Baikonur, la gran puerta para viajar al espacio
| 23 de Abril de 2016 | 23:59

En esas llanuras yermas de Kazajistán, donde las temperaturas caen por debajo de los 20 grados centígrados en invierno y superan los 45 en verano, la Unión Soviética instaló en 1955 el cosmódromo de Baikonur, el centro de lanzamiento de cohetes más grande, antiguo y activo del mundo.
En sólo dos años reproducción de un cohete espacial soviéticos en el cosmódromo de Baikonur en Kazajistán y en un terreno estéril donde apenas crecen las matas, el ingeniero Serguéi Koroliov, padre de la aeronáutica cósmica rusa, erigió un vasto complejo desde el que Moscú pilotó el exitoso programa espacial soviético.
Ahora, más allá de los satélites militares y de telecomunicaciones, la exploración espacial se basa, en buena medida, en la cooperación científica entre diferentes potencias.
“El espacio es unificador”, resume el presidente de la Agencia Espacial Italiana, Roberto Battiston en el Centro de Control de Operaciones Espaciales de Rusia en Koroliov, un suburbio moscovita que rinde tributo al ingeniero que revolucionó los motores cohéticos y, desde donde se anunció el éxito de las primeras horas de vuelo de ExoMars 2016, que llegará a Marte el próximo octubre.
NAVES A MARTE
Esa misión, que el pasado 14 de marzo partió a bordo de un cohete ruso Protón-M desde el cosmódromo de Baikonour sintetiza la necesaria colaboración que actualmente se impone entre las potencias con aspiraciones más allá de la atmósfera terrestre.
Los rusos gestionaron el lanzamiento de ExoMars 2016, igual que harán con la segunda parte del programa en 2018, y han diseñado junto con los europeos parte de los instrumentos científicos de la nave, que consta de un orbitador (TGO) que analizará la atmósfera marciana en busca de metano (quizá de origen biológico) y de un módulo de aterrizaje, Schiaparelli.
La sonda Mars Reconnaissance Orbiter de la NASA estadounidense, por su parte, dará cobertura a las telecomunicaciones de la nave. Una aportación modesta, pero reveladora.
Esa colaboración a tres bandas, que el director general de la ESA, Jan Woerner, califica incluso de “amistad”, ha hecho que la exploración del planeta rojo sea casi una misión conjunta de la humanidad, en gran parte porque resulta demasiado caro buscar vecinos en el sistema solar en solitario.
Dentro de dos años, si no hay reajustes en el programa, partirá hacia Marte ExoMars 2018, que depositará en la superficie un sofisticado “rover” con ruedas con el objetivo de localizar un punto idóneo para desenfundar un taladro y excavar dos metros por debajo de la superficie, una profundidad nunca alcanzada hasta ahora. La nave despegará también de Baikonur.
Sin embargo, el mastodóntico complejo tecnológico de Baikonur -con sus 500 kilómetros de vías férreas, dos aeropuertos, una planta eléctrica autónoma y 8 rampas de lanzamiento- puede tener sus días contados.
Moscú, que alquila a Kazajistán el territorio desde donde despegan sus naves espaciales a razón de 115 millones de dólares al año hasta 2050, pero construye un nuevo centro de lanzamiento en la también inhóspita estepa siberiana y cerca de la frontera con China, pero en suelo ruso: Vostochny. Este abril, desde allí despega el primer cohete de esa nueva etapa espacial. Y a inicios de la próxima década arrancarán las misiones tripuladas desde esa nueva ubicación.
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