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Artificialmente diseñada

Artificialmente diseñada

Ryan Gosling, en una escena de la nueva entrega de “Blade Runner” - outnow

Por Pedro Garay

7 de Octubre de 2017 | 04:38
Edición impresa

BLADE RUNNER 2049, de Denis Villeneuve.- Imaginen que es 1982: en días donde todavía la animación por computadora no existe, van al cine y se encuentran con la exuberante estética y sugerente poética de “Blade Runner”, una ampliación de las ideas visuales del policial negro donde el frío neón ilumina la mugre de la modernidad, enmarcados en ciencia ficción metafísica en tiempos donde la fantasía galáctica familiar y aventurera era la norma en la Hollywood de “Star Wars”.

El prestigioso Denis Villeneuve dirige, Harrison Ford regresa y Ryan Gosling protagoniza “Blade Runner 2049”, una película técnicamente impecable, sin situaciones atadas con alambre como su predecesora y con todos los elementos esperados por los amantes de la original

Lógicamente, a la cinta dirigida por un joven Ridley Scott no le fue bien en la taquilla, pero la otredad cinematográfica terminó horadando la zona de confort de los espectadores y transformándose primero en cinta de culto, finalmente en clásico cinematográfico, a pesar de sus problemas presupuestarios y sus muchas incongruencias (la “Blade Runner” original contiene, por ejemplo, algunas de las escenas con dobles de riesgo donde es más notoria la permutación entre actor y doble, de toda la historia del cine).

La maquinaria retro de Hollywood quiso aprovechar el estatus de la película de 1982 y, 35 años después, rodó una secuela sin restricciones monetarias: el prestigioso Denis Villeneuve dirige, Harrison Ford regresa y Ryan Gosling protagoniza “Blade Runner 2049”, una película técnicamente impecable, sin situaciones atadas con alambre como su predecesora y con todos los elementos esperados por los amantes de la original.

Porque no solo vuelve Deckard: también regresa esa Los Angeles noir de lluvia omnipresente; la luz acuática de los sets corporativos; la clásica soundtrack de Vangelis, en la versión siglo XXI de Hans Zimmer (el compositor de “El caballero oscuro”, “Interestelar” y “Dunkerque”); y las marcas más reconocibles de la épica fotografía de Jordan Cronenweth, responsable del memorable “look” de la original, son retomadas por el maestro Roger Deakins, nominado 13 veces al Oscar y que podría, finalmente, cosechar la preciada estatuilla por este trabajo.

Un trabajo de fotografía que, como buena parte de la película, luce precioso y tan fantasmal como el original, pero es poco más que superficie, diseñada artificialmente para mimetizar, creciente costumbre del Hollywood retro que busca recrear las magias del pasado por imitación. La fotografía de Deakins, un logro técnico de devastadora belleza, es también un ejercicio retro anclado en un peso emocional light, una belleza de diseño, de postal (una postal de la “Blade Runner” original, un souvenir del museo del cine).

Así, “Blade Runner 2049” sufre del “efecto Alien”, otra cinta de Scott reproducida en saga sin suerte. La cinta original del octavo pasajero fue filmada con tan poca luz (para ocultar en las tinieblas al monstruo, tanto para crear suspenso como para esconder la falta de fondos para crearlo) que la audiencia salió confundida. Finalmente aquella cinta es considerada hoy un hito en el terror cinematográfico, mientras que sus secuelas, “mejor” iluminadas y mejor financiadas (particularmente las dos últimas, con las que Scott reinició la franquicia), solo recuerdan el carácter único de la primera.

El “efecto Alien” se repite en “Blade Runner 2049”: la luz, elemento fundamental del cine, replica los usos de la original mediante los cánones de la iluminación (digitalmente manipulada, sin negros absolutos) del siglo XXI, y es apenas uno de los elementos que se revelan demasiado premeditados, mucho más artificiales que los emotivos replicantes, en una película donde la noche cerrada de Los Angeles no es noche cerrada (el espectador no debe “no ver”) y el frío neón solo echa luz sobre grafitis demasiado calculados, suciedades demasiado prefabricadas, y sobre el gesto retro de un policial de manual, sobre un guión salpicado de corrección política pero desprovisto de las ominosas matices metafísicas de la original e imbuido de esa necesidad de la industria hoy de que todas las historias sean sobre “salvar el mundo”.

Porque si buena parte del placer de ver “Blade Runner 1982” proviene de la inmersión en la Los Angeles futurista a partir de una historia cotidiana donde se revelan visos de una trama más grande, corporativa, política, en “Blade Runner 2017” desde el inicio sabemos (de muy explícita forma, por golpe de guión) que el secreto que persigue K. es el de una conspiración que puede “romper el mundo”. Pero, más importante, que puede iniciar una nueva y lucrativa franquicia.

(** REGULAR)

 

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