cocidos, molidos en forma de pasta o enlatados; existe una gran variedad de recetas disponibles y en los últimos años se han popularizado los restaurantes especializados en su elaboración, pero en algunos casos no va más allá de la simple curiosidad gastronómica”.

“En nuestro país -continúa Loiácono- la costumbre de comer insectos fue practicada por distintas comunidades originarias. Los mocovíes comían langostas fritas o asadas, grandes hormigas cortadoras y piojos; los indios del Chaco se alimentaban a base de orugas fritas de la palmera caranday y en la cultura Mmbya-guaraní de Misiones, distintos grupos de insectos formaban parte de su dieta”.

La investigadora local agrega que “recientemente, el consumo de insectos ha sido recomendado en un informe publicado por la ONU, que considera que los mismos son una fuente de proteínas que forma parte de la dieta de al menos 2.000 millones de personas, y que hay en ellos todavía un gran potencial por explotar como alimento”.

“Claro que por el momento en nuestro país el consumo de carne vacuna está muy arraigado, y la alternativa de la ingesta de insectos es una opción todavía muy lejana; la población actual parece muy aferrada a sus tradiciones y será difícil superar esta barrera cultural. De todos modos, todas las fuentes de proteínas serán bienvenidas y en un futuro los insectos serán considerados como alimento principal en las dietas humanas”, concluye Loiácono.

¿CARNE? SI, PERO DE PROBETA

La hamburguesa artificial que un equipo de científicos holandeses desarrolló en un laboratorio a partir de células madre vacunas, formadas únicamente por proteína extraída del tejido muscular del animal, parecieran querer revolucionar el mundo alimenticio, más allá de que el sabor, por el momento, no parece ser muy bueno.

Aunque el proyecto se encuentra todavía en sus primeras etapas y aún no puede producirse a escala global, los investigadores creen que podría contrarrestar el impacto negativo de la producción cárnica en el medioambiente y ayudar a solventar la creciente crisis alimenticia.

El ingrediente principal de la innovadora hamburguesa es proteína pura vacuna, aunque el equipo no descarta añadir células de grasa, también de laboratorio, para conseguir un sabor un poco más natural.

A partir de las células madre extraídas del tejido muscular de la vaca, los científicos consiguieron multiplicar sus muestras tras alimentar con nutrientes las células y acelerar su crecimiento mediante sustancias químicas.

Después de tres semanas de proceso continuado, obtuvieron más de un millón de células madre que fueron apartadas en pequeños recipientes donde se fusionaron hasta formar minúsculas tiras de músculo, de aproximadamente un centímetro de largo y varios milímetros de ancho. Y una vez conseguidas 20.000 de estas tiras, se congelaron para más tarde pasarlas a temperatura ambiente y convertirlas en una masa compacta de hamburguesa que puede ser cocinada y en cuya elaboración participan decenas de millones de células madre.

Pero para que esta hamburguesa pueda ser un sustituto real de la carne vacuna, los científicos aún trabajan para darle un aspecto más auténtico, ya que la carne obtenida es blanca y su sabor todavía “no es lo bastante bueno”, según reconoció el jefe del equipo investigador.

“Si no tiene el aspecto de la carne normal ni tampoco su sabor, no va a ser un reemplazo viable”, sostiene Helen Breewood, otra investigadora implicada en el proyecto.

Para mejorar estos detalles, el equipo está tratando de dar un color rojo al alimento al añadir mioglobina compuesta de origen natural, así como células de grasa para mejorar el sabor.

Claro que más allá de estos pequeños detalles, que un buen asador argentino rechazaría de plano al tirarla sobre la parrilla, los científicos resaltan que esta carne puede ser muy beneficiosa para el medioambiente, y su potencial para solucionar la escasez alimenticia de carne en el futuro.

“Las vacas son muy ineficientes, necesitan cien gramos de proteína vegetal para producir solo 15 gramos de proteína animal comestible. Para poder alimentarnos, perdemos un montón de comida en alimentar a las vacas”, sostienen.

“Con la carne cultivada, en cambio, podemos hacerlo de un modo más eficiente porque tenemos todas las variables bajo control y no necesitamos matar a la vaca ni generamos metano”, añaden los expertos.

Según los investigadores, la hamburguesa “de probeta” logró reducir en un 90 por ciento la necesidad de tierra y agua para producir el alimento y un 70 por ciento de la energía total que se habría empleado en el caso de una hamburguesa natural.

Otro punto a favor de esta hamburguesa de laboratorio es, para sus creadores, la alternativa que supone para los colectivos contrarios al consumo de carne, a causa del sufrimiento que padecen los animales.

Seguramente para que estos productos lleguen a nuestra región deberán pasar varios años, y para que sean aceptadas en el gusto popular, muchos más.

Sin embargo, ante la amenaza mundial de una futura falta de alimnentos, y como el refrán dice aquello de “a falta de pan buenas son tortas”, no habría que ir descartando de plano el reemplazo de un buen costillar criollo por un asadito con carne de probeta adobado por salsa de insectos y una buena ensalada de quinoas.

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