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Juegos Olímpicos |Santiago Lange

Una vida maravillosa y un oro que desafía a la muerte

Superó un cáncer en tiempo récord para poder quitarse una espina clavada durante ocho años: el primer puesto que se le escapó en 2008. Historia de un apasionado

Una vida maravillosa y un oro que desafía a la muerte

El emocionado abrazo de Santiago Lange, un campeón de la vida

17 de Agosto de 2016 | 01:06

RIO DE JANEIRO, BRASIL
ESPECIAL

Por PEDRO GARAY
PERFIL

Klaus y Yago Lange dejan los botes clase 49er tirados, pasan al trote por la zona mixta de prensa buscando cumplir con el compromiso y salen corriendo hacia la playa de Marina de Gloria. Acaban de conseguir quedar entre los 10 primeros de la competencia que su padre define como “la Fórmula 1 de la náutica”, y accedieron así, en su primer Juego Olímpico, a la Medal Race, pero nada de eso les importa: porque justamente papá, Santiago Lange, corre junto a Cecilia Carranza Saroli su propia Medal Race, en busca del postergado oro.

Rápidamente los chicos se reúnen con la abuela, quien con 86 años se da el gustito de, por primera vez, ver a su hijo en un Juego Olímpico, a pesar de que se trata de la sexta competencia olímpica para Lange. También están los hermanos de Santiago, y otro hijo que se dedicó a la música: todos juntos mirando en la pantalla gigante, con una postal paradisíaca del Pan de Azúcar detrás, la actuación de Santiago.

Desde ya, la cercanía, y la competencia de los chicos, tiene que ver con la reunión familiar. Pero mucho más tiene que ver el hecho de que Lange puede convertirse en el hombre que le ganó una medalla de oro a la muerte: hace menos de once meses fue operado de un cáncer de pulmón; ayer, ganó la primera medalla dorada de una carrera que tuvo de todo, y donde sobró la pasión.

Porque Lange dedicó su vida a la náutica, a tal punto que le costó un matrimonio y que, reconoce, no es sencillo navegar con él, obsesivo y perfeccionista. Desde chiquito perseguía ya a su padre, suplente en los Juegos Olímpicos de Helsinki 1952, y se entusiasmaba con la navegación a vela, una pasión que profundizó particularmente cuando su ex mujer le planteó que era “la náutica o yo”: Lange, “sin un mango”, sobrevivió gracias a que un amigo le prestó un barco para vivir.

Obsesivo del deporte, Lange no sólo se quedó con la parte de la competencia: quien inició su carrera en el Club Náutico de San Isidro se convertiría en un prestigioso ingeniero naval tras estudiar en la Universidad de Southampton, especializándose en la clase Optimist: sus diseños ganaron siete copas del mundo.

Pero sus vitrinas no tienen sólo fotos de los diseños ganadores: no hay lugar allí para las medallas de seis campeonatos sudamericanos, dos campeonatos europeos, dos platas panamericanas, cuatro campeonatos mundiales (tres en Snipe y uno en Tornado, junto a Carlos Espínola) y, por supuesto, sus dos preseas olímpicas de bronce (2004 y 2008, también en Tornado junto a “Camau” Espínola), a las que ahora suma el perseguido oro.

Con 54 años y seis Juegos (desde 1988 sólo se perdió Barcelona 92 y Londres 2012), en Río se convirtió en el navegante con más competencias olímpicas disputadas en la historia. Pero a Lange no le alcanzaba: hasta ayer, la espina del oro que debió ser seguía clavada profunda en su carne.

Porque en 2004 y 2008, la dupla que formó con el correntino Espínola (que suma cuatro medallas olímpicas) rozó la perfección: el bronce los dejó con un sabor agridulce que Lange pensó jamás podría enjuagar.

El retiro con el que sanisidrense amagaba desde Atenas parecía entonces consumarse. Y entonces apareció Cecilia Carranza.

“Estoy aquí porque mis hijos están aquí”, reconoció ayer Lange, ya coronado de gloria y sin la espina del oro que no fue haciendo llagas en su alma. “Comencé este ciclo olímpico tras dejar la Copa América (una de las regatas más importantes del Mundo, en la que participó hasta 2013), como entrenador de mis hijos, pero en el verano pensé que no podría sobrellevar esa presión. Y entonces apareció Cecilia, que se había quedado sin compañero, y no dudé: ‘Podés navegar con este hombre viejo’, le dije”, contó.

En el inicio, Klaus y Yago, quienes buscaban la clasificación en 49er, fueron “los motores” de su regreso a la competencia olímpica. A tal punto que cuando la dupla de hermanos, tras una mala competencia, decidieron romper como pareja (finalmente, fue sólo una rencilla de hermanos), Lange se preguntó qué hacía allí: y allí era el Mundial de Santander, de 2014, donde en dupla con Carranza terminaría concretando con el subcampeonato mundial la clasificación a Río.

El camino a los Juegos de Brasil fue una lucha contra todo. Primero, con un bote desconocido: similar al Tornado, Lange tuvo que acostumbrarse con sus cinco décadas a otra embarcación, y a trabajar con una mujer. Luego, claro, contra la edad: Lange, el medallista más veterano de los Juegos, se cruzaba en los torneos con hombres canosos, medallistas ilustres contra los que había competido y que su compañera no conocía. Ambos competían en el agua contra los hijos de esos viejos rivales.

“Es como un marino heroico”, reconoció Thomas Zajac, bronce en la prueba y admirador de Lange, y reveló que “muchos decían ‘ah, este viejo’ al ver pasar a Lange. El les demostró”.

Pero, además, contra la misma muerte. En 2015 un chequeo de rutina detectó un tumor en el pulmón, a pesar de que no fuma. “Hace un tiempo que me venía enfermando seguido, sobre todo en los viajes, porque por mi trabajo en los barcos de competición voy a Europa como 12 veces al año. Eso motivó que me sometiera a chequeos. Fue cuando los médicos me recomendaron extraer el pulmón que estaba afectado por un tumor”, contó Santiago.

Pero, a pesar del diagnóstico, Lange se negaba a creer en su enfermedad. Hasta que le dijeron que no tenía más opciones alternativas, y que el remedio era lo peor que pueden decirle a un deportista: había que sacarle un pulmón. Pasó por el quirófano el 22 de septiembre de 2015, el día de su cumpleaños.

Diez días más tarde, salía a pedalear unos 10 kilómetros, con la mirada puesta fija en los Juegos Olímpicos. Como si nada hubiera ocurrido, quizás porque deseara, con la misma negación que no creía en su enfermedad, que nunca hubiera ocurrido.

Incluso, a pesar de su inspiradora historia, Lange no quiere profundizar en el tema. “A mí me gusta lo que hicimos deportivamente, y la enfermedad no tuvo nada que ver. No me gusta que se ponga grande el tema de la enfermedad, pero hablando con mi preparador de yoga, me dijo: ‘Quizás ayuda a darle fuerza a mucha gente que pasó por lo que pasaste vos’”.

Así que Lange acepta a regañadientes que su medalla de oro estará atada por siempre a su desafío contra el cáncer. Porque si el deporte es una lucha, en definitiva, contra uno mismo, Lange es “el deportista que resume perfecto el espíritu olímpico”, como lo definió Daniel Bambicha, coordinador del equipo nacional de yachting.

Y aunque prefiera no hablar del tema, desliza que “la vida es una maravilla”, y llora en el abrazo con su familia porque sabe que este oro es especial no sólo por quitarse aquella espina metafísica: “Soñé tanto con el oro, se nos escapó dos veces con Camau, y ahora veníamos de atrás... haberlo conseguido con tanto trabajo... cuanto más cuestan las cosas, más se disfrutan”.

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