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Séptimo Día |PERSPECTIVAS - UNA MIRADA SOBRE LA VIDA

El enemigo interior

Por SERGIO SINAY (*)

El enemigo interior
6 de Agosto de 2017 | 08:18
Edición impresa

Mail: sergiosinay@gmail.com

Requiere más constancia, compromiso, presencia y dedicación construir una verdadera amistad que una enemistad. Para comprobarlo basta con advertir las variadas y numerosas grietas que separan aquí y allá a la sociedad argentina. No solo las de orden político, sino también deportivo, económico, artístico, familiar y ni hablar del farandulesco. Mientras investigaba este tema para mi libro “La aceptación en un tiempo de intolerancia” recuperé un texto del filósofo Sam Keen, a quien se deben obras inspiradas como “Fuego en el cuerpo”, “La vida apasionada” e “Himnos a un Dios desconocido”, que muestra las razones de esa facilidad.

A dicho texto, escrito en forma de poema, Keen lo tituló “El creador de enemigos”, y los siguientes son los párrafos más significativos: “Para crear un enemigo/ toma un lienzo en blanco/ y esboza en él las figuras/ de hombres, mujeres y niños/ (…)Dibuja en el rostro de tu enemigo/ la envidia, el odio y la crueldad/ que no te atreves a admitir como propias./(…)Ensombrece todo asomo/ de simpatía en sus rostros./ (…)Deforma su sonrisa/ hasta que adopte el aspecto tenebroso/ de una mueca de crueldad./ (…)Exagera cada rasgo/ hasta transformar a cada ser humano en una bestia,/ una alimaña, un insecto./ Llena el fondo del cuadro/ con todos los diablos, demonios y figuras malignas/ que alimentan nuestras pesadillas ancestrales./ Cuando hayas terminado el retrato de tu enemigo,/ podrás matarlo y descuartizarlo/ sin sentir vergüenza ni culpa alguna./ Porque entonces lo que destruirás/ se habrá convertido/ en un enemigo de Dios.”

DOCTOR JECKYLL Y MISTER HYDE

Keen describe lo que Carl Jung (1875-1961), uno de los iniciadores del psicoanálisis, padre de la psicología de los arquetipos y decisivo estudioso del inconsciente, llamó la Sombra. Lo hizo por primera vez en un ensayo de 1917 y la definió como “la suma de todas aquellas cualidades desagradables que desearíamos ocultar, las funciones insuficientemente desarrolladas en nosotros y el contenido del inconsciente personal”. Una suerte de cubo en el cual arrojar lo que rechazamos de nosotros mismos y pretendemos que no es nuestro. Allí entran, entre otras cosas, la envidia, el temor, el prejuicio, la intolerancia, la avaricia, el odio y tantos de los aspectos que unánimemente se consideran negativos. Y también cuestiones propias y únicas de la vida, la historia y la intimidad de cada individuo.

Según Connie Zweig y Steve Wolf, psicoterapeutas autores de “Vivir con la sombra”, un completo análisis de este fenómeno, enviamos a la Sombra lo intolerable de nosotros y construimos a cambio el ego, una máscara personal para protegernos y andar por el mundo y entre los otros. El ego está hecho de nuestro perfil favorable. Esto no es malo en sí. El problema consiste en identificarse con el ego como si este representara la totalidad de nuestro yo. Cuando eso ocurre no aceptamos nuestros aspectos negativos. Se los adjudicamos a los otros. Entonces empezamos a ver en otros lo rechazado en nosotros. Claro está que no inventamos esos aspectos. Si decimos que alguien es egoísta o resentido, o mentiroso o cualquier otra cosa desdeñable lo hacemos a partir de alguna conducta que lo muestra así. Pero siempre será más fácil y más rápido endilgarle a otros los aspectos que más negamos en nosotros. Al poner lo rechazado en otro me auto adjudico una virtud. Ese otro es avaro, yo no. Yo soy generoso. Ese otro es egoísta, yo no. Yo soy solidario. Ese otro es envidioso, yo no. Yo soy apreciativo. Ese otro es mentiroso, yo soy sincero. Ese otro es tramposo, yo soy honesto. Y así.

En cierto modo tomar conciencia de nuestra sombra es una manera de conocernos mejor y de ampliar campos de aceptación, de sabernos humanos y complejos. Lo contrario facilita la constante creación de enemigos gracias al ejercicio frecuente de la proyección

Numerosas grietas se abren entonces a partir de ver en otros lo que negamos en nosotros. Una división tajante, sin matices. Todo lo bueno de un lado, todo lo malo del otro. Nos convertimos entonces en protagonistas de renovadas versiones de “El extraño caso del Doctor Jeckyll y Mister Hyde”, la clásica novela escrita por Robert L. Stevenson (autor también de “La isla del tesoro”) en 1886. Al descubrir que en cada persona habitan el bien y el mal, Jeckyll crea un brebaje con la esperanza de depurar esa cohabitación expulsando el mal. Pero ocurre que este se deposita en una personalidad oculta que se desarrolla en el interior del propio doctor cuando este prueba la droga que creó. Esa personalidad es Hyde. Si antes el bien y el mal convivían, alternaban y podían administrarse desde la conciencia y la moral, a partir del experimento el mal en estado puro emerge en toda su dimensión. Y el único modo de acabar con Hyde es a través de la muerte del propio Jeckyll, como ocurre.

Stevenson, antes de Freud, de Jung y de todas las evidencias que hoy abundan aunque no terminan de ser aceptadas y comprendidas, advirtió que poner el mal absoluto en otros y adjudicarse el bien absoluto a uno mismo y a los propios es tan absurdo como imposible. Entender esto permitiría encarar diálogos hoy inadmisibles, explorar consensos por el momento inimaginables, evitar enfrentamientos violentos y nefastos, escuchar razones ajenas y poder exponer las propias, entender actitudes de otros a partir de impulsos propios. Cuanto más alimentamos nuestra sombra, cuanto más se extiende, cuantos más aspectos depositamos en ella negándonos a revisarlos, más se expanden los prejuicios y la intolerancia. Los horizontes se acortan, se elevan los cercos, se profundizan las grietas existentes y se abren nuevas.

EL PROYECTOR Y LA PELÍCULA

“Trabajar con la sombra supone el reconocimiento, la comprensión y la aceptación de esa parte de nosotros que más repulsiva y grotesca nos parece”, explican Zweig y Wolf. Y no se trata de destruir esa parte sino de comprender que nos integra. “El trabajo con la sombra nos permite convertirnos en lo que somos y es por eso un trabajo del alma”, añaden. En cierto modo tomar conciencia de nuestra sombra es una manera de conocernos mejor y de ampliar campos de aceptación, de sabernos humanos y complejos. Lo contrario facilita la constante creación de enemigos gracias al ejercicio frecuente de la proyección. Esta es el mecanismo por el cual se pone en otros lo negado en nosotros. Así como la película que vemos en el cine no está en la pantalla sino en el proyector, también ocurre muchas veces que los defectos y aspectos negativos que adjudicamos a otros son nuestros. La pantalla existe, la película no se proyecta en el vacío. El otro, aquel a quien erigimos en enemigo o en objeto de nuestra crítica, también existe y no es neutro, no elegimos a cualquiera. Pero admitir que somos proyectores y reconocer lo emitido no es tarea simple, nos saca de una situación cómoda, nos obliga a desprendernos de ciertos sentimientos y enojos, a adoptar otros, como paciencia, aceptación y humildad.

No es una tarea sencilla, pero la sombra individual existe, también la social, la familiar, la política y todas las que se presentan en los vínculos, campos y actividades en los que nos vinculamos. Reconocerlas y explorarlas puede oxigenar el aire que respiramos. Sombra y oscuridad no son lo mismo. Se puede ver en la primera, pero no en la segunda.

 

(*) El autor es escritor y periodista. Sus últimos libros son "Inteligencia y amor" y "Pensar"

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