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El problema de la desigualdad de género ganó cada vez más peso en la agenda pública. Crece la cantidad de padres y madres que intentan educar a sus hijos sin machismo. Esperanzas, contradicciones, miedos y la certeza de que el cambio empieza por casa
Cuando los hijos de Mercedes y Fernando preguntan sus padres se esfuerzan porque no haya tabúes
Por LAURA AGOSTINELLI
De niño, Fernando Dachdje, 39, fotógrafo, soñaba con ser patinador artístico. Todavía recuerda su primera exhibición, hace más de 30 años: entre el público, su hermano lloraba de risa. Al lado, su padre reprimía la carcajada con la mano en la boca. Era todo el apoyo que podía darle, y con gran esfuerzo.
A Fernando esas miradas no lo desalentaron: “¿De qué se ríen?”, pensaba. Tampoco le importó que el mayor de los hombres de la familia, su abuelo, lo cuestionara al grito de: “¿patín?, ¿patín?, ¿sos bol…?”, cada vez que lo veía. El patinaje le gustaba y hubiera continuado pero, finalmente, desistió. “Mis compañeras no me aceptaban”, explica. Nada personal. Las nenas crecían en una cultura que les decía que ése era un deporte femenino y que él no tenía nada que hacer ahí.
Hace unas semanas, la campaña #DejenJugarAJuana, mostraba esta historia: a una nena de 11 años le apasiona jugar al fútbol. Hace tiempo que forma parte del equipo de varones del Club Mercedes y quiere competir, pero no la dejan. La Asociación del Fútbol Argentino (AFA) se lo impide: los equipos mixtos están prohibidos.
A diferencia de Fernando, a Juana la ley no la acompaña pero sus compañeros de equipo sí. Son tiempos de cambios.
Todos somos iguales ante la ley y no puede haber desigualdades fundadas en el género de las personas. A diferencia de antaño, hoy muchas familias intentan enseñar eso desde el primer minuto.
Fernando Dachdje, aquel que soñaba con ser patinador, creció y conoció a Mercedes Aladro (34), técnica en Recreación y docente de Educación Artística, con quien formó una familia. No planificaron la forma en que criarían a sus hijos. Hacen. En los grandes temas, coinciden siempre. Ambos quieren que Almendra, de 8, Canela, de 6, y Galo, de 2, jueguen a lo que les guste. Almendra se disfraza de Ben10 y juega al fútbol. Galo se maquilla y usa carteras. Eso no significa que sus padres desconozcan que nuestra cultura impone roles a niñas y niños, entre otros medios, a través del juego.
“Históricamente, se vio al hombre como proveedor en un rol activo, fuera del hogar, y a la mujer como cuidadora en un rol más pasivo e incluso invisible, dentro del hogar”, explica la socióloga Mora Blaser, especialista en Género. “Los roles son asignados a través de la cultura y la educación. Los aprendemos desde niños y niñas. Se transmiten desde las instituciones: la familia, la escuela, los grupos de pares y los medios de comunicación”, detalla Blaser.
La socióloga reconoce que algunas cuestiones de la distribución de roles están empezando a cambiar, pero todavía falta un camino largo por recorrer. “Si hoy hablamos del reparto equitativo de las tareas, debemos enseñarles a niñas y niños que la responsabilidad es compartida. Sin embargo, aún seguimos viendo cocinitas y planchas para las niñas en las jugueterías y otro tipo de juegos para los niños”, explica.
Los padres que intentan criar a sus hijos sin machismo, les enseñan que, si bien hay juegos y juguetes estereotipadamente masculinos o femeninos, ellos pueden jugarlos sin distinción, solo basta con que les dé la gana.
Almendra y Canela conocen la diferencia entre género y sexo biológico porque siempre que surge alguna duda, Mercedes y Fernando se toman el tiempo para contestarla, hasta usan videos. Para las niñas, el amor entre dos personas del mismo sexo es igual que el de los heterosexuales. Hace poco festejaron el casamiento de dos amigas de la familia, lesbianas. “Las nenas estaban como locas”, recuerdan sus padres, “parecen dos princesas, decían”.
“A ser varones y mujeres se aprende”, explica Blaser; “el género es una construcción social, histórica y política que varía según la cultura, la sociedad en la que nacemos”. La socióloga destaca que hablar de varones y mujeres acota el concepto y deja afuera al grupo de LGBTTI (Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transexuales, Transgénero, Intersexuales). Y agrega: “sobre el término sexo, hay grandes debates, diremos que son los atributos físicos que te definen como varón o mujer”.
Los padres que intentan criar a sus hijos sin machismo, les enseñan que la identidad de género no necesariamente coincide con el sexo biológico.
Mercedes y Fernando crecieron en familias diferentes. En la de ella, una madre soltera trabajó, cuidó del hogar y crió a sus cuatro hijos. No tenía sentido preguntarse por los roles “mi vieja hacía todo”, recuerda Mercedes. Incluso tuvo tiempo de hablarles de drogas, política y sexualidad. En la familia de Fernando no se charlaban esos temas, ni muchos otros. Ambos padres trabajaban pero su madre, además, debía ocuparse de la casa y de los tres hijos.
En sus familias de origen no se explicitaba la problemática de género. Ellos, de adultos, no militaron por esta causa. Aun así, Mercedes y Fernando conocen y participan de los debates que genera porque circulan en los ámbitos donde se mueven: el estudio, la profesión, las amistades. Para ellos, la igualdad de género es un valor obvio que incluyeron, sin planificarlo, en el combo de enseñanzas a transmitirles a sus hijos. Un desafío no carente de limitaciones y miedos.
Hasta que empezó el jardín, el color favorito de Canela era el celeste. En la escuela, vio que lo llevaban los nenes. Días después, su color preferido pasó a ser el naranja. “Nunca sabés si es casual o causal”, reconoce su madre, “de todos modos le explicamos por qué para la escuela el celeste es para los nenes y el rosa para las nenas”. Junto a otras madres, planea escribir una carta al colegio solicitando que se la escuela manifieste qué se intenta enseñar al diferenciarlos así. También quieren contarles a las autoridades por qué no les parece un contenido pedagógico válido. El objetivo último es que se busque otros colores y otros criterios para la vestimenta escolar.
Mercedes y Fernando todavía no saben si será diferente criar a un nene no machista comparando con la crianza de las niñas. Galo todavía es pequeño y no se han presentado grandes dilemas. Mercedes ve un gran desafío en el mediano plazo: cuando aparezcan las primeras libertades. Minutos antes de dar la entrevista, ella y Fernando esperaban a que Almendra regresara de hacer su primer mandado sola. “Mi mayor miedo no es que le roben sino que un hombre la acose”, explica Mercedes. En materia de seguridad, más allá de toda igualdad de géneros, aún los abusos –y el temor- se siente más en las mujeres.
A fines del año pasado se conocieron los resultados del primer Índice Nacional de Violencia Machista, elaborado por el colectivo #NiUnaMenos. El 97% de las encuestadas afirmó haber sufrido situaciones de acoso en ámbitos públicos o privados.
“El machismo es la discriminación que sufren las mujeres por la creencia de que los hombres son superiores a ellas”, explica la socióloga Mora Blaser. “A través del sexismo se emplean métodos para perpetuar la desigualdad. Un ejemplo es lo que se denomina la división sexual del trabajo: determinadas tareas u ocupaciones son consideradas masculinas y otras femeninas, como el cuidado del hogar”.
Para erradicar el machismo se necesita revisar un sinnúmero de creencias que hombres y mujeres ejercitamos en lo cotidiano. En el libro “Mitologías de los sexos”, la socióloga Eleonor Faur y el antropólogo Alejandro Grimson analizan mitos como aquellos que indica que los varones son más inteligentes que las mujeres; que las mujeres tienen instinto maternal; o que los ingresos de ambos sexos son parejos. Los autores demuestran que no son tantas las diferencias biológicas entre hombres y mujeres como se cree. Tampoco son lo suficientemente significativas para justificar la desigualdad sobre la que se cimenta el patriarcado. La desigualdad es cultural.
Faur y Grimson sostienen que, dentro del patriarcado, los varones tienen la exigencia de afirmar constantemente su masculinidad. Para eso, deben demostrarse a sí mismo y a otros hombres que carecen de los rasgos atribuidos a las mujeres y que no son débiles ni infantiles. En todas las culturas, las cualidades del ideal masculino se resumen en tres P: provisión, protección y potencia.
Años atrás, Emilio De los Santos García (35) tuvo dudas. ¿Por qué, en las reuniones, los varones tenemos más voz que las mujeres? ¿Por qué siempre tuve más libertad que mis hermanas? ¿Por qué ser el mayor de los cinco me convierte en el hombre de la casa? Había algo en eso de ser “un verdadero hombre”, que no le cerraba.
Emilio estaba incómodo, por eso empezó a buscar hasta que encontró en el Colectivo de Varones Antipatriarcales a otros que tenían lo mismo. “A través de las relaciones de cooperación, solidaridad, afecto y confianza, se pueden construir nuevas formas de ser varones y de relacionarnos entre nosotros”, cuenta la agrupación en su blog, entre sus principales desafíos. En los talleres, sus integrantes aprenden a cocinar, a mirarse a los ojos, a abrazarse. Desde su origen, en 2010, llevan organizados cinco encuentros nacionales.
Emilio siente que el colectivo lo transformó. “Me liberé”, resume. Ahora se reconoce más propenso a ceder la palabra, a tener vínculos amorosos y a dialogar con otros hombres, e incluso a invitarlos para que se sumen a la experiencia del colectivo. Sin embargo, sabe que despojarse del machismo no es cosa de un día. Dice estar en constante revisión, sobre todo desde que hace dos años empezó su principal desafío: ser padre.
Cuando Emilio piensa en la paternidad, se remite al rol de su papá. Valora que haya hecho lo mejor que pudo y toma distancia de aquello que no comparte. “Con mi viejo el abrazo era algo vedado”, recuerda. “Yo, en cambio, pensaba en llenar a mi hija de abrazos desde antes de que naciera”. Los tabúes son otro mal que planea erradicar: “En casa había temas que no se hablaban. Cuando crecí, perdí mucho tiempo por no tener la información necesaria en el momento justo”.
“A ser varones y mujeres se aprende”, explica Blaser “el género es una construcción social, histórica y política que varía según la cultura, la sociedad en la que nacemos”
En el hogar que comparte con su pareja, Noelia, las tareas se reparten. Ella es psicopedagoga y trabaja por las mañanas, mientras Emilio limpia, cocina y cuida a la pequeña Charo. Cuando Noelia lo releva, él sale para su trabajo de acompañante terapéutico en un centro de día.
Su caso no abunda, pero tampoco es una rareza: cada vez más hombres cuestionan el modelo de varón tradicional, se animan a mostrar sus emociones en público y se oponen a las expresiones misóginas y homofóbicas. Sin embargo, todavía queda un largo camino hacia la igualdad.
En Mitologías de los sexos, se enumeran los obstáculos para los hombres que intentan ser igualitarios. El temor a la marginación y al desprecio de sus pares y la dificultad para renunciar a los privilegios de ser varones, aparecen como los principales. Los autores son categóricos: “No hay grupos sociales (aunque sí puede haber individuos) que renuncien a sus privilegios por propia voluntad”.
Marieta Vagnoni tenía ocho años cuando supo lo que no quería ser de grande. Terminaban los ’80, aumentaba la cantidad de madres que trabajaban fuera del hogar y ella anhelaba que la suya completara el secundario para subirse a esa nueva ola. Le insistió con la convicción de quien conoce la clave de la felicidad. No hubo caso. “Ese momento fue fundacional”, recuerda “supe que, en mi vida, tener un compañero y una familia no serían el atajo más inmediato para no realizarme”. Hoy es productora y comunicadora cultural y junto a su esposo, Emiliano González, crían a Amelia, de 5 y a Oliverio, de 3.
Ambos quieren que sus hijos se sientan libres de decidir sobre su vida y lo fomentan. Por su edad, las decisiones que pueden tomar se restringen al ámbito del juego, de los dibujitos, de la ropa. Su mundo. Casi siempre eligen jugar juntos: se embarran, se maquillan, se disfrazan de princesa y de hombre araña e intercambian disfraces. “No debería haber desigualdades tan culturalmente cargadas en la infancia”, piensa su madre. Pero las hay.
Desde que va al jardín, Amelia nota que la ropa que sus padres le dejan usar, afuera es de nene o de nena, pero no de ambos. “Le explico que cada uno es libre de vestirse como quiera y del color que le guste”, cuenta Marieta, “si hay varones que quieren usar pollera: está bien. Y si hay nenas que quieren usar pantalón (como ella), también está bien. No hay prendas ni colores de género”.
Las palabras de Marieta y Emiliano tienen un peso considerable en el proceso de formación de sus hijos. Aún así, no desconocen que, en la confrontación con el afuera, sus enseñanzas pueden tambalear. “La función de los padres es constitutiva de la mente del hijo, del reconocimiento del hijo como otro”, explica la psicóloga Eva Rotenberg, directora de Escuela para Padres, “el yo del niño se apropia de todo lo que recibe del otro, lo mecaniza y define cómo se siente él mismo: el ‘sí mismo verdadero’”.
En el hogar de Marieta, valores como la justicia, la solidaridad, el amor propio y el amor entre hermanos, se transmiten en lo cotidiano. Valores estándar, digamos. Los difunden, además, en la escuela, el club, las demás familias y otros tantos ámbitos, más allá del éxito que logren. Pero cuando se trata de educar para la igualdad, ambos padres están en el bando minoritario. Marieta es consciente: “Les transmitimos que, a pesar de que el ‘afuera’ presente algunas diferencias con lo que hablamos y hacemos en casa, ellos son libres de tomar sus decisiones con respecto a su ser y hacer”.
“Es posible que los niños criados de esta manera se sientan rechazados, diferentes, porque, en general, no se entiende esta forma de educar. Es muy nueva”, sostiene Rotenberg. “Los docentes tendrían que evitar diferenciar por sexo”.
Ariel Dorfman es coordinador de Encontrarse en la Diversidad, una fundación donde se debaten, entre otros temas, la cuestión de Género, la construcción de nuevas masculinidades, los roles y las responsabilidades. Coincide con Rotenberg en que la asignación de roles, en la escuela, sigue rígida: “Todavía son cuestionados los nenes que quieren jugar algún juego menos físico o las nenas que quieren tener una actitud mucho más activa”, ejemplifica.
En su experiencia cotidiana, la mayoría de las personas que se acercan por primera vez a estos temas cargan con innumerables prejuicios. “Nos encontramos con mucho miedo por parte de los padres y las madres”, describe Dorfman “hay una carga negativa con ciertas cuestiones de rol porque subyace el temor por la elección sexual de los hijos”.
Para avanzar hacia la igualdad, Dorfman sostiene que se necesita una legislación afín, más educación y una mayor exigencia de las organizaciones de la sociedad civil para que haya una agenda cada vez más profunda sobre esta temática. “Es un proceso largo, que hay que llevar adelante, pero no tiene vuelta atrás”, reflexiona, “el rol de las mujeres es central. Los varones tenemos que estar a la altura y acompañar este cambio”. Por proceso largo léase: mínimo, dice él, una generación.
Marieta sabe que, afuera, las cosas pueden complicarse: “Nos vamos a enfrentar a todo tipo de situaciones, que seguramente trastoquen seguridad, autoestima y que sean feas en muchos sentidos”, confiesa. “Lo más difícil será transmitir la seguridad que nuestros hijos necesitan para estar tranquilos y confiar en ellos mismos”.
Aunque se encuentren en el bando minoritario, no están solos. Muchos de sus amigos, así como los de Mercedes y Fernando y los de Emilio y Noelia, educan para la igualdad. Los hijos sin machismo de hoy serán padres sin machismo del mañana.
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