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Son bulliciosos y su excremento se junta en las veredas y hace el aire irrespirable. Ya son casi una plaga
Llegan en bandadas para desplazar y usurpar, usufructuando logros ajenos como propios; son invasores que se sirven de la “patota” para conseguir sus fines, y durante la última década han conquistado numerosos espacios antes reservados a la diversidad. En lo alto de la Ciudad, los estorninos jaquean a las especies de aves tradicionales, y provocan cada vez más dolores de cabeza a los vecinos, testigos de una multiplicación que parece insoluble.
Con la llegada del calor estival, numerosos ejes urbanos forestados y espacios verdes locales se pueblan con una rica variedad de pájaros. Sin embargo, en algunos esa multiplicidad viene decayendo como consecuencia del avance de los estorninos, una especie exótica que no sólo genera un bullicio cercano a lo ensordecedor, sino que cubre las veredas y calzadas con un verdadero manto de deposiciones de olor nauseabundo, que atraen moscas y eventualmente pueden favorecer la aparición de enfermedades respiratorias.
Los especialistas coinciden en que, de mantenerse en los próximos años la tendencia, no sobrevivirán en el mediano plazo ni el canto del jilguero ni la levedad de los gorriones, ni el frenesí cromático de los colibríes ni el industrioso tesón de los horneros. Y si lo hacen será en poblaciones marginales.
“Los estorninos se han convertido en una tortura; tomaron los árboles y los excrementos que dejan tienen un olor que es más potente que el de otras especies, y hace el aire irrespirable”, señala Edgar García. El vecino del barrio aledaño con plaza Paso precisa que “en la calle 43 entre 10 y 13 hay tal cantidad de mugre que no se puede salir a la calle con los nietos, da la sensación de que se los está exponiendo a una amenaza para la salud. Y ni hablar del ruido ensordecedor a cualquier hora”.
Hay una hora del día, la del atardecer, en la que la “danza” aérea de los estorninos sorprende por su sincronía y belleza (ver recuadro). El resto del tiempo, estos pájaros originarios de Europa y Asia campean y arrasan sin predadores naturales a la a la vista.
Si bien nadie sabe muy bien cómo ni cuándo llegaron al país, se estima que fue a mediados o fines de los años ochenta cuando algunos importadores de pájaros, al no poder colocarlos en el mercado tras traerlos desde América del Norte, los liberaron. Los primeros casales sueltos de “Sturnus vulgaris” -tal la denominación científica del estornino pinto- fueron avistados en Bernal; y hoy se los detecta en la mayor parte de la región pampeana.
Ruidosos, de tamaño mediano y plumaje negruzco, tienen una capacidad reproductiva muy alta, ya que llegan a duplicar su población año tras año. Ocuparon primero una amplia franja costera del Plata, desde Tigre a Madgalena, según observaciones de la Dirección Nacional de Flora y Fauna Silvestre. Y avanzaron sobre los centros urbanos, nidificando en huecos de árboles, debajo de aleros y estructuras industriales, sacando sus nidos a los pájaros carpinteros y a los horneros.
“Traerlos fue una mala idea, tanto que ya pueden considerarse una plaga” evalúa Julio Milat, director del Museo Ornitológico de Berisso: “son un poco como ‘barrabravas’, ya que no sólo compiten con las especies autóctonas por el alimento sino también por los espacios de nidificación; y no encuentran barreras naturales, porque las aves rapaces que se alimentan de palomas no suelen atacarlos porque no están acostumbradas”.
Algunos ornitólogos sospechan que más allá de la vasta disponibilidad de alimentos (comen prácticamente de todo, desde insectos hasta alimento balanceado y basura), el medio urbano les ofrece algún beneficio adicional relacionado con la temperatura, lo que influye en su permanencia.
“La mitad de su dieta se integra con insectos, pero aprovechan además todo tipo de recursos alimentarios: granos, basura, frutales, leguminosas, gramíneas... Cuando detectan un feedlot o un tambo se precipitan sobre los alimentos y todo parece cubrirse con un inmenso manto negro. Al retirarse, lo negro se transforma en blanco porque dejan comederos, pisos y vallados cubiertos con sus heces”, cuentan en la Dirección Nacional de Flora y Fauna.
En los últimos años, ese organismo ha empezado a evaluar diferentes estrategias para controlar a los estorninos. Y para ello cuenta con el apoyo de entidades conservacionistas como la Fundación Vida Silvestre y la Asociación Ornitológica del Plata, además de asociaciones de productores rurales. En países como Estados Unidos, donde fueron introducidos a fines del siglo XIX, se abandonó la idea de erradicarlos y sólo se aplican medidas paliativas que apenas logran reducir pérdidas de millones de dólares en la producción agropecuaria.
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