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Revista Domingo |SORPRESA PARA CIENTIFICOS

Vientos misteriosos causan el rápido deshielo de la Antártida

Vientos misteriosos causan el rápido deshielo de la Antártida

Los vientos “Foehn” aceleran el descongelamiento antártico

31 de Diciembre de 2016 | 00:07

Especial para EL DIA
de National Geographic

Una peculiar tormenta atravesó las montañas de la Península Antártica en febrero de este año.

Desde el campamento, la científica Erin Pettit observó algo extraño: un círculo de cielo azul directamente sobre su cabeza, prueba de que no caía nieve.

La tormenta consistía enteramente de una fina capa de nieve reciclada arrastrada sobre el suelo.

El viento había arrancado esta nieve de las superficies de los glaciares.

Cuando pararon los vientos, Pettit salió de su carpa. Ya hacía más de 4 grados.

Con binoculares, pudo ver que el glaciar Starbuck, 10 kilómetros al este, tenía un tono azulino: el viento había derretido suficiente nieve del glaciar como para formar ojos de agua en su superficie.

Era precisamente lo que ella y otros tres investigadores habían ido a buscar.

SORPRENDENTE DESCUBRIMIENTO

Tras estudiar el calentamiento del clima de la Antártida durante décadas, se ha hecho un sorprendente descubrimiento: en algunos lugares, gran parte de ese calor anormal invade en forma de potentes vientos denominados “foehn”.

Sospechan que estos vientos contribuyeron a una serie de derrumbes glaciales que han redibujado el mapa del lado oriental de la Península Antártica el menos en los últimos treinta años.

Es probable que los vientos “foehn” hayan pasado inadvertidos para los científicos porque no soplan sólo durante el verano.

Algunas de las olas de calor más impresionantes en realidad se producen en pleno invierno y erosionan glaciares en una época del año en que nadie creía posible que eso sucediera.

“Parece que derriten la plataforma de hielo más de lo que habíamos imaginado”, dice Adrian Luckman, glaciólogo de la Universidad Swansea del Reino Unido, que estudia esta región de la Antártida.

Los vientos son originados por cambios sutiles en la circulación atmosférica debidos al calentamiento del clima.

Pero esos vientos podrían tener grandes consecuencias.

DESCONGELAMIENTO

La Antártida está aislada en el extremo del planeta, rodeada de un vortex de vientos y corrientes oceánicas circumpolares que giran constantemente a su alrededor.

“La Península Antártica es la única barrera” para esos vientos, explica Pettit.

La península se extiende por 1.120 kilómetros hacia el norte adentrándose en el mar austral.

Su columna montañosa se eleva de 1.500 a 2.700 metros sobre el nivel del mar, rematada por una planicie de hielo, lo que forma una pared que usualmente desvía hacia el norte los vientos circumpolares que la rodean.

El lado oriental de la península, protegido de estos vientos, es especialmente frío.

Durante miles de años, fue flanqueado por una serie de barreras de hielo de 250 metros de espesor, que flotan en el océano, extendiéndose hasta alrededor de 240 kilómetros mar adentro.

Pero este paisaje empezó a cambiar en 1988.

Una a una, las barreras de hielo del lado oriental de la península empezaron a desmoronarse.

Los derrumbes de las plataformas Larsen A en 1995 y Larsen B en 2002 fueron violentos y quedaron documentados por testigos y fotos satelitales.

Perdieron su capa aislante de nieve y quedó al descubierto una superficie helada más oscura que absorbía más calor del sol.

Se formaron charcos, que se multiplicaron y drenaron por grietas profundas del hielo actuando como cuñas hasta romperse hasta el fondo.

Estos datos explican el repentino colapso de cuatro barreras de hielo en 15 años.

Pero en febrero de 2010, varias estaciones meteorológicas automáticas fueron instaladas en un resto de la barrera Larsen B y se descubrió algo nuevo.

Una configuración inusual de sistemas de presión altos y bajos empujaron los vientos circumpolares directamente sobre las montañas de la Península Antártica en lugar desviarlos hacia el norte, como de costumbre.

Al subir el aire por el lado occidental de las montañas, perdía su humedad en forma de nieve, proceso que entibia el aire dado que las moléculas de agua liberan calor al condensarse de vapor a cristales de hielo.

El aire entonces bajaba por el lado oriental de las montañas, calentándose más al comprimirse y desatando una ola de calor.

El colapso de las barreras Larsen A y B en 1995 y 2002 quitó un freno que desaceleraba y estabilizaba a los glaciares costeros de la península.

Así estos se han acelerado nueve veces, aumentando el ritmo de descarga de hielo en el océano y subiendo el nivel del mar.

Según Pettit, el calentamiento climático aumentará la frecuencia y la fuerza de los vientos “foehn” en la península.

Las estaciones meteorológicas ya han registrado picos de temperatura de 15 grados.

Y tras años de amainar, los vientos volvieron a arreciar en septiembre último.

Se registraron ocho eventos de “foehn” en septiembre y octubre del corriente año con una duración de uno a tres días llegando a registrarse 8 grados de temperatura.

Las imágenes satelitales muestran las barreras más oscuras que de costumbre, lo que absorbe más calor durante el verano antártico, provocando mayor encharcamiento.

Pocos kilómetros al sur está la siguiente barrera de hielo, la Larsen C. Estabiliza más glaciares que las cuatro que se cayeron, juntas. Pero en junio se descubrió que algunas de sus partes, en lugar de estar cubiertas por 200 metros de nieve, tienen sólo 3 metros, el resto voló con los vientos “foehn”. Ese descubrimiento agita el fantasma de un aumento del encharcamiento que amenace la estabilidad de la Larsen C. Pero también abre oportunidades: tras décadas de verse sorprendidos por los derrumbes, los científicos finalmente se adelantan al problema anticipando lo que sigue, con mejores chances de comprenderlo.

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