Curiosidades de nombres y seudónimos

Por LIZ SPETT
lizspett@gmail.com

Así como resultan interesantes los borradores o primeros bocetos de una obra literaria, también provoca curiosidad conocer los seudónimos con los que los escritores salen del anonimato. La elección de un nombre no es casual, aunque se empeñe en aparecer como fruto del azar.

En un momento de la historia se consideraba frívolo, peligroso y hasta una muestra de falta de respeto a la familia escribir novelas u obras de teatro. Es por eso que muchos hombres de letras firmaban ejemplares con otro rótulo. Molière, dramaturgo y comediante francés, se llamaba en realidad Jean Baptiste Poquelin. Françoise Marie Arouet era el verdadero nombre de Voltaire. Lewis Carroll fue un invento del reverendo Charles Dogson.

Mucho tiempo después, cuando el marketing comenzó a imponerse en el mundo capitalista, primero en forma artesanal hasta llegar a lo que representa en nuestros días, las empresas editoras evalúan qué nombre tiene más “punch” que otro. Siempre recuerdo a Niní Marshall - nacida Marina Ester Traverso - en su caracterización de Catalina Pizzafrola. Como personaje, daba en la tecla de una italiana de aquella época. Muchas veces, cuando leo las necrológicas, advierto apellidos muy poco sentadores tanto para la dama como para el caballero.

La Rowlling, autora de la saga de Harry Potter, escribió un libro y lo firmó como Robert Galbraith. Cuando se supo que era ella, vendió el doble.

Esconderse tras un nuevo nombre tiene sus beneficios, en especial si sos mujer y te lanzás a un tipo de texto que no se espera de vos, precisamente por serlo. La danesa Karen Blixen, autora de la novela Fuera de África, llevada al cine por Merryl Streep se convirtió en Isak Dinensen. El poco mundo que la conoce sabe de este artilugio que utilizó con el afán de distraer su pertenencia al género femenino, muy singular. Es una de las pocas escritoras góticas que existen.

Bien distinto es el caso Pessoa con sus heterónimos, ya no seudónimos. El tipo llegó a tener sesenta de éstos. Alberto Caeiro, Alvaro Campos, Ricardo Reis son los más conocidos. La diferencia entre ellos, está dada en que cada nombre aloja una personalidad y modos absolutamente diferentes de escritura. Una especie de “Zelig” de la literatura. Es verdaderamente curioso cómo cada una de sus propias creaciones lo toma y no interfiere en sus otras firmas. El hombre, estaba un poco cucú pero estabilizado por la escritura.

El caso de César Tiempo es bien distinto. Lo que empezó como una broma, la firma de unos poemas de los que se vendieron 200 mil ejemplares con el nombre de Clara Beter, se transformó en un problemita que debió salir a aclarar; aclara lo de Clara. En realidad el apellido Tiempo es un seudónimo, fruto de una traducción. Su apellido era Zeit que significa tiempo en alemán, zona en la que nació y pasó un añito no más. Luego, siempre Argentina.

Cercano al heterónimo encontramos el “alter ego”. Es una especie de “otra cara” de un mismo sujeto. Philip Roth trabaja con al menos dos alter egos: Nathan Zuckerman y David Kepesh. Donde se da el gusto de ser él el personaje y otro diferente. Es un juguetón de personajes. Aunque siempre el que escribe es otro distinto del protagonista.

Como broche de frutilla para la torta tenemos el caso del cantante Prince. A partir de 1993 se cambió el nombre por un símbolo, no una palabra, una nominación, con lo cual como no se podía nombrar. Pasó a llamarse “el artista antes conocido como Prince”. Después volvió a llamarse Prince.

Y como brochecito de frutilla para la torta existen los sobrenombres, que suelen hacerse nombre. Es el caso de Madonna, a quien efectivamente se la conoce por su primer nombre. Pocos saben que se llama Madonna Luisa Verónica Ciccone. O el mío: me llamo Felisa.

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