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El sabor del desencuentro

En los tiempos que corren, encontrarse es cada vez más difícil. La promesa del amor que promueven las redes sociales se torna desencanto. Los amores que duran toda la vida ya casi ni se estilan. Para bien o para mal, ahora las tecnologías influyen en los encuentros. ¿Qué hay que hacer para entender cómo se ama hoy?

El sabor del desencuentro

Carolina con una amiga de Europa de paseo en Buenos Aires

7 de Mayo de 2016 | 01:21

ANA LAURA ESPERANÇA

“El sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero como experiencia vacía es una de las mejores”, decía Woody Allen a su amada Sonja en la película La última noche de Boris Grushenko (1975).

¿Cómo leer el vacío hoy, cuando los vínculos se mediatizan de manera digital? ¿Qué pasa cuando la posibilidad de un encuentro se torna mero cachondeo, letra muerta? El encuentro amoroso bajo la lupa de internet plantea una paradoja: así como acercan, las redes pueden alejar, montadas a la ilusión de que esa posibilidad que brilla en la pantalla para nosotros como un drugstore 24 hs., pueda quedar, justamente, archivada como tal en la marea de la híper conectividad .

Buscar pareja hoy admite soportes que van desde Facebook hasta grupos para conocer gente como Tinder y Badoo. Pero esta modalidad no es elegida por todos. Algunos temen publicar datos personales. Otros sienten que es como buscar productos por catálogo.

Carolina (38) es trabajadora social y volvió a Argentina hace dos años, luego de residir una década en Europa. Allá tuvo algunas relaciones intensas impulsadas por el anhelo afectivo que le generaba estar lejos de casa. Acá está sola. Reconoce la omnipresencia del chat pero prefiere la realidad tangible al momento de conectar con un probable candidato: “Quizá nuestra generación no está acostumbrada a las redes y prefiere el cara a cara, el flirteo, las miradas”, analiza.

“Lo habitual es el desencuentro, porque en la realidad una pareja se arma en el trabajo sobre las diferencias para lograr el encuentro”

Hace unos meses vivió en carne propia una experiencia con los chats que, por lo mala, fue cortísima: primero chateó por Whatsapp con un chico que conoció en una fiesta: “Fue una pérdida de tiempo, tal vez porque no había conexión”, dice, “no vibré con eso. Me contaba lo que iba a cenar”. Pero lo peor lo vivió con Tinder: “Después de escribirme algunas veces con un contador de 38 años, quedamos para un café. Esa misma semana fuimos a cenar. Al terminar charlamos en su auto, nos besamos. Pronto él quiso avanzar y yo no. Ante mi negativa dijo: ‘¿pero vos tenés 38 o 28?’ No respetó mi límite, tratándome de inmadura, cuando el acelerado fue él. Un imbécil”, dice. Y asegura que fue debut y despedida con las redes para conocer a alguien.

El tema de lo virtual, para algunos, es que no se pone cuerpo a la palabra. Natasha (32) es dibujante. Desde que se separó sólo tuvo intentos de encuentros, nada que haya prosperado. “Las redes sociales son falsas. Una mentira, algo virtual”, dice categórica. “Nuestra generación jugaba a la botellita y el momento mágico era bailar lentos, el abrazo, el tacto, el perfume”. Para ella un encuentro se trata de todo menos de hablarle a una máquina, aun sabiendo que del otro lado hay una persona. “El encuentro se produce con la mirada, el sonido de la voz, las charlas, las risas o el llanto. Pero mirándose”.

De historias e histerias

¿Será que los muros de Facebook son a nosotros lo que las cuevas a nuestros antepasados, donde imprimían sus ilustraciones de animales y dioses? Facebook o Twitter son la tela sobre la que exponer pensamientos y sentimientos y mandar todo eso con la urgencia de una flecha hacia algún lugar

Alan Moglia (28) es percusionista y escribió, como esa bala lanzada al vacío, esto en su muro de Facebook: “El que se muestra menos interesado es el portador de todo el power. El macho alfa o la wonderwoman donde, como en una competencia, el menos denso gana. Esta gente de ahora, cree que vive un video juego. Si mandás un Whatsapp perdés un punto. Si demorás en responder, ganás diez. Si fingís desinterés, sos Napoleón. Si te asumís enamorado: ‘jaque mate’, piensa el otro. Ni hablar de un ‘te extraño’, a veces se paga un precio tan alto por decirlo que mejor callar”.

Y el texto, que Alan escribió y planea condensar en un rap, sigue y sigue.

Encontrarse cuesta trabajo

Stella Maris Rivadero (62) es psicoanalista y publicó en 2003 el libro Inhibición, síntoma y angustia en el encuentro amoroso, donde plantea cómo la media naranja es apenas una ilusión. “Lo habitual es el desencuentro, porque en la realidad una pareja se arma en el trabajo sobre las diferencias para lograr el encuentro”, explica.

A esto se suma que el contacto virtual tiende a renegar esas diferencias porque uno no se encuentra con una persona de carne y hueso y puede idealizar. “Las redes facilitan el encuentro en un sentido práctico pero incrementan el aislamiento: hacen creer que uno está conectado cuando en realidad está solo. Al no contrastar con el cuerpo, el olor, la voz del otro, es más fácil inventarse una imagen ideal.

Para empezar, el punto de desencuentro de cada pareja se genera cuando aparece la singularidad de lo real de cada quien: eso remite a que uno se enfrente con sus propios miedos y fantasmas y vea si esa pareja satisface los mandatos familiares o si los pone en contradicción. Y en la virtualidad no se produce esto, se pospone”, explica la psicoanalista. Rivadero plantea que frente a un partenaire pueden aparecer angustia, inhibición o hasta síntomas. Para el psicoanálisis, el síntoma es un acto nocivo inconsciente que el sujeto realiza contra su voluntad y que puede agotar su energía psíquica y generarle sufrimiento. “Tuve un paciente que cada vez que se iba a encontrar con la mujer que le gustaba, -su amante-, tenía un inconveniente que él atribuía al azar: se le pinchaba la goma del auto, se confundía de autopista, etc., hasta que fue notable como síntoma. Era un modo de evitar el encuentro: eso lo obligaba a definir si quería seguir casado o no”, dice Rivadero.

Desde el punto de vista psicoanalítico, existe tensión entre deseo y amor. Uno puede amar sin desear y desear sin amar. Y aunque una conjunción es posible, cuesta más a los varones, quienes tienden a disociar el objeto de amor del de deseo. “Amar implica soportar la diferencia, la ‘castración’: el agujero que dice que el otro no te va a completar. Además, en cada encuentro se pone en juego una pregunta fundante de la estructura del sujeto: ¿qué quiere el otro de mí? Siempre habrá un punto opaco donde no sabemos completamente qué quiere el otro. Sobre esa incógnita a soportar es que se puede armar una relación; si no se establecen relaciones patológicas -tan comunes- donde o el hombre o la mujer quieren controlar todo”.

La psicoanalista adjudica a las redes una ilusión de completud y disponibilidad full time no reales: “Esa metáfora del kiosco 24 hs. funciona muy bien pensando las redes como oferta ilimitada de posibilidades para encontrar a la persona perfecta. Además potencia esto del otro como objeto de consumo: hoy pruebo unas galletitas, mañana otras. Todo se puede consumir todo el tiempo. Y esto genera ansiedad”, reflexiona.

Nuevos escenarios: acariciando lo áspero

Mariano (35) es empleado público y tiene una hija chiquita. Se separó hace poco, no está buscando pareja, pero ensaya su opinión sobre el desencuentro amoroso hoy: “Más allá de las redes sociales como instrumentos, es fundamental la actitud. Si no se tiene decisión de elegir, las redes dan igual. Tengo la filosofía de que el amor, más que buscarlo o encontrarlo, te encuentra”.

“Más allá de las redes sociales como instrumentos, es fundamental la actitud. Si no se tiene decisión de elegir, las redes dan igual. Tengo la filosofía de que el amor, más que buscarlo o encontrarlo, te encuentra”

Por otro lado, Mariano observa que los cambios culturales son cruciales a la hora de relacionarse con las chicas y que se extendieron las edades para encontrarse. “Las parejas siguen mostrando los problemas de siempre, pero por la globalización y expansión de bienes y servicios, actualmente uno puede buscar placer en actividades distintas, como deportivas, profesionales, etc.”. Para Mariano hoy es importante estar bien con uno mismo y quizá ya no tanto con otros: “El hecho de estar en pareja hace que algunos estilos de vida se vean limitados. Hablo de una soltería elegida y bien sentida”.

Carolina, la trabajadora social, piensa a la mujer como buscadora de amor, más allá del sexo casual: “El ideal del amor sigue primando, pero quizá la soltería se deja sólo si el encuentro es genuino. Hay muchos tipos de realización más allá de ser madre y casarse. No casarse es una forma de libertad”, dice. Por otra parte, cree que hay gente que renuncia al placer del to uch and go para encontrar esencia, un vínculo sólido. “Cuando sabés lo que querés esperás, eso implica tolerancia a la frustración. Sostener un encuentro no auténtico a veces se debe a lo que significa socialmente tener un hombre al lado: así como el hombre exhibe el auto o la novia de culito parado; hay mujeres que lo hacen con el hombre”. Para ella la cultura del consumo alcanza todo, el amor y el sexo están sujetos a una lógica de mercado: “En los encuentros por chat a veces parecemos el fetiche de la mercancía, algo intercambiable”, concluye.

Federico (32) es educador y afirma que la idea tradicional de pareja no es suficiente para explicar las formas del vínculo afectivo actual. “Hay gente que dice no encontrar a nadie o estar sola y mantiene relaciones con más de dos personas. O que tiene vínculos de red con diferentes personas en la pantalla, y eso hace que no se sienta sola”. Para mí encontrarse implica coincidir, gustarse y poder empezar algún proyecto de vida”, argumenta. Las redes ayudaron pero no resolvieron problemas básicos. “Creo que incrementan la fugacidad en los vínculos y a su vez dan idea de un mercado frondoso”, dice Federico, “generan intereses comunes pero no enamoran”.

Para Carolina las redes sociales son geniales pero establecen una cosificación de lo humano, hay un goce por exhibirse. “Las relaciones por internet se dan en un plano especular. En el momento permite muchos ratones, pero no es lo mismo que encontrarte con un tipo, ver si tiene todos los dientes, si tiene mal aliento, si tartamudea”, explica. Y como algo a favor de las redes plantea que son prácticas: “estás cómodo en tu casa y no tenés que aguantar hasta las dos de la mañana, que es cuando la gente sale acá en La Plata, para ir a un bar. Extraño de Barcelona salir a tomar una caña a las siete de la tarde”, dice. Y se autodefine como una utópica que sigue esperando el amor verdadero.

Combatir el desencuentro

Mariano está convencido de que lo central para encontrarse con alguien es encontrarse primero con uno. “Sentirse realizado es una de las principales fuerzas: tenés mejor atracción y resultado cuando estás bien. Lo importante es tener proyectos y hacer”.

Para Federico, sostener en el tiempo formas de relacionarse afectivo sexuales sin compromiso genera menor urgencia en cuanto a tener una pareja duradera, por más que en esas otras formas también pueda existir estabilidad y amor.

Más allá de un desencuentro amoroso cuya profundización pueda atribuirse o no a las redes sociales, el contexto socio cultural actual– nuevo rol de la mujer, nuevos estilos de vida como la extensión de la juventud o la gran oferta de formas de vivir que ofrece la globalización- hacen que el mandato social de pareja estable pierda peso: “hoy la presión social no es tan dura y uno puede darse el lujo de ser exigente a la hora de elegir pareja. Igual creo que en cualquier caso, si hay apertura, el encuentro llega. Estamos condenados a buscar y ser buscados”, concluye Federico.

Game Over

“¿Por qué mandar un texto preguntando ‘como estás’ te va a disminuir? Dejémonos de acumular puntos, de pretender ser el más desapegado, de fingir ser el más auto-suficiente. No sé ustedes; yo no quiero mal gastar mi tiempo. Mantener este juego solamente nos torna fríos. Capos de la soledad, brillantes y potenciales ególatras”, sigue disparando Alan Moglia desde su Facebook, un rap de nunca acabar que da cuenta hasta qué punto imaginarnos cerca nos vuelve más solitarios. Y alienta cada día más el sabor del desencuentro.

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