¿Matar el pasado o no?: esa es la cuestión
Edición Impresa | 13 de Diciembre de 2017 | 04:34

Por: Pedro Garay
El intento de Disney de llevar a la galaxia más lejana hacia regiones desconocidas se profundiza con el octavo capítulo de “Star Wars”, “Los últimos Jedi”, que llegará mañana a los cines tras larga espera de sus seguidores. Johnson tomó la franquicia custodiada más celosamente por sus fans en el universo con una presión más propia de un deportista que de un cineasta y una misión contradictoria: honrar el pasado y matar el pasado.
Y, curiosamente, Johnson salió airoso convirtiendo esa dicotomía en apariencia irreconciliable entre tradición y futuro en el eje temático de una película que tacha todos los casilleros indispensables, pero lo hace con alegría, personalidad y una valentía que, si bien no es la publicitada por quienes prometían desde el estudio del ratón riesgo y novedad, si consigue desviarse de la obviedad en que amenaza caerse toda franquicia controlada férreamente por los ejecutivos que no quieren ver demasiados riesgos en su inversión millonaria.
Johnson conduce la ópera espacial que cambió el cine buscando que la nueva generación (Rey, Kylo) tome el control definitivo de la trama en esta segunda parte (de tres: Disney ya explicó que las futuras entregas del universo galáctico se desvincularán de esta trama episódica para saltar a otros tiempos y personajes) pero también con la obligación de profundizar la búsqueda de J.J. Abrams y compañía en el séptimo episodio, que intentaba llevar la saga galáctica nacida en 1977 hacia el lenguaje cinematográfico y los temas del siglo XXI, para acomodarse a una nueva audiencia.
J.J., que volverá para cerrar la trilogía, había tomado la vía fácil en su primera entrega, cumpliendo con las expectativas pero apoyándose fuertemente en el carisma de las estrellas del pasado, en la conexión emocional que aquellos personajes habían gestado en las primeras tres cintas y hasta en la estructura de “Una nueva esperanza”. Y Johnson llegaba a la franquicia, para colmo, en la segunda entrega de la trilogía del nuevo siglo, con la sombra del segundo episodio estrenado de la cinta, “El Imperio contraataca”, largamente considerada como la mejor de la saga: todo podía salir mal.
Johnson arriesgó. Arriesgó, claro, como se puede arriesgar en una propiedad intelectual tan controlada como “Star Wars”: de manera mesurada. Pero decidida. Primero, desvinculó a su creación de “El Imperio contraataca”: no hay en “Los últimos Jedi” un espejo de aquella, de la cual apenas hay ecos, como la decisión de desparramar a los personajes en diversas y desoladoras misiones.
Algunas de estas funcionan mejor que otras: la saga por fin justifica el casting de uno de los actores más carismáticos del momento, Oscar Isaac, para interpretar a Poe Dameron, quien hasta ahora había demostrado ser intrépido solo en las sinopsis que ofrece la compañía. En “Los últimos Jedi” toma la película por asalto desde la primera escena, un arranque potente e icónico en una saga donde decir “icónico” parecía imposible (a menudo todo huele a repetición festiva y comercial del pasado).
Pero si Isaac brilla, lo mismo no puede decirse del personaje de Laura Dern, un “personaje femenino fuerte” descartable con una trama que bien podría haber sido interpretada por Carrie Fisher para simplificar historias, ganar emotividad y recortar las dos horas y media de duración. Dern, además, trabaja varios golpes sobre el par, sorprendentemente, sin encontrar ese tono aventurero, exagerado y autoconciente de la saga: su historia se extiende durante un segundo acto lleno de acción pero sin gran peso emocional, donde otro personaje olvidable, Finn (¡uno de los protagonistas!) deambula entre tiros sin encontrar demasiado sentido para su existencia en la saga.
GRANDES ÉXITOS
El extenso segundo acto revela que Johnson quiere hacer todo: su “Los últimos Jedi” asoma como un compendio de “grandes éxitos” de la trilogía original, desde sus aventuras clásicas a sus entrenamientos budistas, desde el tono juguetón y cómico de IV al tono oscuro y desolador de V, con un paso por la estación esperanza. Hasta organiza un triángulo amoroso que apunta (habrá que esperar, de todos modos) a corregir el incestuoso triángulo de la primera trilogía y el romance “tragicursi” de las precuelas.
Eso provoca que el carro “Star Wars” sea por momentos demasiado pesado, demasiado recargado, como para conducirlo correctamente. Más aún si se tiene en cuenta que cada entrega de la saga debe contar por mandato con una cantidad determinada de “set pieces” (momentos de acción) y ofrecer “fan service”, los guiños a los espectadores avezados que, por ejemplo, volvieron tan repudiada la segunda temporada de “Stranger Things”: dar a los espectadores lo que quieren, antes que construir una buena historia que de a los fans lo que no esperan, lo que no saben que querían, es el acto de demagogia cinematográfica que amenaza con destruir la burbuja de las franquicias de la cultura pop (aunque también uno de los motivos de por qué son tan lucrativas).
Johnson minimiza el “fan service” explícito (igual existe, y algún momento hará voltear los ojos) pero sí busca hacer honor al espíritu de una saga gigantesca que significa tantas cosas para tantos millones de espectadores que se vuelve imposible de manipular. Pero el director de “Looper” no solo sale airoso del desafío de conducir ese carro pesado: emerge sumamente exitoso, con palmadas en la espalda del estudio y el consenso de los fans que ya han visto, de forma adelantada, el material.
AMBICIÓN
Y la ambición de su mirada es la clave: aún en los momentos fallidos se respira la intención de un autor que camina con jolgorio por esa intimidante cuerda floja que se tiende entre la pesada tradición de la saga y la intención de llevar la franquicia a los espectadores más jóvenes.
La historia del segundo capítulo de esta nueva trilogía flexibiliza varias partes del canon que parecían dogma, atreviéndose a mostrar un costado del héroe Luke Skywalker que molestó hasta al propio Mark Hamill; y toma otras decisiones arriesgadas que, seguramente, traerán discusiones por los próximos dos años, procurando que el legado se doble, pero que no se rompa: la propia trama pone en escena ese conflicto, proponiendo que romper con el pasado es una alternativa tan peligrosa como deificar los mitos, las leyendas.
Pero la larga sombra de “Star Wars”, la persistencia del pasado mítico, se cierne igual sobre una cinta, revelando que estos riesgos, al final, no consiguen elevar las apuestas como lo hiciera “El Imperio contraataca”, gracias a giros inesperados y decisiones narrativas osadas. Tras nueve cintas y cinco más por venir, más innumerables horas de tevé, el legado hace que parezca imposible igualar la frescura de aquel relato mítico. Pero Johnson hace un gran intento, un intento alegre, desacartonado (para lo habitual en los tanques de la industria), que refleja la importancia de superar estos legados aprendiendo y valorándolos, que habla de la importancia del paso de batón, del peligro de los mitos perpetuados, de las posiciones rígidas.
Un intento que cierra de manera poderosa y osada, contrastando la liviandad juguetona del inicio con la melancolía de un final donde, de todos modos, queda claro que, tras dos episodios marcados por la introducción de personajes y tramas y la reaparición de nuestros viejos héroes y villanos, ahora sí, todo está en su lugar para que se desate un tercer acto liberado de lastres. Crucemos los dedos para que así sea.
MUY BUENA (****)
Johnson tacha los casilleros indispensables con alegría y personalidad
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