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Desde hace casi diez años, en las escuelas se enseña de una manera diferente a la que conocieron las madres y los padres actuales. Un modelo que prioriza la comprensión y la puesta en relación del saber convive con el método anterior e intenta destronarlo. Ante la novedad, los padres no saben qué hacer y aparecen reclamos cruzados entre ellos y la escuela. ¿El modelo anterior era mejor? ¿Sirve la tarea? ¿Todos los padres pueden ayudar?
Por LAURA AGOSTINELLI
Todos los días, antes de que anochezca, en la casa de Soledad Bernardelli llega el momento de hacer la tarea. Su hija, Mora, tiene nueve años y va al Normal 1 por las tardes. Su hijo, Ciro, estudia en el Albert Thomas por las mañanas y, como ya tiene 12, su madre se propuso dejarlo hacer solo -un propósito difícil de ejecutar-. Para Soledad, ayudarlo con las matemáticas nunca fue fácil. Todavía se acuerda de aquel día en que, mientras le daba una mano con unas cuentas de restar, le sugirió que le pidiera uno al compañero. El nene miró a su alrededor: no había nadie a quien pedirle nada, desorientado, le preguntó de qué compañero hablaba y ella señaló el número de la izquierda, “no ma, no nos enseñaron así”, la despachó. “Sentía que habían pasado 500 años desde que fui a la escuela”, recuerda.
Los padres de hoy están desconcertados frente a los cambios en la forma de enseñar. Ellos aprendieron veinte o treinta años atrás con métodos que confunden a sus hijos. Esta complicación para ayudar con los deberes se suma a las de siempre: falta de conocimiento, de herramientas didácticas, de tiempo, de ganas, de paciencia. El resultado es una serie de planteos para la escuela: “antes se enseñaba mejor”, “dan poca -o demasiada- tarea”, “los deberes sirven para evaluar a la familia”.
En esta nota, tema por tema.
Por suerte para Soledad, ayudar a Mora con la tarea de matemáticas no es un suplicio como con Ciro. A la nena le gusta la materia y, además, la maestra mezcla la forma de enseñar tradicional con la nueva. Soledad conoce parte del terreno y mantiene sus reservas sobre la que ignora: “Es tan larga la división que en algún punto se pierden”, explica, “les cuesta relacionar qué tienen que hacer”.
Las divisiones siempre fueron un dolor de cabeza para muchos por dos grandes motivos: primero: el chico debe olvidarse por un rato de lo que había aprendido -si en las cuentas anteriores encolumnaba los números de derecha a izquierda, ahora debe hacerlo al revés-. Segundo: estas son las menos transparentes de todas las cuentas: el niño sabe que si sigue una serie de reglas llegará al resultado, pero desconoce el sentido de esas pautas. Así es fácil que olvide alguna, no se percate y obtenga resultados absurdos, incluso mayores al número dividido.
“Los nuevos procedimientos en ocasiones son más largos pero también más comprensibles”, explica el profesor Guillermo Kaplan, integrante del Equipo de Matemática de la Dirección de Enseñanza Primaria del Ministerio de Educación provincial: “permiten mayor control por parte de los alumnos sobre los distintos pasos de la resolución”.
Para este docente, el método desplegado es mejor porque “abre el juego a herramientas que no estaban habilitadas para los adultos durante su paso por la escuela”, por eso reconoce: “es comprensible que haya incertidumbre entre los padres”.
Kaplan recomienda a las familias que, en lugar de explicar, propicien las condiciones para que los niños puedan hacer la tarea: “Que brinden el espacio, el tiempo y el clima necesarios”.
En la casa de Soledad reina la organización: mientras está en el trabajo, supervisa por WhatsApp que los chicos adelanten la tarea sencilla; lo que no puedan hacer, quedará para la tarde. Cuando regresa, pone manos a la obra mientras su esposo se ocupa de los mandados y de la cena. Así y todo, hacer la tarea no es tarea fácil, sobre todo en materias que ella nunca vio en su vida, como por ejemplo el Inglés. Por eso, el año pasado esta mamá tuvo que invertir en una maestra particular para preparar a los chicos para los exámenes. Las clases particulares no bajan de 80 pesos la hora y parecen el último recurso, o el más a mano, para quienes pueden pagarlo.
“Muchos padres piensan que si ellos aprendieron así, sus hijos también pueden”, explica Gabriela Hoz, profesora en Ciencias de la Educación, “pero se olvidan de lo costoso que resultó ese proceso”.
Veinte años atrás se creía que los alumnos aprendían de manera mecánica: a partir de la repetición, el chico se ejercitaba e incorporaba conocimientos. Con el paso del tiempo, las teorías educativas que fundamentaban esas creencias se refutaron, elaboraron o fueron confrontadas por nuevos enfoques. En paralelo, se avanzó en la construcción didáctica de muchas disciplinas o áreas de conocimiento entre las que se cuentan Lengua y Matemáticas.
Desde el nuevo enfoque, se cree que el aprendizaje se construye a partir de aproximaciones al objeto. Cada vez que el chico se acerca, de diferentes modos, adquiere nuevas herramientas.
Buena parte de esos avances impregnaron los diseños curriculares creados en la provincia de Buenos Aires luego de la sanción de la Ley de Educación Nacional, en el 2006. Estos documentos definían qué contenidos mínimos dar y a quiénes, según el nivel educativo. Con la reforma, también se incorporaron sugerencias para los docentes sobre cómo abordar cada tema. Los maestros pueden adherir a estas nuevas formas, mal que les pese a los padres, o seguir como estaban.
Por eso el cambio, además de incipiente, es heterogéneo.
Hoy ya no se habla de Lengua y Literatura, sino de Prácticas del Lenguaje. Gabriela Hoz es maestra de apoyo en esta materia en la Anexa y debe trabajar a diario con las buenas intenciones de los padres que quieren enseñar a leer a sus hijos uniendo letras.
Si a los padres el tiempo no les alcanza, a los hijos, menos. Los chicos de hoy tienen la agenda cada vez más cargada
“Desde esta perspectiva de trabajo creemos que los chicos no aprenden a leer por fonética”, explica: “No absorben directamente la información que el medio les provee, sino que la ponen en relación con sus ideas previas sobre el mundo. Ahora se les propone que escriban lo mejor que puedan en función de las interacciones que pueden hacer y la maestra interviene a partir de lo que el chico sabe”.
Ella es consciente de que ese trabajo de hormiga puede desmoronarse en las manos de una madre bienintencionada que dicte letras, o de un padre comedido que recomiende: “la M con la A = MA”, por eso prefiere seleccionar con cautela qué tarea para el hogar dar mientras sus alumnos están en este proceso.
Por más buenas intenciones que tuviera, Alejandra Carloni (29) no pudo enseñarle a leer a su hija Martina. Hace dos años empezó primer grado en el colegio Don Bosco de Ensenada y aunque para octubre podía copiar lo que le pidieran, no comprendía una sola palabra de lo que escribía. “Yo traté de explicarle, pero me decía que entendía y después no sabía hacerlo”, recuerda Alejandra, “la llevé a una maestra particular que le dijo lo mismo que yo, pero a ella le entendió, a mí me toma el tiempo porque soy la madre”, concluye, resignada.
Las relaciones entre padres e hijos cambiaron. También los chicos, la sociedad y la escuela. ¿Si este cambio en la forma de enseñar es para peor? Depende de quién lo evalúe, “para alguien que está formado en el enfoque anterior, cualquier novedad puede ser vista como una falla”, observa Gabriela Hoz.
Esta profesora recomienda a los padres desconcertados, que se acerquen a la escuela para saber de qué manera va a enseñar la docente y cómo pueden colaborar en ese proceso “la maestra debería estar contentísima con una pregunta así porque permite el diálogo entre la familia y la escuela, en lugar de la confrontación”.
También aconseja ese acercamiento a los papás que no pueden ayudar, “en esos casos suelen sentir que están fallando, o que la escuela no les da herramientas. Es probable que, si se acerca, la maestra entienda la dinámica familiar”.
Esta imposibilidad para hacer la tarea no debería ser un problema para el alumno, después de todo ¿de quién es la responsabilidad de enseñar: de los padres o de la escuela?
Alejandra abre las puertas de su hogar en la calle Libertad de la ciudad de Ensenada. Ahora disfruta de un momento de calma pero hasta que llevó a Martina al colegio vivió horas agitadas. El día anterior festejaron en familia los 8 años de la nena y la prioridad no era, justamente, hacer los deberes. Esta mañana, luego de un buen descanso, ambas se encontraron con que había mucho por resolver.
A diferencia del año anterior, ahora Alejandra habla las consignas con Martina y le pide que escriba lo que a ella le parezca –un propósito, en esta casa también, difícil de ejecutar-. Como el día no se prestaba para innovar, fue a lo seguro: dictarle las respuestas mientras almorzaban.
Desde el nuevo enfoque, se cree que el aprendizaje se construye a partir de aproximaciones al objeto. Cada vez que el chico se acerca, de diferentes modos, adquiere nuevas herramientas
A esta mamá el tiempo le alcanza menos que la plata. Cuando termine la entrevista deberá tomar el micro que la deje en el centro de La Plata, para luego tomar otro que la lleve hasta el hipermercado de artículos de construcción donde hace turnos rotativos desde el 2014. Sentarse a mirar las carpetas de su hija es un esfuerzo. Sentarse a mirar las carpetas de su hija cuando vuelve del último turno, a las once de la noche, es un sacrificio. Aún así, no se lamenta, o sí, pero no por eso. “Le dan deberes sobre cosas que no vieron en clase”, denuncia: “Yo me doy cuenta de cómo hacerlo, pero no sé explicárselo”.
-¿Cómo hacés?
-Grito, grito, grito y grito.
Sin herramientas didácticas, los padres deben complementar el rol de los docentes cuando sus hijos no entienden. “Es común encontrar escuelas que se posicionan en un lugar de demanda hacia la familia”, reconoce la docente Gabriela Hoz, “Si los padres acompañan, es mejor, pero si no pueden ¿vamos a culpar a la familia? El aprendizaje de los chicos es responsabilidad del docente”.
Para Alejandra no quedan dudas “si a Martina le dan tarea que no puede resolver sola, es obvio que están evaluando cuánto tiempo tenemos para ayudarla”, analiza “si no la ayudo, después se saca una mala nota”.
En rigor de verdad, las tareas no deberían servir para evaluar ni a los alumnos ni a sus padres, aunque la realidad contradiga esta pauta. Si las tareas calificaran, estarían perpetuando desigualdades socioeconómicas: los padres de mayor poder adquisitivo gozan de más tiempo libre y tienen un capital intelectual del que carecen los de familias más humildes. Alejandra es consciente de sus limitaciones: “Yo hago lo justo, lo necesario y lo que puedo. Habrá madres que estén más presentes que yo y otras que estén menos”.
Soledad y Alejandra invierten menos de una hora diaria en la tarea. Si las maestras de sus hijos quisieran darles deberes para tres o cuatro horas, podrían. Nada ni nadie establece cuál es la cantidad adecuada. Ausente en los diseños curriculares. En los grados superiores hay docentes que exigen como si la suya fuera la única materia y hay, también, un criterio muy extendido que dicta que a más repeticiones, mayor aprendizaje.
En Francia, cuatro años atrás, miles de padres se declararon en huelga de deberes durante dos semanas. En España, una mamá preocupada ante el estrés de su hijo por el exceso de tarea, pasó a la acción en la plataforma para peticiones Change.org. Hoy su reclamo por la racionalización de los deberes en el sistema educativo español ya cuenta con casi 211 mil firmas virtuales.
Es que el tiempo libre escasea. Antes las familias podían sostenerse con un solo ingreso, ahora eso es casi imposible. Muchos padres trabajan más de ocho horas, otros tienen dos o más empleos y están, además, los que deben sumar una o dos horas diarias de traslado hasta sus lugares de trabajo.
Josefina del Castillo (33) es abogada y aunque trabaja de mañana en un ministerio y de tarde en su estudio jurídico, su hijo no lo sufre: “desde su primer año Valentino tuvo que adaptarse a mi jornada laboral”, explica. Hasta hace poco se quedaba con una niñera por las tardes, pero como se aburría, Josefina encontró la solución: una escuela de jornada doble.
Valentino va a primer grado en el colegio San Luis y, por suerte para su mamá, la tarea todavía no se puso difícil. Josefina reconoce que quizá deba refrescar sus conocimientos en informática y matemáticas para ayudarlo, pero la verdad es que el futuro no la asusta: el colegio tiene un taller de consulta. Es más, desde la institución prefieren evitar las tareas para el hogar.
Las preocupaciones de Josefina son otras: “Valentino ya sabe leer y escribir perfecto. Los chicos, hoy, aprenden más rápido. Están todo el tiempo conectados y avasallados por la información, a veces más que los adultos. Creo que en algún punto es excelente pero en otro no tanto, porque están muy adelantados para la edad que tienen y pierden la inocencia”.
Si a los padres el tiempo no les alcanza, a los hijos, menos. Los chicos de hoy tienen la agenda cada vez más cargada. Además de asistir a la escuela, Ciro va a básquet tres veces por semana y una a dibujo. Mora también practica ese deporte y va a la escuela de Estética. Martina hace gimnasia artística y Valentino juega al fútbol y al rugby.
Con tantas ocupaciones, cuesta organizarse para hacer la tarea, aunque sea poca. Quizá para ahorrar tiempo o por las dificultades que tienen para dejar que sus hijos desplieguen las alas, muchos padres intervienen demasiado o directamente resuelven la tarea de sus hijos. “Si ponen demasiado de su impronta, no permiten a su hijo escribir o hacer lo que realmente está pensando dentro de sus posibilidades de comprensión del tema”, explica Gabriela Hoz.
Muchas maestras se sorprenden cuando el alumno no puede hacer en un examen ejercicios similares a los que traía bien resueltos de la casa. Y así se da una paradoja en la que los padres se quejan de que las maestras mandan tareas que los hijos no pueden hacer solos y las maestras se quejan de que los padres resuelven las tareas de sus hijos.
Bien entendidos, los deberes deberían servir para reforzar lo que se vio en el aula: “Si se pide que traigan ejemplos de un tema ya visto y después no se trabajan esos ejemplos en clase, no tiene sentido”, concluye la profesora Hoz.
Ayudar con la tarea siempre requirió de un esfuerzo que no todos los padres están en condiciones de hacer. Ahora se le suma el cambio de enfoque y los cambios, se sabe, llevan tiempo. Para los padres confundidos, la única salida, en principio, parece ser el diálogo. Tan simple y tan complejo.
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