
Amy, la voz que llevó la música negra al tope de los charts otra vez / archivo
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En su momento de mayor fama, su talento inconmensurable era eclipsado por su adicción al alcohol
Amy, la voz que llevó la música negra al tope de los charts otra vez / archivo
El 23 de julio de 2011, el guardaespaldas de Amy Winehouse la encontró muerta en su cama. Llevaba muerta varias horas: su guardia, al no escuchar nada en la mañana de ese día, no se sorprendió, pensando que la artista estaría recuperándose de una de sus tantas noches de juerga.
Pero varias horas más tarde, se encendió la alarma y el guardaespaldas ingresó a la habitación del departamento londinense de Winehouse y encontró su cuerpo, desprovisto ya de voz, de alma. “Crónica de una muerte anunciada”, se tentaron de titular los medios de todo el mundo: anunciada, claro, por ella misma, que decía que no podría resistir ser famosa antes de lanzamiento de “Frank”, su primer trabajo que irrumpió con furia en el mundo de la música, a pesar de que el R&B no es (no era, al menos, un género masivo), gracias a un inconmensurable talento que no pudo ser eclipsado, ni siquiera, por sus adicciones y su muerte.
Ayer se cumplieron siete años de un adiós del que nadie se asombró demasiado: su caída había sido previsible e inmensamente pública; cada borrachera, cada exceso, cada incumplimiento contractual había sido a los ojos de todo el mundo. Ese mundo de expectativas, presiones y sustancias marcó el adiós a una voz luminosa de oscura vida: una vida de contrastes donde el abandono de su padre marcó el camino de Amy hacia un precoz alcoholismo, la bulimia y la relación dependiente con su ex marido Blake Fielder-Civil, quien declaró tras su fallecimiento estar “arrepentido” de haber iniciado la peligrosa relación entre la artista y las drogas, un cúmulo de problemas a los que la cantante londinense se tuvo que enfrentar.
El acoso mediático también se señala como responsable: “Si pudiera cambiar todo solo parar poder caminar tranquila por la calle, lo haría”, dijo Winehouse poco antes de morir a una de sus amigas.
Ese camino de presión y alcoholismo ahogó esa voz descomunal, auténtico, de una potencia y un color únicos y matizados por un dolor ancestral en su canto. Un dolor que anestesiaba con sustancias, como las tres botellas de vodka (al morir registraba más de 4 gramos de alcohol por litro en sangre) que marcaron un final solitario, previsible y precoz, un final público, en gran parte debido a esa presión que conlleva la vida pública: el 23 de julio de 2011 se consumó la autodestrucción de Amy Winehouse, a la misma edad que tenían cuando fallecieron Kurt Cobain y Janis Joplin, 27. “Morí cientos de veces”, cantaba en “Back to black”, con ese dolor a flor de piel, una sentencia que podía referirse a una relación amorosa pero también a algo más profundo, una depresión imposible de expresar más que con su arte.
Dotada de un estilo propio y conmovedor en el que se conjugaban géneros musicales tan variados como el jazz, el “soul” o el “ska”, sus excesos, sus problemas con la policía y con su pareja, sus excentricidades y los abusos de sustancias diversas acabaron así con una artista única. Pero es una voz que no se apaga, ni en el corazón de sus seguidores ni en la memoria colectiva de la música donde llegó y dejó impresa su delgadez, sus especiales ojos maquillados de forma especial y su particular pelo negro que tantas imitadoras, antes y después de su desaparición, ha coleccionado.
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Winehouse, habitual de los escotes de vértigo y los taconazos para las alfombras rojas, demostró con su particular look que las divas del “soul” también pueden llevar tatuajes y “piercing”, y renovó con ese combo de una voz imparable, frescura y emoción, una escena reservada para el público nostálgico hasta su llegada en 2003, con el disco de jazz “Frank”: además de su rebeldía, atractiva en una escena adocenada, su mérito, al decir de los musicólogos, fue en este sentido transformar el “soul” en un género comercial, acompañado de letras en las que relataba sus tormentosas experiencias, como en “Rehab”, en la que se mostraba contraria a rehabilitarse de su alcoholismo.
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