Con tacos altos es otra cosa
| 28 de Diciembre de 2014 | 00:00

Por ALEJANDRO CASTAÑEDA
¿Los tacos altos les dan más “poder” a las mujeres? Una reciente investigación realizada por la Universidad de Bretagne-Sud, en Francia, reveló que, al usarlos, ellas reciben más atención y tienen más capacidad de persuasión sobre los hombres. La moraleja es que una doña con tacos altos gana en seguridad, seducción y poder.
“El taco alto es un símbolo fálico por excelencia, es un fetiche, como el pie. Cuanto más aguja y más alto, más erótico”, dijo el modisto Roberto Piazza cuando se lo consultó. Y agregó: “Una mujer que no tenga buenas piernas o que no sea muy agraciada, si usa taco alto, su belleza mejora un 50%”
Para el estudio, informaron, “se escogieron a voluntarias de 19 años con zapatos negros y tacos de 0,5 cm, de 5 cm. o de 9 cms. Esas chicas les pidieron ayuda a hombres cuyas edades oscilaban entre los 25 y 50 años, en diversas circunstancias. ´El tamaño de los tacos de una mujer ejerce un efecto poderoso en el comportamiento de los hombres´, dijo Nicolás Gueguen, investigador especializado en el comportamiento”. Cuanto más altos los tacos, más atentos y participativos los hombres. El estudio fue más allá: a una mujer con este calzado se le plantea un horizonte con mejores ofertas en todo sentido. Y las chances aumentan si la señora en cuestión va con falda ajustada.
“El taco alto es un símbolo fálico por excelencia, es un fetiche, como el pie. Cuanto más aguja y más alto, más erótico”, dijo el modisto Roberto Piazza cuando se lo consultó. Y agregó: “Una mujer que no tenga buenas piernas o que no sea muy agraciada, si usa taco alto, su belleza mejora un 50%”.
La enciclopedia dice que “los primeros que los usaron fueron los carniceros en Egipto, que se los ponían para caminar entre las vísceras en el suelo. Recién se convirtieron en un símbolo de la feminidad’ en la antigua Grecia y Roma, según Elizabeth Semmelhack, del Museo Bata de Calzado. Y aunque se usaron durante siglos en el imperio otomano y Persia para montar a caballo, demoraron hasta los años 1500 en llegar a Occidente, donde se los vinculaba con el poder imperial y se popularizaron como artículo erótico en los siglos XIX y XX”.
Nosotros, con menos trabajo, lo habíamos advertido y lo glosamos hace años en una de estas columnas. El reciente estudio muestra que su atractivo no ha perdido vigencia. Los tacos son una afirmación de femineidad. Y al exaltarlos, ayer y hoy, también entonamos un lastimoso adiós por un accesorio que está en retirada, asediado por una moda de pantalones y zapatos bajos que dejan pocas chances de cruzarse con buenas piernas.
Tacos y polleras no son elementos secundarios. Al contrario, si aparecen de golpe, en una calle, alegran la mirada del más cabizbajo y ofrecen, al preocupado peatón, el premio fugaz de una estampa insinuante y coqueta. Un buen cruce de piernas, en cualquier contexto, siempre es una invitación irresistible. Durante años los pantalones fueron una alternativa no una obligación, como ahora. Los nuevos rumbos, el frío, los jeans, el viaje en colectivo, la uniformidad y los costos terminaron echando al olvido los vestidos apretados. Antes, allá lejos, los tacos eran tan infaltables como la cartera. Y estaban esas medias transparentes, con una costura ladina que arrancaba en el tobillo y trepaba, alentada por la mirada de ellos, hasta zonas apetecidas.
Todo eso se ha perdido. Hoy una mujer con tacos y polleras es una rareza y también una linda sorpresa. Su aparición mejora cualquier paseo. Afirman una identidad que quizá las feministas deploran, pero que los de este lado, con pocas esperanzas de toparse en la calle con algo bueno, agradecen. La Municipalidad debería largar a la calle un plantel de señoritas con tacos y bien empolleradas para optimizar un urbanismo donde escasea la elegancia y el piropo pero sobran furias y chancletas.
El short es otra cosa. Es un atajo demasiado explícito que acorta camino y deja poco margen a la exploración. Es además una prenda más juvenil que le ha quitado misterio a las piernas, porque nos dejó sin recorrido ni imaginación. La moda siempre fue mostrar y ocultar, llevarnos de las narices hacia lugares infranqueables, un caminito donde miradas y adivinaciones iban armando la anatomía de esas mujeres que dejaban ver más contorno que piel y que gustaban más por lo que insinuaban que por lo que ofrecían.
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