Estimado lector, muchas gracias por su interés en nuestras notas. Hemos incorporado el registro con el objetivo de mejorar la información que le brindamos de acuerdo a sus intereses. Para más información haga clic aquí

Enviar Sugerencia
Conectarse a través de Whatsapp
Temas del día:
Buscar
Información General |historias platenses

Hijos y nietos de inmigrantes: viaje a las raíces

Conocer el lugar del que partieron nuestros ancestros. Una aventura y un apasionante recorrido hacia el pasado. ¿Cómo es eso de bucear en el interior de la propia historia familiar?

Hijos y nietos de inmigrantes: viaje a las raíces

Con el primero de sus viajes Mariel pudo comprender su fuerte relación con el campo y la tierra - sebastian casali

Por LUCRECIA GALLO

5 de Agosto de 2017 | 02:05
Edición impresa

Todas las historias se parecen. Todas las historias son una forma de volver a casa. El círculo perfecto de ese viaje de afuera hacia adentro para conocer quiénes somos. Al menos así lo piensa Mariel Oyhamburu, 59 años, ingeniera agrónoma. Su viaje hacia los ancestros es íntimo, muy íntimo y a su vez parecido a tantos otros. Para narrar sus dos viajes a Europa vuelve a su Brandsen natal, donde había venido su abuelo Pedro Oyhamburu -nacido en 1875, analfabeto- en el pueblo de Pagolle, en el País Vasco Francés. Casado en 1919 con su abuela Antonia Elebro que había venido sola, vaya uno a saber en qué condiciones desde Ispra, Italia. Tenía 15 años.

Mariel, hija de Raúl Oyahaburu y Estrella, despliega su mapa y ubica las ciudades. “Para llegar a ese lugar de origen uno primero tiene un recorrido que no siempre es lindo”, alerta.

Antes de su primer viaje a Europa, en 2004, Mariel sabía que su abuela paterna abandonó a sus 6 hijos chiquitos y marido. Que su abuelo falleció cuando su padre tenía 12 años. Que, entonces, a su padre lo crió una familia en Brandsen. Que recién a los 8 años, cuando tomó la comunión Mariel conoció a su abuela Antonia a la que su padre no le hablaba. Que su padre sólo sabía leer. Que se suicidó muy joven, cuando ella tenía 21. En 1979 a Mariel le faltaban seis materias para recibirse. Pero fue después de casada y con su única hija cuando empezó terapia y comenzó a indagar. “Había una historia que no conocía: Era un agujero negro. Un misterio”, dice Mariel.

La Facultad de Agrarias y Forestales es su segunda casa, uno la puede ver a Mariel casi todo el día en el área de forrajes y pastizales. Ahí, entre los verdes, anda ella cuando dice: “En 2004 viajé a Francia. Llegué a Saint Palais y más tarde a Pagolle, desde Biarritz o Bayona, por donde tuvo –piensa ella- que salir mi abuelo hacia estas tierras”. Un camino a la inversa por colinas verdes y bosques y tambos de ovejas.

“No fui a buscar parientes, quería saber de dónde había venido mi abuelo, al que no conocí y del que mi padre nunca me habló”, aclara Mariel y reflexiona: “Me dio mucha paz. Buscaba darle luz a mi historia familiar y a mi apellido”.

El paisaje, la gente, la forma de vida, por más que habían pasado cien años, la ayudaron a comprender su fuerte relación con el campo y la tierra. “Sentí que el abuelo no había venido en vano, que yo era parte de ese camino que él había hecho”, asegura.

Pero el viaje no terminó ahí. En 2009 después de una reunión por los 30 años de los egresados de su facultad se conectó con Larsen, compañero de la facultad, su actual marido, que vivía en Como, Italia, a 40 minutos de Ispra donde había nacido su abuela Antonia.

En 2011 decidió viajar a Italia en busca de ese amor y de la abuela. Así conoció Ispra -un lugar bellísimo y lleno de verde, según describe-, su registro civil donde le dijeron que no había ningún Elebro en esa zona y el cementerio. Tumba por tumba fue buscando alguna pista hasta llegar a una donde estaban los padres de su abuela, sus bisabuelos. “Cuando leí Generosa Piazza y Donato Elleboro no puedo explicar lo que sentí, me arrodillé y lloré todo”, cuenta Mariel al tiempo que asegura: “Recién ahí me amigué con Antonia, recuperé a mí abuela, la perdoné”.

En ese camino sigue Mariel, del analfabetismo a la universidad, del campo de Brandsen al verde de Pagolle, del agujero negro al paisaje verde, de la vajilla Italia a las meriendas en lo de su abuela, del vacío al amor. En octubre de este año volverá a Pagolle acompañada de su marido e hija, para festejar –con una gran torta y champán francés- sus 60 años. “Voy a ir con ellos al lugar de donde vino mi abuelo, que es un poco mi padre y yo, para sanar”, concluye.

VOLVER

Leandro “el Tano” Gianello, 36 años, licenciado en Comunicación Social, fue varias veces a Italia. La cuna de todos sus ancestros recientes está ahí, en el norte de la península. Su papá Giacancarlo nació en un pueblo cerca de Venecia llamado Poiana Maggiore durante la segunda guerra mundial; su mamá Mirta Leonardelli en cambio nació en Viedma, Argentina, hija de inmigrantes trentinos que llegaron a la Patagonia en la década del ´50.

“Es difícil precisar en qué momentos surge el sentido de pertenencia cuando uno visita los lugares y espacios que alguna vez ocuparon tus ancestros”, dice Leandro y agrega: “Soy argentino pero el vínculo sanguíneo con esas tierras está marcado en la piel, como una cicatriz cultural imposible de disimular”.

Entre otras cosas, su familia siempre viajó para reforzar los vínculos con abuelos, tíos y primos que viven allá.

Cuando tenía 10 años fueron todos -papá, mamá y hermanos incluidos- de vacaciones durante un par de meses. “Fue tan fuerte la inmersión en ese espacio que aprendí el idioma italiano casi por inercia, leyendo historietas y relacionándome con mis parientes. Nunca me di cuenta cuándo y cómo pasó. Sólo sé que volví leyendo, escribiendo y hablando una lengua que al parecer, ya estaba preformateada en mis genes”, dice.

“Una de las cosas que más me impactó fue cuando visité por primera vez un cementerio de la zona alpina de Pergine Valsugana, la región en la que nacieron y se criaron mis abuelos y bisabuelos maternos. Casi todas las tumbas, cruces de hierro y lápidas tienen el apellido de mi madre”, cuenta Leandro y asegura: “Quizás todos ancestros muy, muy lejanos que sin embargo siento que dieron forma a lo que soy”.

Al pueblito de su viejo lo tiene memorizado –dice- como si fuera un lugar que recorre a diario. Desde la Villa Poiana de Palladio siguiendo por la vía rural hasta la casa blanca de dos pisos donde él nació, con ventanas chiquitas y techo a dos aguas, al fondo de un viñedo que en el invierno crudo del norte se pone blanco e inmaculado, pasando el campo de piedra hasta llegar a la puerta verde. Adentro los pisos de madera crujiente y una chimenea siempre encendida con una olla enorme, el eterno olor a polenta y la cruz que le regaló la nona Antonia la última vez que viajó. Tenía 20 años.

“Todos mis abuelos ya fallecieron, pero además de primos y tíos, sobreviven en la memoria y en el alma la búsqueda permanente de los orígenes, algo que creo es recurrente en un país como Argentina, nacido y construido por inmigrantes de todos lados”, dice Leandro y piensa en volver como una cuestión de impulso, de necesidad, como un paliativo a tanto desarraigo.

RECORDAR

Otro que viajó en el tiempo a Italia fue “Beto” Alberto Oscar Emma, 78 años, jubilado, cuando después de haber vivido toda la vida en la misma casa –en el barrio “La Loma”- donde se crió junto a sus 11 hermanos, quiso saber dónde había nacido su padre Salvador. De chico siempre lo escuchaba hablar, o “chapurrear” con acento italiano sobre los olivares de Pietraperzia, en el municipio de Caltanissetta, en Sicilia, desde donde en 1923 había venido para defender a una hermana que –un tiempo antes- se instaló en argentina con un gringo que la maltrataba.

Hasta ahí llegó Beto, en el 2011, con el pasaporte original de ida y vuelta de su padre en la mano, pero –por esas cosas de la vida- con la parte donde figura el domicilio, destruida. “Mi padre tiene una historia grande”, dice Beto mientras cuenta que su papá conoció a su mamá Brígida Carmen Trovato, caminando por Buenos Aires. Fue sastre, trabajó como motorman de tranvía y vendedor ambulante, entre otras cosas, hasta que vino a pedir trabajó al frigorífico Swift y entró.

No se olvida más cuando llegó en tren a Caltanisseta. “Una plaza, unos cuantos edificios rascacielos y un boliche”, recuerda Beto y cuenta que hizo vario intentos por hacerse entender en italiano.

-¿Conoce a los Emma? Le preguntó a un pueblerino.

-Eeeeh!! –le respondió el italiano en un solo grito- sono come la peste”.

El lunes amaneció caluroso y era el único día disponible para encontrar la casa de su padre. Tomó un remís directo a Pietraperzia. Después de algunas vueltas en el registro civil y de aclarar que no iba por un reclamo, pudo saber la calle donde nació su padre. “Me emocioné tanto al ver el acta de nacimiento que ni siquiera me daba cuenta de pedir una copia”, cuenta.

Una secretaria a la que bautizó “la directora de escuela” consiguió que su marido los llevara hasta la montaña en un Topolino. “Y ahí otra vez la emoción de encontrar eso. Un castillo destruido en la guerra, un vía crucis hasta una iglesia vieja, y lo corrales para los animales -que contaba mi padre- quedaban al lado de su casa”, dice Beto y agrega “había tres casitas y no me animé a llamar en ninguna, de la emoción que tenía”.

Beto todavía se acuerda cuando pasó por ahí un verdulero, en una moto furgón de dos ruedas y se ofreció: “quiere que le junte un poco de tierra de recuerdo”. Sobre la mesa del comedor de su casa descansa el frasco con la tierra de aquella montaña de Italia donde nació su padre. Y recuerda las calles de adoquines, los peperonis rellenos al horno, la ensalada de zuquinis crudos, y los pene rigati con queso que le convidaron antes de irse. La amabilidad de la gente y los favores recibidos.

LLEGAR

Griselda Bersi, 34 años, licenciada en administración hotelera y secretaria de la Asociación Croata Raíces Istrianas partirá por tercera vez a la tierra de sus ancestros.

Era marzo de 2015 cuando viajó por primera vez a Croacia. “Fue un viaje personal en busca de las raíces, de todo lo que mi abuelo anhelaba volver a encontrar”, dice Griselda al tiempo que remarca que el interés nació antes de que falleciera su abuelo, José Bersi –agricultor con el oficio de relojero- cuando el alzheimer le hizo recordar la infancia.

Desde el 2000 venía juntando cuanto documento descubría. El pasaporte y las cartas desde Croacia que hasta el ´88 recibió su abuelo. Hasta que armó un texto en inglés explicando su búsqueda y la mandó a todos los Bersi que encontraba en Facebook.

Un mes en Istria fue una experiencia muy enriquecedora. Todavía no puede creer haber conocido a Antonio y Mateo, hermanos de su abuelo. “Mateo tiene 90 y cada vez que lo veo, es mi abuelo en vida”, exclama.

Cuando llegó el día de visitar la casa donde había nacido su abuelo le contaron que la había comprado un arquitecto, al que le costó 5 años restaurarla. “El arquitecto se enteró por un primo que yo estaba ahí y me invitó a conocerla. Me regaló un CD con fotos de esos años de refacción, desde cuando la compró y de cómo quedó ahora”, comenta.

En la bitácora de recuerdos de Griselda están las fotos del antes y el después. La misma fachada, y una restauración en el interior que le permite alquilarla con fines turísticos. “Sueño con llevar a toda mi familia y pasar un fin de semana ahí”, ilusiona.

Desde ese viaje se enamoró del Mar Adriático, del café que invitan siempre que te esperan en una casa, de los chocolates y de la galletitas o bizcochos con forma de corazón que se obsequia en ocasiones especiales.

En el segundo viaje, de octubre a febrero de 2017 Griselda viajó con una beca para estudiar el idioma y pasó año nuevo con ellos. “Esperaba con ansiedad la nieve”, asegura.

En unos días estará de nuevo por la costa Croata para nadar en el Adriático, estudiar el idioma en Rieka y cumplir una meta: conocer Barban, el lugar donde nació su bisabuela.

No descarta vivir o enamorarse en esas tierras. Sueña con escribir un libro sobre la historia de su abuelo. “A veces, me pregunto”, concluye ella, “¿para qué hago todo esto?” Mientras tanto, escucha una voz, la de su abuelo, que le dice: ¡Llegaste a casa!

 

Las noticias locales nunca fueron tan importantes
SUSCRIBITE a esta promo especial
Multimedia
+ Comentarios

Para comentar suscribite haciendo click aquí

ESTA NOTA ES EXCLUSIVA PARA SUSCRIPTORES

HA ALCANZADO EL LIMITE DE NOTAS GRATUITAS

Para disfrutar este artículo, análisis y más,
por favor, suscríbase a uno de nuestros planes digitales

¿Ya tiene suscripción? Ingresar

Full Promocional mensual

$670/mes

*LOS PRIMEROS 3 MESES, LUEGO $6280

Acceso ilimitado a www.eldia.com

Acceso a la versión PDF

Beneficios Club El Día

Suscribirme

Básico Promocional mensual

$515/mes

*LOS PRIMEROS 3 MESES, LUEGO $4065

Acceso ilimitado a www.eldia.com

Suscribirme
Ver todos los planes Ir al Inicio
cargando...
Básico Promocional mensual
Acceso ilimitado a www.eldia.com
$515.-

POR MES*

*Costo por 3 meses. Luego $4065.-/mes
Mustang Cloud - CMS para portales de noticias

Para ver nuestro sitio correctamente gire la pantalla