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Séptimo Día |TENDENCIAS

Historia y leyenda: Venecia y las góndolas

7 de Septiembre de 2014 | 00:00

Por SILVANO J. TREVISAN

VENECIA

Joya engarzada con 118 islitas de juguete, separadas por otro centenar de canales e infinidad de callejuelas líquidas (que los residentes, como nosotros, llaman ”calles”), algunas de no más de un metro y medio de ancho, y casi medio millar de puentes y puentecitos. Más coloridos y señoriales palacios, iglesias de todo tamaño y varios miles de edificios ocupados por habitantes orgullosos de su húmeda ciudad; y todo cimentado sobre pilotes de madera dentro de La Laguna, un reservorio de agua salada separado del Mar Adriático por las delgadas lenguas de tierra de los “Lidos” .

Es Venecia, Venezia para los italianos, o Venessia para los venecianos (quienes también la bautizaron como “La Sereníssima”). cuyos primeros habitantes se establecieron allí en el S.V dC. Hoy la población es de 270.000 personas, cantidad en constante disminución ya que el máximo se registró en el año 1970 con 360.000 residentes.

Durante siglos supervivió a la beligerancia y envidia de otros pueblos y a la adversidad de la naturaleza. Floreció, se hizo rica, poderosa y temida. Y declinó. Tuvo arte, oro, posesiones y muchos enemigos. Era sinónimo de navegación, estilo, buen gusto y defensas. Fue una de las Repúblicas más brillantes de la península itálica. Poseía una refinada diplomacia y hasta mandó a su hijo predilecto, Maro Polo, a negociar con los poderosos monarcas del Lejano Oriente. Fue un pueblo astuto y oportunista, para el bien y para el mal; luminosa civilidad, en contraste con las sombras de barbarie que la rodeaban.

Hoy ya no es la misma, pero conserva parte de su vitalidad y sigue siendo un centro cultural destacado y una atracción turística muy fuerte. Un paseo por el Canal Grande, un concierto en una iglesia, un café en Piazza San Marcos, una muestra de pintura en la Accademia, un encuentro con la historia en la Basílica de los Frari, el inmutable mar de techos rojos y sus canales de aguas verdosas donde se espejan casas de todos los colores y suntuosos palacios (los Ca’) de tonos pastel en un juego interminable de reflejos; la Catedral de San Marcos con sus mosaicos de oro, los típicos restaurantes escondidos entre angostos canales y los puentes del Rialto, Las Tetas y Los Suspiros, con sus historias y leyendas; el Palazzo Ducale -exquisita residencia del Doge, máxima autoridad de la República- de mármol blanco y rosa pálido, con sus elegantes pórticos de 36 columnas en planta baja y 76 en la galería superior, unidas por los más finos arcos gótico-venecianos de Europa… Y más allá, pero no muy lejos, otra fiesta multicolor: las islas Murano, Pallestrina, Burano, Torcello y San Lázaro, dominadas, aún desde la distancia, por la silueta en contraluz del Campanile de San Marcos. Es la República Veneciana, con sus mil cien años de existencia (697 hasta 1797). Es Venecia: mito para recorrer, mensajito para enviar, escenario para fotografiar, cuentos para narrar…

Pero, ¿Cuál es el objeto, obra o sitio paradigmático que mejor representa a la “Sereníssima”? ¿Lo es, acaso, alguno de los elementos descriptos en el párrafo anterior? No, ninguno de ellos, por destacado que sea. El indiscutible ícono de Venecia es… ¡la góndola!

LA GONDOLA

Durante más de un milenio fue la embarcación veneciana por excelencia. En los S.XVI-XVII navegaban por sus venas acuosas alrededor de 10.000 góndolas; hoy, apenas un centenar. Originalmente eran profusamente decoradas y coloridas. Luego, para terminar con la ostentación vanidosa de sus propietarios nobles, se estableció que debían ser todas rigurosamente negras, como las actuales. Poseen un casco estrecho de no más de 11m de largo con piso interior plano pero con un formato exterior longitudinalmente curvado y extremos elevados, lo que reduce al mínimo el área de contacto con el agua. Es un tanto asimétrica para contrabalancear el peso del remero (el “gondoliero”) quien, de pie en la popa, boga con singular destreza, utilizando un solo remo el cual, unido a la góndola mediante una horquilla especial de madera, le permite avanzar, retroceder, frenar, cambiar dirección o girar 180º.

Cada góndola está compuesta por 280 partes de madera de diversos tipos: olmo, roble, cedro, nogal, abeto, encina, sauce, tilo, álamo, alerce, caoba y cerezo. El único astillero que se mantiene en actividad actualmente es el de San Trovaso, donde aún se construyen y pintan con siete capas de pintura impermeabilizante, cuya fórmula es rigurosamente guardada y cuyo color negro recuerda el luto producido por la peste que devastó la población en 1562.

En proa lleva un elemento decorativo de acero con seis dientes que simbolizan los seis barrios de la ciudad. En el borde opuesto hay otro diente, que recuerda la isla de la Giudecca. La parte superior tiene la forma de un cuerno (sombrero del Doge), emblema del poder y protección que el gobierno prestaba a la ciudad.

El costo actual de una de estas pequeñas embarcaciones oscila entre 20 y 30 mil euros, dependiendo del tapizado de los asientos, la ornamentación y las dimensiones. Su alquiler, de acuerdo con los valores oficiales, es variable. a) durante el día: 40 minutos, para 6 personas, €80; b) después de las 19hs., €100. Obviamente, el gondoliero pide mucho más. Hay que negociar. Los valores crecen también si se desea efectuar la travesía con música y/o con serenata. Una recomendación: no es aconsejable navegar por el Canal Grande pues el tráfico de vaporetos y lanchas torna el paseo algo movido y ruidoso. Es mucho más sereno y poético hacerlo por los estrechos canales adyacentes.

Una anécdota política: en épocas del fascismo, los gondolieros se negaron a utilizar la camisa negra que pretendía imponer el régimen, durante las regatas anuales tradicionales en el Canal Grande. Luego de duras discusiones, los remeros más antiguos adoptaron la camisa blanca con finas rayas azules que portan aún hoy.

LAS LEYENDAS

Recordemos brevemente tres historias de la mítica Venecia

PONTE DEI SOSPIRI

El Puente de los Suspiros, uno de los más famosos y visitados de la ciudad une, en las alturas, el Palazzo Ducale con otro edificio contiguo, separados ambos por un estrecho canal. ¿Poético? ¿Romántico? ¿Para que las parejas que pasaran debajo de él en una góndola suspiraran tiernamente?... No, nada de eso.

Se construyó en el año 1602 con piedra caliza de color muy claro. Comunicaba el temible Consejo de Justicia, situado en el piso superior del Palazzo Ducale, con la no menos temible prisión véneta. Está totalmente cerrado y en ambas caras posee dos ventanas pequeñas con rejas pétreas. Dice la historia que, una vez concluido el juicio, cuando el convicto era trasladado a la prisión, se le permitía mirar hacia el exterior por una de esas minúsculas ventanas. Comprendía, entonces, que la libertad, para él, sería un recuerdo, y al contemplar su amada Venecia por última vez, antes de ser descendido al calabozo y, eventualmente, ejecutado, expresaba su tristeza con un profundo suspiro.

Pero este puente tiene también otras leyendas, más amables. Una, sostiene que las parejas tienen garantizado amor eterno y felicidad plena, si lo transponen en una góndola al atardecer y se unen en un beso. Otra, simplemente, dice que al atravesarlo por primera vez se debe expresar un deseo el cual, aseguran, será satisfecho.

PONTE DELLE TETTE

Jan Morris, en su libro “The world of Venice” (El mundo de Venecia) sostiene que en el siglo XVI había en Venecia 2.000 comerciantes de sexo femenino, 2.500 monjas, cerca de 3.000 mujeres nobles y más de 11.000 prostitutas. Estas últimas debían vivir y ejercer como meretrices en el barrio rojo Carampane del Rialto. Allí había un pequeño puente de piedra color ladrillo, poco importante, que las cortesanas recorrían, con sus senos al aire libre, para atraer clientes y espantar a los homosexuales que trataban de competir con ellas, En esa época la prostitución en la Sereníssima era tolerada por el gobierno en su intento por disminuir la creciente ola de homosexualidad que se había convertido en un verdadero problema social. Más aún, no sólo consentía la prostitución, sino que la apoyaba fuertemente pues, además, le permitía obtener una buena recaudación en concepto de impuestos, que luego destinaba a obras para mejorar la ciudad. Hoy nada queda de ese cuento. Ni siquiera el puente original, reemplazado por otro más moderno el cual, sin embargo, conserva su nombre: “Puente de las Tetas”:

ESTRELLA

En el año 809, el Doge Angelo Partecipazio tenía una hija muy bella y seductora, llamada Estrella –conocida también como “La rosa de Venecia”-, quien amaba entrañablemente su ciudad. Un día, tomó una góndola y salió al encuentro del rey Pipino, (de la dinastía de Carlomgno) con el propósito de disuadirlo del acoso que ejercía sobre los residentes para obligarlos a abandonar el pueblo pues aspiraba incorporarlo a su reinado. Pero Pipino, insensible a la fascinación de la hermosa Estrella, no la escuchó y decidió, en cambio, entablar una lucha armada para lograr su propósito. Pero la ambición le fue fatal: un brusco e imprevisto ascenso de la marea del Adriático destruyó el dique que había hecho construir para posibilitar que sus tropas tomaran por asalto la ciudad, lo que permitió a los venecianos lograr una estruendosa victoria y expulsar al invasor. La leyenda, sin embargo, tiene un final trágico. Estrella atracaba su góndola en el Canal Grande en medio de la exultante celebración de los vencedores cuando una enorme piedra lanzada por error por una catapulta cayó sobre la frágil barca, provocando grandes olas en medio de las cuales ella desapareció sin emerger nunca más. En el punto donde, se cuenta, ocurrió este hecho se alza hoy el Puente del Rialto, sin duda el más bello e importante de Venecia.

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