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"Las invasiones bárbaras", de Éric Michaud

"Las invasiones bárbaras", de Éric Michaud

é ric Michaud - archivo

Por DAMIAN TABAROVSKY (*)

13 de Agosto de 2017 | 08:33
Edición impresa

“Las invasiones bárbaras. Una genealogía de la historia del arte”, de Éric Michaud, arranca con una frase que es, al mismo tiempo, introducción, resumen, definición y programa del libro: “La historia del arte comenzó con las invasiones bárbaras”. E inmediatamente aclara: “Esto significa que una verdadera historia del arte no ha sido posible más que a partir del momento en que, con el cambio de los siglos XVIII y XIX, las invasiones bárbaras fueron pensadas como el acontecimiento decisivo en virtud del cual Occidente se había comprometido con la modernidad, es decir, con la conciencia de su propia historicidad”.

En términos metodológicos, o mejor dicho, en función del punto de vista que adopta el autor, las palabras clave en ese párrafo son “fueron pensadas”: el libro de Michaud no es una historia de las invasiones bárbaras, tampoco es una descripción de los principales rasgos estéticos del arte de los bárbaros, ni mucho menos un manual de historia del arte que arranca hacia los siglos IV y V, durante las invasiones al Imperio Romano conducidas por los pueblos llamados bárbaros o germánicos. Al contrario, es un libro sobre la recepción en Occidente de esos fenómenos, sobre el “cómo fueron pensadas”, sobre el modo en que Occidente se apropió de ese legado y lo hizo suyo, sobre las maneras en que esa apropiación generó lo que hoy conocemos como historia del arte, y sobre cómo la historia del arte y la estética moderna, a partir de esa apropiación y definición de lo bárbaro, está íntimamente ligada a los nacionalismos, al racismo y al temor a la decadencia de Occidente.

“Con el cambio de los siglos XVIII y XIX, las invasiones bárbaras fueron pensadas como el acontecimiento decisivo en virtud del cual Occidente se había comprometido con la modernidad, es decir, con la conciencia de su propia historicidad”

En el cruce entre historia del arte, antropología de las imágenes e historia cultural, el de Michaud es uno de esos libros que permiten, a la vez, ser leídos como textos específicos sobre un tema puntual, y también como una intervención político-cultural en el presente, en donde los nacionalismos y la cuestión de las razas y el racismo no deja de volver una y otra vez al centro de la escena geopolítica. En esta doble perspectiva -histórica y actual- reside el interés mayor del libro.

Michaud toma como dato el surgimiento de la historia del arte como disciplina con títulos de legitimidad en Alemania en el siglo XVIII. Es decir, durante el “momento romántico”, que desemboca en las independencias nacionales. En ese contexto, los pueblos bárbaros (de origen germano antiguo) pasan a ser revalorizados en función de la raza. Asoma una lectura de tipo “biologicista”, que incluye obviamente a la sangre, al pueblo y a la tierra (resuena aquí el horizonte de preocupaciones que aparecen en el otro libro de Michaud disponible en castellano, “La estética nazi. Un arte de la eternidad”). Irrumpe entonces la figura del judío como el nuevo bárbaro, el peligro que viene de afuera, cuyo máximo exponente es Wagner. No obstante, la mirada certera de Michaud demuestra cómo el antisemitismo aparece claramente en la mayor parte de los filósofos e historiadores del arte de esa época, como en Hegel, Aloïs Riegl, Heinrich Wölfflin, entre otros. Es un racismo que reformula el modelo inaugural de la historia del arte, que, como demuestra Michaud, “nació bajo el signo del anticlasisimo, al invocar claramente al bárbaro y sus artes”.

Lo original de la tesis de Michaud reside en no pensar a la alta modernidad (de la Revolución francesa en adelante) como el momento del surgimiento del racismo moderno, es decir, en no pensar en términos de dialéctica de la ilustración, sino en establecer un vínculo entre las invasiones bárbaras de los siglos IV y V, y el devenir de la estética y la política moderna. Es allí donde se crea el nudo que ata estética, política y racismo, que luego sí tomará una velocidad catastrófica -en el sentido estricto del término- en el abanico que va de la modernidad racionalista al nazismo.

Como pocos en la actualidad, Michaud se mueve con una soltura erudita en esas aguas peligrosas: su trabajo es el de desmontar antes que el de acusar, el de hilar antes que el de aseverar, el de comprender antes que el de condenar. Pero esa dimensión hermenéutica no es solo académica -aunque por supuesto también lo es- sino política: señalar a la modernidad temprana -y no la media o la tardía- como el origen del racismo contemporáneo implica para Europa un trabajo de autocrítica aún mayor que el realizado hasta ahora. Todo ocurre como si con un ojo Michaud estuviera preguntándose por el nacimiento de la historia del arte en Winckelmann y sus riegos racistas inherentes, y con el otro, de un modo tácito, sobre cómo es posible y qué genealogía lo antecede, que hoy mismo Polonia y Hungría estén gobernadas por extremas derechas racistas, y que en Francia Marine Le Pen haya llegado a la segunda vuelta de las presidenciales, en la mejor elección de la historia del Frente Nacional.

O dicho también de este modo: en el momento en que Europa está siendo el destino del mayor éxodo migratorio en muchísimo tiempo -quizás como nunca antes-, el punto de llegada de migrantes que no reproducen los modelos culturales, políticos, religiosos, científicos y de cuestiones de género que supuestamente pretenden ser los valores centrales de la Europa de posguerra, Michaud demuestra cómo la figura del bárbaro es fundante y definitiva para la tradición del racismo europeo, que tuvo a la historia del arte como una de sus mayores fuentes de legitimidad.

Este es un momento dramático en el que la política -pero también las ciencias sociales y el pensamiento crítico europeo- se halla en un impasse: atrapado por el recurrente temor a la decadencia de occidente y las invasiones bárbaras, del otro lado no aparecen opciones radicales, progresistas, audaces, que amiguen a Europa con lo mejor de su tradición, quizás ya perdida para siempre. El conflicto parece jugarse entre banqueros neoliberales como Macron y fascistas mediáticas como Le Pen, entre las extremas finanzas y las extremas derechas. El libro de Michaud, como queda claro por la digresión del párrafo anterior, estimula un pensamiento que va mucho más allá de su objeto de estudio. Pensar es siempre pensar en algo, e inmediatamente, en otra cosa.

 

(*) Télam

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